domingo, 26 de febrero de 2012

13/11/2012 - SACRIFICIO







               13/11/2012 - SACRIFICIO








No para de hablar, Marita consigue atraparme con su charla, yo la observo  como bebe de su copa y dibuja una sonrisa de pintalabios rojo.   Pero lo que más me gusta de ella es su forma de mirarme mientras se dirige  a mí. En esos momentos me alegro de haber aceptado la invitación a cenar,  nada es comparable al brillo de sus ojos. Ya desde pequeña  me enamoró  ese desparpajo de mujer fatal que desprendía sin ser consciente de ello. A lo largo de mi extensa vida he conocido muchas mujeres, que me han  vuelto loco o me han enamorado,   he conocido su cálido sexo y me he alimentado de ellas para sobrevivir.  Quizá,  porque la he visto crecer y   he conocido  a todos sus amigos, novios y amantes, podía perdonarme ser un canalla esta noche.   Y estaba decidido a serlo con ella.  He notado su pie descalzo deslizarse por mi entrepierna,  la he mirado  como  introducía el dedo en su copa de vino y luego  lo ha colocado en  sus labios.  Mis ojos se detienen  en  su pecho que  respira agitado y  me contengo las ganas de acariciar su cuello con mi lengua. 
Ahora no  escucho; ella me habla y me habla, pero yo la he desnudado con mi imaginación, la he colocado en la mesa y he respirado su aroma de perfume caliente.   Noto el deseo que me empuja y comienzo a desnudarme para sujetarla contra mi cuerpo. Pero despierto del ensueño cuando me llega un olor fuerte a sangre fresca y otro olor familiar que  me  advierte. No la  he visto salir de la habitación  pero llega desde la cocina  con una copa.
- Esta es mi sorpresa . - dijo colocando  la copa de sangre frente a mí.- Conozco tu secreto.
 No sabía qué decir, son muchos años los que vivo en esta ciudad, he tratado de ser discreto, pero ya quedan pocos de mi especie. Sonrío. Sólo tengo ganas de estrecharla entre mis brazos, de perderme bajo su  piel, de tocar su sexo húmedo y de escuchar la música de sus gemidos. Tal vez la sangre me consuele y me dispongo a beber de mi copa  cuando ella me la arrebata.
-Tómame a mí. - Y  me ofrece  su garganta.
Abandono mi asiento,  me coloco  detrás de su espalda y le susurro al oído. Me envuelve su perfume, me seduce su nuca, su pelo, su cuerpo. Quiero hacerle el amor antes de que  la muerte dulce se apodere de ella, porque está aquí, acechando, la huelo por la habitación.  Mi deseo  busca la 'petit morte'  para vivir un instante. Marita  se abre  toda entera  y me abraza,  mis manos  suben por sus caderas y noto  su cuerpo  que vibra junto a mi sexo,  juego con su boca  y no puedo contenerme, le muerdo los labios  para tener el sabor de su sangre y desde  allí, recojo su gemido  y  el mío  me azuza las entrañas. Repite una y otra vez en su lamento que no quiere morir.
-Muérdeme... quiero ser como tú. - me susurra.
Quiere vivir eternamente conmigo  y sonríe feliz  cerrando los ojos,  su cuerpo desnudo se desvanece  entre mis brazos. Con premura   muerdo su  cuello y bebo su sangre hasta saciarme; sé que está contaminada con el virus, por eso,  me aferro  a su cuerpo  tibio  y espero  a que llegue mi turno.

martes, 21 de febrero de 2012

12/12/2012 - "Os ruego me disculpen"






 12/12/2012 - "Os ruego me disculpen"






Siempre he sido un hombre tranquilo y de aspiraciones espirituales. Desde pequeño, he mirado el mundo de manera distinta a como lo hacían los niños de mi edad. Cuando ellos pensaban en jugar a los “Power rangers” yo disfrutaba de la tranquilidad que emanaba del viento y de los árboles. Algo dentro de mí, se sentía unido a ellos. Podía sentir emociones intensas con solo oler el aroma de las plantas. Mi vida, aunque con alguna tapadera para no mostrar el “loco” que realmente soy a ojos de los demás, siempre ha sido una búsqueda de la verdad oculta e infinita, que se esconde en cada partícula que mora en el universo. Luego todo fue distinto. Al hacerme mayor, quise conocer la ciencia del hombre. Pero solo encontré a hombres-niño, que jugaban a ser maestros, guiados por palabras y verdades que no eran las suyas. Más no me importaba en absoluto que aquellos pobres, perdidos en su propia ignorancia, pudiesen estar equivocados o no. Tenía claro un objetivo: convertirme algún día, en alguien que ha conocido el sentido último de todo cuanto le rodea. Alguien, a quien la gente venidera, siguiese ciegamente, convirtiendo así una verdad duramente buscada y merecida, en una secta de palabras carentes de significado.

¿Acaso Siddharta o Jesus se convirtieron en Buddha y Jesucristo, abrazando un dogma ciegamente? Eso es todo lo que tengo que decir a quien me esté escuchando allá arriba en el firmamento estrellado de esta noche tan preciosa. Os contaré mi historia final, pues aunque no podáis escucharme, sé que alguien ahí arriba, quizá en alguna estación espacial, sigue viviendo ajeno a todo este caos. Quizá ellos puedan algún día repoblar la tierra, si es que podéis aterrizar. Quizá haya esperanzas. Ni lo sé, ni me importa. En fin, no me importa si hablo solo en estos últimos minutos que me quedan. Las manos me pican muchísimo. Es algo molesto, pero pronto dejaran de molestarme. En cualquier caso, allá va mi historia:

No sé como ni porque, acabé aquella noche compartiendo el fuego y la cerveza con no más de media docena de saqueadores. No preguntaron, supongo porque ya habían apurado más de veinte cervezas entre ellos. Me ofrecieron sentarme junto al fuego, al refugio del frío de la montaña y una lata de cerveza. No soy aficionado a la bebida, pero fue bien recibida por mi estómago. Uno de ellos, tras la breve presentación, continúo con la conversación que llevaban manteniendo durante toda la noche junto al fuego.

-Camaradas, brindo por esa mierda de virus que tanto nos ha dado. –Dijo alzando su lata de cerveza. –Como iba diciendo, en estas ultimas semanas, ese virus cabrón me ha dado más de lo que he podido disfrutar en toda mi vida. Hace pocos días sin ir más lejos, haciendo una visita rutinaria por los apartamentos de la ciudad, me encontré a una pava que había estirado la pata con todo el chute todavía en el brazo. –Los demás rieron su gracia. Yo me dedique a escuchar, pues no sabía muy bien de que hablaban.

-Hay que ver Paquito… el vicio es muy malo. –Añadió. –Para que veas, el otro día entre en un piso para ver si había comida y de repente –Hizo aspavientos con las manos para dar énfasis a su relato. –Me encuentro a una pava to´ macizorra desnuda y debajo de quien debería ser su novio. Los dos estaban en pelotas. Se ve que querían morir corriéndose ¡los muy calforros! –Dijo entre risotadas mientras el resto se unía en un estruendoso festín de carcajadas sobre el mal ajeno.

Comenzaba a comprender de qué estaban hablando aquellos maleantes. No solo saqueaban todo lo que encontraban a su paso, sino que encima violaban la intimidad de aquellos que habían decidido morir dignamente. ¡Se burlaban de los muertos! Algo dentro de mí comenzó a sentir asco. Pero decidí darles un voto de confianza para ver si la conversación mejoraba. Al fin y al cabo esos pobres hombres morirían igual que todos nosotros y si así se divertían en sus últimos días… No soy quien para decirles lo contrario.

-A mi me gustaría morir así. Nos ha jodio, ese par eran bien listos. ¡Morir jodiendo, eso sí que es vida! –Comentó el que estaba sentado a mi derecha.  –Dicen que la primera victima de este virus, murió vestido de tía. ¡Como el Carradine hace unos años! En fin… a gustos colores. –Y dicho esto apuró la cerveza con un largo trago.

Un silencio incomodo se adueño de la escena. Por un momento sentí miedo de que me preguntasen algo referente a la conversación que se estaba desarrollando.

-Ha pasado un Ángel. –Rompió el silencio uno de ellos, que parecía seriamente perjudicado por el alcohol.

-¡Hey Pepe!, todavía no te he preguntado que pasó el otro día. ¿Cómo es que te fuiste con el Jeep todo terreno y volviste con una mierda de Opel corsa?

-Pues veras… La ciudad parecía un puto cementerio, nano. No se escuchaba nada, solo algún gato peleándose y au. No pensaba que hubiese nadie vivo ya. Así que deje el coche con la puerta abierta y las llaves puestas y entré en el supermercado. –Hizo una pausa mientras esbozaba una sonrisa socarrona. –Y entonces oigo un ruido y pienso ¡coño, los picoletos!

-Serás gilipollas, como van a ser los picoletos ¡si no queda ni uno, flipao! –Le interrumpió Paquito.

-¡Yo que sé, nano! esos cabrones son capaces de todo para incluso no dejarte morir a gusto. Bueno total… que salgo para ver que pasa y veo como el Jeep se aleja, el muy cabrón. –De repente su semblante se tornó serio y apesadumbrado. –Soy un pringao, me han robado en el puto fin del mundo. Quedamos cuatro gatos y para una vez que me dejo el coche abierto, van y me roban.

Todos los allí presentes estallaron en carcajadas y el que se encontraba a la derecha de Pepe, le propino una palmada en la espalda a modo de compensación. Bueno, la conversación parecía estar relajándose. Esos tipos eran muy desagradables pero parecían tener corazón al fin y al cabo.

-Vamos Pepe anímate, mañana iremos a la ciudad y te buscaremos alguna “jamona” para que se te quiten las penas. –Le dijo aquel que le había palmeado la espalda.

Algo en mi mente crujió de puro horror. ¿Era posible que hablasen de ultrajar los últimos restos de otro ser humano? Ya no me apetecía quedarme allí. Esos desalmados tenían pinta de peligrosos.

-Tú, el nuevo, cuéntanos algo interesante sobre el fin del mundo. No has abierto la boca desde que has llegado. –La pregunta me sobresalto sacándome de mis pensamientos. Un sudor frío me recorrió la nuca.

-Pues… -Hice acopio de valor. –Días atrás, entre en una iglesia y allí encontré a una mujer en silla de ruedas, parecía tener alguna discapacidad severa, puesto que babeaba y no dejaba de mirar uno de los bancos donde un hombre estaba tumbado. Aquella imagen me afectó mucho. Lo último que deseaban esas personas, era que Dios les perdonase por sus pecados. Pero Dios no solo no apareció, sino que permitió que aquella pobre mujer discapacitada, muriese sola rodeada de cadáveres. –No pareció impresionarles mucho mi síntesis, pero al menos volvió a reinar el silencio.

-¡Vaya, tenemos a un filosofo hoy aquí! Dime una cosa. –Y se inclinó hacia delante para poder escucharme mejor. -¿Te tiraste a la vegetal esa, compañero? –Todos rieron sonoramente. Malditos borrachos. Yo negué con la cabeza inmediatamente, abrumado ante tal pregunta. – ¡Venga hombre, no tengas vergüenza! Aquí todos hemos desterrado la moralidad de nuestras vidas. -Hizo una pausa y señaló a un hombre que había permanecido callado durante toda la noche al igual que yo. -Ese de ahí, que está más blanco que Nosferatu, nos confeso una vez que había matado a su madre por no sé qué leches de un cumpleaños. Hasta la fecha no ha vuelto a abrir la boca. - De nuevo hizo una pausa y todos le miramos. Yo especialmente horrorizado. -Así que ya ves, ninguno de los que estamos aquí tenemos derecho a juzgarte... ¿Te la tiraste o no, compañero? –Volvió a decir, haciendo que mi mente se retorciese de espanto y agonía. Volví a negar con la cabeza, tratando de reprimir un fuego interior que me impulsaba a destrozar a aquel tío a puñetazos. Al ver que negaba con al cabeza, uno de ellos intervino en la conversación.

-¡No jodas nano! Tu no estas bien de la cabeza. ¿Sabes cuantas mujeres quedan vivas sobre la faz de la tierra? No sabes la suerte que tuviste al encontrar a un agujero bien calentito. Si yo hubiese sido tú, me la hubiese beneficiado hasta morir de agotamiento. No sabes lo que es tirarte a un fiambre frío y reseco. -No podía soportarlo más. Una arcada me recorrió todo el cuerpo, seguido de un escalofrío lleno de fría ira. Aquello había llegado demasiado lejos. Panda de orangutanes en celo. Por culpa de gente como ellos, el mundo se había ido a la mierda y a mi me tocaba resignarme y escuchar a esos cabrones, mientras la maldita mano me picaba lo que no está escrito.

-Yo creo que Dios si que existe. –Dijo uno de ellos, cambiando de tema. La cosa prometía. –Hace unos días, entré en un chalet y me encontré a una pava tremenda, con un pelazo moreno. Totalmente maquillada y con un vestidito negro que dejaba poco a la imaginación. –Dio un trago para hacer una pausa. –Sin duda fue un regalo que me hizo Dios porque ¡la tía hace poco que había muerto y todavía estaba caliente la muy zorra! Le di las gracias a “el altísimo” mientras me bajaba los pantalones y me montaba encima de mi nuevo regalo.

Mis ojos se abrieron como platos. Todos se quedaron mirándome, pero no me importaba. No podía soportarlo. No quería creer lo que me decían esos tipos.

-¿Muchacho, que te pasa? –preguntó uno de ellos.

- Os ruego me disculpen caballeros. –Conseguí balbucear. -¿Alguien siente picores en la mano o las piernas?. Todos negaron con la cabeza, extrañados ante tal incoherencia de pregunta. -Necesito… necesito tomar el aire. –Les dije. Incorporándome pesadamente.

Me adentre en el oscuro bosque y arroje hasta la primera papilla sobre el tronco de un gran árbol. Esos malditos cerdos ni siquiera tenían síntomas de la muerte dulce. ¿Cómo era posible aquello? Unas vidas llenas de depravación y salvajismo sin consecuencias. Y a mi me tocaba pagar por sus pecados, cuando lo más grave que había hecho era robarle cigarrillos a mi padre. La locura se desató dentro de mí. De pronto creí sentir la verdad oculta en todas las cosas. Cada uno es su propio Dios y aquellos hombres habían vivido sus vidas a su manera. Sin dogmas y sin ataduras. No eran unos valores muy correctos pero ¿Y si todo eso fuesen engaños y lo único que importase fuese ser fiel a uno mismo, sin engaños ni mascaras de civismo? La verdad absoluta se mostraba perturbadora en mi mente. Pero por fin lo comprendí. Sin duda, esta noche yo me convertiría en un Dios purificador de cerdos carroñeros. Sería fiel a mi mismo por una vez en mi vida y haría aquello que me pide el cuerpo.

Agarre una rama del suelo y volví junto a la fogata.

Todos se quedaron mirándome extrañados, esperando que yo hablase.

-Vosotros no merecéis una muerte dulce.

No hubo más palabras. Era todo lo que necesitaban oír. Una furia indecible se apoderó de mi cuerpo y acabé con todos ellos. Quería que sufrieran. Quizá la muerte dulce era una salvación. Quizá todos merecíamos una muerte dulce y poder elegir como morir. Tal vez algo superior nos estuviese salvando de gente como estos cerdos. Todo pasó muy deprisa. Yo solo podía escuchar el sonido de huesos que se rompen. Cuando por fin recobré la conciencia, vi que estaban esparcidos en el suelo lamentándose y llevándose las manos a algún miembro roto. Poco a poco, fui rompiéndoles las extremidades para que no pudiesen moverse  y a los que todavía conservaban la conciencia, los tumbaba de forma y manera que la cara quedase dentro de la hoguera.

Me adentré de nuevo en el bosque escuchando a lo lejos sus gemidos y gritos de agonía…

Y aquí estoy, contándole mi historia a los árboles y las estrellas que tanto me inspiraron en vida. Si existe un ente superior que nos está castigando, sin duda no quería irme de este mundo siendo castigado sin motivo alguno. Al menos le ayudé en la medida de lo posible a limpiar el planeta. No hubiese muerto a gusto pensando que se me castigaba por nada.

Un pinchazo en el pecho, me indica que ya es la hora. Que mí tiempo aquí ha concluido y debo abandonar mi cuerpo. Realmente es una muerte dulce. Un pinchazo y se acabó. Sin embargo mi alma se halla inmersa en la felicidad eterna de saberse conocedora de su misma existencia.


domingo, 19 de febrero de 2012

15-11-2012 - AMANECER DE NUEVO

 

 

 

 

15-11-2012 - AMANECER DE NUEVO 

 

 

 

 

 

 

Desperté bruscamente, estaba mareado, mi situación, era realmente extraña, allí estaba mi cuerpo en una cama rodeado de aparatos desconectados y sin vida, de mi brazo izquierdo colgaba una vía, que en otro tiempo habría sido el sitio por donde recibiría los fármacos necesarios para poder seguir existiendo, y que ahora su función era más que prescindible, con cuidado la arranqué de la vena y la deposité en un cubo donde habían restos de vendas y demás deshechos hospitalarios, me incorporé lentamente,  era todo realmente extraño no había nadie en la estancia, recorrí como pude los largos pasillos del hospital y no encontré a nadie, intenté viajar por mi memoria para recordar algo en lo que pudiera identificarme, mi nombre, mi aspecto, los hechos por los cuales fui ingresado en aquel centro hospitalario, no encontré nada, solo el vacío, solamente me llegaban preguntas, sin respuesta.

Empecé a darme cuenta de lo grave de aquella situación, hacía frío en la calle y solo llevaba puesto el liviano pijama del hospital, así que retomé los pasos y busqué algo con que aliviarme, al fin encontré un armario con varias prendas que me vendrían de maravilla para enfrentarme a mi delicada aventura, lo mismo encontré en las desangeladas calles vacías, un silencio brutal, no esperaba que ese silencio rebumbaría tanto dentro de mí, era insoportable ver los coches vacíos, las aceras desiertas, las tiendas sin su algarabía habitual, ¿que habría pasado durante mi estancia en el hospital? ¿cuanto tiempo habría estado inconsciente? un mar de dudas empezaba a taladrar mi recién cobrada consciencia, empecé a andar mas rápido que de costumbre la amplia y desértica avenida, quizás tenia miedo, el miedo te hace obrar de manera diferente, miedo ¿a que? buscaba respuestas, subí el ritmo de los pasos, esperando encontrar a alguien, algo que me diera alguna solución, pero nada ocurría,  pasaba los cruces de calles miraba a un lado y a otro y solo encontraba el devenir del gélido viento que  resecaba mi rostro, cansado me senté a reflexionar el porqué de todo aquello, y algo ocurrió, era como un lejano murmullo, que cada vez se hacia mas insistente y cercano, mi estado anímico se disparó como un resorte, el rumor se hacía evidente a cada minuto que pasaba y los latidos de mi corazón empezaron a retumbar en mi cabeza como un tambor.

No podía dar crédito a lo que se acercaba, era como una maraña inmensa, una jauría indecente de destrucción, en esa nube se amontonaban miles de perros que en otro tiempo habían estado a servicio de las personas, y ahora locos por el hambre se aprestaban a dar caza a todo aquello que estuviera a su alcance, ni que decir tiene que mi situación ahora si que había ido a peor en un cien por cien, y loco por el miedo empecé a correr todo lo que me permitían mis flojas  piernas, que no era ni mucho menos lo que yo quisiera.

Aquello pintaba muy mal, tanto que pensé por un momento acabar de otra forma mi fugaz bienvenida al mundo, acabar cuanto antes, pero el instinto de supervivencia me hacia retraerme de esa suicida idea, había que encontrar una salida de alguna forma pero ¿cual? las fuerzas empezaban a fallarme, creo que ya no podría resistir mucho más, me paré, el corazón estaba a punto de desbocarse y mis menguadas fuerzas dijeron basta, habría que resignarse a este fin, y prepararse para acabar cuanto antes, me arrodillé como el que pide clemencia, ante algo que iba a acabar con mi recién estrenada vida, algo que no entendía, que me superaba en todo momento, y me sentí frágil, mi cuerpo se volvió blando, caí de bruces encima del asfalto, y un pinchazo dentro de mi pecho alivió de algún modo mi posterior sufrimiento, porque cuando el enjambre de canes cayó sobre mí, hacía unos segundos que me había ausentado para siempre de este mundo

martes, 14 de febrero de 2012

09/10/2012 - Último Calor





09/10/2012 - Último Calor

 


Después de ver la terrible situación en la que se hallaba la humanidad entera, de ver como los miembros de mi familia iban desapareciendo poco a poco y que, desgraciadamente y sabe Dios por qué, a mi no me afectaba aún el virus y de ver como la mitad de la gente del pueblo donde vivo estaba desapareciendo, decidí hacer una lista de cosas que debería hacer antes de que me tocase el turno, decidí que no podía morirme sin más, llorando por los que ya no estaban. Así que comencé a elaborarla.

Primero tenía que pensar qué era lo que más me apetecía, el sol, no podía esperar a la muerte con el paraguas en la mano, eso era impensable, así que cogí un coche, el más bonito que había en el concesionario, por supuesto morado, me fui a una tienda de bikinis, elegí los más bonitos, uno de rayas azul y blanco, de lentejuelas mates, otro colores tierra y los metí en una preciosa bolsa de playa con una toalla a juego.

Me hice con comida que no caducase, no sabía cuánto tiempo más iba a durar, así que tampoco llevaba demasiada solo para mantenerme con vida y no morirme de hambre, ya que sería gracioso en esas circunstancias, morirse de hambre, también podría hacerme con ella en cualquier lugar, por eso no habría problema, bueno pensándolo bien ni por eso ni por nada, todo estaba a mi alcance no había nadie más.
Lo metí todo en el coche y salí rumbo al sol, a la playa, tampoco había tráfico así que no tendría problema de perderme, tampoco sabía a dónde ir, así que la dirección siempre sería al sur, no habría problema.

Me sentía muy sola, de vez en cuando una lágrima rodaba por mis mejillas pero se lo debía a ellos, a los que dejaba detrás, ellos no habían tenido la oportunidad de elegir, pero yo sí, quizás fuese inmune, pero eso que más daba ya, si lo fuese, tenía muy claro que me suicidaría; a mí no me gusta estar sola, nunca me gustó, y menos esa soledad tan terrorífica, ser la única persona del mundo, que estuviese viva, traté de quitarme eso de la cabeza, porque solo el pensarlo me daban escalofríos.

Hace como un mes que comenzó todo y cuando supimos la gravedad de lo que estaba pasando, pensé egoístamente que yo quería ser la primera en caer, que yo no quería sufrir la perdida de los míos y como una broma macabra los vi caer de uno en uno, la muerte era dulce y sin sufrimiento para ellos, pero ir viendo como caían, fue la peor pesadilla y se cumplió íntegra.
Según iban pasando los días y se iban sucediendo las muertes, llegó un momento que ya no quedaban lágrimas y era tanto el dolor que dejo de doler, es increíble la capacidad de supervivencia de la mente humana o dejas de darle importancia o te vuelves loca, y allí me encontraba, yendo al sur, al sol, a bañarme en la playa porque se me ocurrió que era lo que más me apetecía hacer en mis últimos días de vida.
En realidad era una suerte saberlo porque podría aprovechar todos esos minutos de regalo que me quedaban en recordar los momentos felices y revivirlos, aunque fuese sola.

Ya casi estaba llegando, notaba la brisa marina, no sabía dónde me encontraba, pero era el Mediterráneo, inconfundible azul, un poco diferente al mar del norte que es un poco más oscuro, pero igual de bello, si no fuese por el mal tiempo.
Encontré un pequeño pueblecito, con casas blancas y preciosas flores adornando sus fachadas, un típico pueblo costero, pero , no se veía a nadie, no se oía nada, llegue hasta el mismo paseo marítimo con el coche, aparque sin problema  aunque tuve que apartar cuerpos y vehículos con gente que no tuvieron la misma suerte que yo, ellos no llegaron a la playa yo si llegaría, aún no sentía ni el hormigueo en las manos y los pies, aún me quedaban por lo menos horas, ya no contaba con días, me conformaba con seguir contando las horas, ¡qué ironía!.

Llegué a la misma orilla, me bajé del coche, cogí la bolsa con los bikinis y la toalla y me dirigí a la playa. Hacía un día espléndido era perfecto para morir y para vivir, comencé a desnudarme, para ponerme el bikini, cuando caí en la cuenta, que bobada, si no me veía nadie, así que lo dejé a un lado.
Me senté frente al mar, entonces vi lo que me rodeaba, grupos de cuerpos que habían tenido el mismo último deseo que yo, el sol, mirar el mar y sentir la brisa en la cara y el cuerpo, respirar hondo y dejarse ir...

De pronto algo me asustó, un perro se estaba acercando a mí, un precioso perro color canela que me miraba como diciendo me quedo contigo, no hay nadie más y se sentó a mi lado, le acaricié detrás de las orejas y se tumbó en mi toalla, soltando una especie de suspiro, como si hubiese llegado a casa, movió la cola un par de veces y se quedó dormido muy tranquilo.

Miré a mi alrededor no se movía nadie, no había duda, estaba yo sola con mi perro.
Decidí despertarlo, no podíamos perder tiempo durmiendo, había que hacer muchas cosas más, aunque no se me ocurría que hacer, primero un baño, recordaba lo que me contaba mi amor de los baños en el mar, en su mar, de sus paseos por la playa y del sol. No quería pensar en él, no quería pensar en nadie, casi estaba enfadada con todos ellos por haberme dejado sola.

Nos levantamos, el perro era consciente también de que no había que perder el tiempo y me siguió o era por no quedarse solo, creo que se sentía como yo así que nos dimos un baño saltamos las olas, me reí como hacía un mes más o menos que no me reía, salimos del agua y nos secamos al sol, era delicioso sentir la brisa recorriéndome en cuerpo, esa brisa templada y suave que me acariciaba, dándome el calor que tanto añoraba.

El  perro levantó las orejas y se irguió oteando el horizonte, algo se movía al fondo, una sombra negra como la noche se estaba acercando a nosotros, el perro al cual aún no le había puesto nombre comenzó a ladrar, me levanté para ver qué era y no salía de mi asombro, era un perfecto corcel negro como la noche. Era  precioso, parecía una de esas fotografías de un corcel corriendo por la playa que tantas veces veía en internet, pero este era de verdad, era igualito a Plutón , el caballo de mi amor, que corriendo como el viento se acercaba a nosotros, no venía solo, en su lomo un jinete que gritaba y gritaba moviendo sus manos. Nosotros comenzamos a saltar y a llamar su atención ya éramos dos seres humanos en aquel paraíso, los  gritos de júbilo se oían por toda la playa mientras se terminaba de acercar y de un salto bajo del hermoso corcel, nos abrazamos como si fuese el último abrazo del mundo y quizás lo fuese, nos mirábamos, nos volvimos a abrazar así un buen rato, no nos lo podíamos creer nos tocábamos las manos  y las caras, nunca fue tan importante el contacto con otro humano, algo que no le dábamos la más mínima importancia se había convertido en lo más deseado del mundo, ver otra cara, otros ojos, oír otra voz… una risa que no fuese la mía como hace un ratito, tocar un cuerpo caliente de un ser humano y sentir la calidez de sus miradas y de sus manos al contacto con la piel, eso y el sol, ya no quedaban más cosas por hacer en mi lista, y en la de él tampoco, así que nos sentamos a ver el atardecer, a recrearnos en su belleza, el uno abrazado al otro, quizás ese fuese el último que viésemos pero ..... 

De momento el sol se ocultaba y estaba hermoso más hermoso de lo que lo había visto jamás… y él estaba a mi lado, caliente, vivo, respirando… Eso era lo único que importaba en ese momento… Mañana ya pensaríamos qué hacer, si había un mañana.

domingo, 12 de febrero de 2012

20/10/2012 - El cumpleaños







20/10/2012 - El cumpleaños








Cincuenta años, hoy cumplía cincuenta años. Miraba con desespero el reloj, las horas se le hacían eternas, se sentía esclavo de la rutina monótona de un gris trabajo. El que podía ser el dueño del mundo estaba aquí, precisamente aquí. Los recuerdos se le agolpaban queriendo salir. Los sujetaba a base de apretar los dientes, era un maestro en este arte,  pero esta vez estaba claro que se le iban a instalar en el mismo centro de su alma, taladrándola sin que pudiera hacer nada.

Ella había dedicado toda su vida a él. Enviudo siendo muy joven, hubo de trabajar sin descanso para sacarlo adelante, sin familia, sin amigos, ella y su hijo, su hijo y ella. Lo mejor para mi niño, decía una y otra vez. El mejor colegio, la mejor universidad, la mejor mujer. Tan buena mujer buscaba que nunca acepto a ninguna. Nadie igualaba a mamá.

Después de toda una vida junto a ella, era el centro de su universo. Al concluir sus estudios cum laude, le invitaron a viajar al otro extremo del planeta, un puesto de gran relevancia, digno de su capacidad y preparación. El preguntó ¿podrá viajar conmigo mi madre? No, dijeron, solo usted.

No dudó, pero ahora después de tanto tiempo, demasiado, se siente ahogado, prisionero sin posibilidad de escapar. Tal vez pensó, la única salida sea esa muerte dulce de la que todos hablan, pero no, ¡que absurda ocurrencia!, tengo que ocuparme de ella, ¿Quién la cuidaría?

Volvió a mirar el reloj.

Ya falta menos, ahora estará en casa preparando la fiesta sorpresa. ¿Fiesta?, ¿que clase de fiesta es esa?, ella y yo, yo y ella. ¡Sorpresa!, durante cuarenta y nueve años he representado el papel de sorprendido, hoy  no será la excepción, hoy será la representación número cincuenta.

Pero no, no me quejare, lo ha dado todo por mí, y ahora me necesita, no sabría hacer nada sin mí.  Ella y yo, yo y ella.

¡Ya es la hora! , por fin.

Ordenó la mesa, las carpetas verdes a la derecha, sobre ellas las blancas, sobre ellas las azules. En la batea, el correo que llegó a última hora preparado para su reparto. Lapiceros al cajón. Todo alineado, perfecto.

Empujo el sillón dejándolo encajado en la mesa. Del armario tomo su abrigo, hoy hacía un frío polar,  el que cala hasta los huesos, lo abotonó hasta el cuello. De los bolsillos saco la bufanda y los guantes. Los miró y le parecieron feos, rematadamente feos, aun así se enfundo en ellos, eran el último regalo de mamá.

Anduvo cabizbajo, el viento gélido penetraba incluso sus pensamientos, volviéndolos aun más triste y negros. Al pasar frente al café que bordeaba la esquina de su edificio se detuvo un instante y la vio tras la caja registradora, María, la bella María. Que dulce mujer, siempre le sonreía, como ahora.

 María agita su mano invitándole a entrar, le sonríe y sus ojos se iluminan, el mueve su cabeza de lado a lado diciendo, no, y continua a paso ligero. Siente que su corazón palpita enfadado, ¡como le gustaría sentirla cerca! María deletrea en silencio.

Al llegar a casa le sorprende que todo este en tenue penumbra, no se escucha más que la nada. 

Madre, la llama, nadie responde

Madre repite, dirigiendo sus pasos de habitación en habitación.

El cuarto de Eloísa está abierto, entra, no comprende el sentido de ese desorden, vestido,  camisas, suéter, todo está tirado en el suelo.  Lo recoge ¿que ha podido pasar?, se inquieta, De una ojeada recorre la habitación, en un rincón cerca de la cabecera de la cama asoma un sobre abierto ¿y esto? Curioso extrae el papel que hay dentro, es una carta. Una carta dirigida a su madre de un tal Ezequiel.

A medida que sus ojos leen lo que hay escrito, la rabia le nace desde lo más profundo de su ser.

Frase a frase le revela una ardiente pasión, detalla un paseo cálido y húmedo por el cuerpo aprendido por los años. Un amor oculto, gemidos contenidos maquillados sobre una máscara de falso pudor.

La ira inunda sus ojos, tanto perdido en el camino, para esto, cuanta mentira en su boca al cantarte tú y yo, yo y tú.

Se dejo caer en el sillón de ella, el sillón que la abraza cada día, amoldado al contorno de su cuerpo, al hacerlo su olor le hiere.

Cuando la noche daba paso a un nuevo día, Eloísa regreso envuelta en felicidad, lo había decidido, si le diría que ya era hora de que el volara solo, de que se marchara de casa. Buscara amigos, amigas, una mujer, le pediría que se independizara, ella necesitaba vivir, necesitaba mostrar al mundo su amor, no había nada ni nadie que se lo impidiera ya muerta Jacinta, la mujer de Ezequiel, eran libres, por fin eran libres.

Al entrar en casa fue directa a la habitación de Tomás, lo encontró dormido. Tranquila se fue también ella a descansar, había sido un día muy largo. Mañana hablaría con su hijo.

Bien entrada la mañana, la encontró Marisa, la asistenta, fue a llamarla,  al ver que no respondía la movió, un grito sobresalto a los vecinos. Eloísa estaba muerta.

LA MUERTE DULCE había entrado en la casa, decían unos y otros. 

Llegaron los exterminadores.

Cuando llega a un lugar deja rastro, comentaban asustados los vecinos. 

¡Pobre Eloísa!, fue enterrada sola, de su hijo nadie sabía nada.


martes, 7 de febrero de 2012

01/10/2012 - OH MANI PADME HUM





01/10/2012 - OH MANI PADME HUM






No encuentro la manera de explicar lo que sucedió aquel 1 de octubre de 2012. Despavoridos corrimos sin parar durante horas. ¿De que escapamos?  ¡Escapamos del caos!  Nuestro ego y nuestra vanidad alimentada por un consumo enfermizo hicieron que cada vez más no desligáramos de la humildad y la compasión por nuestra raza y nuestro  mundo. ¿Dónde íbamos? No estábamos seguros, pero según una antigua leyenda detrás de aquellas montañas vivía un sabio Maestro quien conocía el secreto para alcanzar la felicidad.

El camino se hizo interminable, las montañas era tan altas que se confundían con el firmamento. Finalmente avanzamos por un empedrado de grandes árboles y ahí estaba nuestro guía esperándonos.  Una pequeña linterna ardía ante él, las aves revoloteando, la tapaban a ratos.  Sus pupilas llameantes nos envolvieron, y sus cabellos canos y largos se enredaron con los nuestros en un fraternal y caluroso abrazo de bienvenida.

-Soy Nenúfar.  Bienvenidos, ésta es su casa- dijo el anciano. Les he preparado una riquísima cena y  luego han de dormir. El día comienza temprano aquí.-

La casita era humilde, sus paredes de madera estaban pintadas de azul y rosado. Los muebles eran rústicos pero artísticamente diseñados.  Nos llamó la atención un bouquet de lotos morados recién cortados que se encontraban en una mesita de nuestra habitación. Tal era la fragancia que expedían que nuestras cabezas cayeron profundamente dormidas hasta el día siguiente.

Era de madrugada cuando Nenúfar nos despertó.  El canto de un gallo vibró en el aire y a seguidas otros respondieron.  Mientras caminábamos por el valle sentíamos como el rocío nos humedecía los pies descalzos.  El anciano, nos había advertido de no pisar las flores que aun dormían esperando a que el hada Aurora con su varita de virtud las despertara.  Al rato vimos como un destello de luz caía sobre el césped y las alondras se levantaban gorjeando de entre las flores.  Las abejas atareadas e infatigables aprovecharon para libar el zumo de las flores recién abiertas.  A un extremo de la rama de un árbol un pájaro dormía con la cabeza debajo del ala, y unos petirrojos apretujados uno contra los otros ensayaban una melodía matinal. El horizonte se iluminaba, y en la blancura del alba, divisamos rebaños de ovejas que eran llevadas a beber a un arroyo que serpenteaba campos abajo.  Al otro extremo se encontraba un  lago imponente invadido por lo que a distancia parecían manchas verdes y blancas.
-Aquel lago es vuestro destino- dijo el buen hombre, acariciando su barba.
Durante el largo trayecto íbamos en silencio como si estuviéramos bajo un hechizo. Cuando llegamos Nenúfar nos impuso las manos sobre la cabeza. Sentimos una energía subiéndonos desde debajo de los pies por todo el cuerpo, hasta por encima de la cabeza y luego bajando por los brazos hasta las manos.
Las manchas que desde el tope de la montaña habíamos visto eran blancas y fragantes flores de loto. En la orilla del lago un pavo real de pechuga azul añil gritó desplegando su cola de discos dorados mientras el buen hombre nos decía:
 Zambúllanse, no teman, dentro de estas benditas agua vive el Maestro, él los espera.
En las profundidades del lago, a más profundidad  cánticos celestiales, himnos alados, música del cielo, se engarzaban  como una tromba de luz y sonido. Una flor de loto inmensa, color blanco, cuyos pétalos se movían al vaivén de las aguas se abría y cerraba invitándonos a entrar.  Impulsados por una corriente de energía entramos y en el centro de la flor sentado en un trono estaba el Maestro.  Vestía de color púrpura y una capa bordada en pétalos multicolor.  En su pelo cano descansaba una corona de hojas de loto.  Sus ojos verde jade resplandecían como esmeraldas; su piel era de nácar.
-OM MANI PADME HUM-(Mantra: Se aclama a la Joya en el loto)  Su voz retumbaba como un eco; pero era tierna y dulce. Atentos escuchamos como las flores de loto nos daban el secreto de los grandes maestros.

Alzad vuestros corazones del fango
con tallo fuerte hacia la luz
sean como nosotros
pétalos delicados, fragantes y sencillos.

Manténganse sujetos a sus centros, a sus corolas.
Que las gotas de rocío que les acaricia cada mañana
sea luz y albergue para aquellas abejas
y mariposas que quieran libar
el néctar de sus flores.

Cuando salimos de aquellas aguas nos miramos los unos a  los otros, nos sobrecogía una inmensa felicidad. Éramos distintos habíamos dado un salto cuántico hacia una consciencia mas humana y verdadera. Una nueva leyenda se había escrito el 1 de octubre de 2012.

domingo, 5 de febrero de 2012

17/09/2012 - Inmortalidad perdida





17/09/2012 - Inmortalidad perdida



 



CAPITULO I

Llevaba años trabajando en aquel yacimiento del casco antiguo de Barcelona y nunca imaginó que aquellos restos materiales fosilizados,  de vida humana ya desaparecida,  la hubieran llevado a aquel resultado tan sorprendente;  sus estudios estaban en la última fase de investigación, aquellos fósiles de alto valor paleontológico, clasificados para su comercialización, demostraron tener los resultados más eficaces jamás conocidos  en los laboratorios de biología. Un rotundo éxito científico y tecnológico.

Descubrió el secreto de la vida en aquella minúscula molécula, aquello que tantos científicos estudiosos  habían soñado encontrar. Siempre el ser humano ha querido sobrevivir, frenar el envejecimiento, llegar a la longevidad en plenas facultades y Anne Jhorben Reicarth, encontró el camino llegando a las comprobadas y  certeras conclusiones, que  basadas en el método científico, conferían a su descubrimiento la propiedad de único.

Había procesado en el laboratorio aquel "nummulites" de la Era Cenozoica,  del que estrajo la molécula AJR59 que daba vida a aquel gusano  microscópico, el llamado "Mureropodia apae", encontrado en la roca caliza;  el cultivo llevaba meses y ese preparado,  catalizado con Acetato de plomo y  neutralizado con glicerol,  que confería al elixir un sabor dulzón agradable estaba preparado y no daba lugar a dudas, que la reacción en cadena de la polimerasa, evidenciaba,  que  con un índice de fallo del 99'99% los resultados eran excelentes:  ¡el hombre sería inmortal!.

Había donado todos sus conocimientos al servicio de la humanidad, no sin antes solucionar la idea de la inmortalidad. Conociendo la condición humana de ambición y codicia, reguló minuciosamente la distribución del elixir  para que llegara a todos los continentes, sin que mediaran (como es habitual) los intereses de los más poderosos,  y  ultimó las bases de la creación de la altruista fundación  ONNC (Organización de Nuevas normas de Convivencia) a través de la cual los seres humanos que ingerían el elixir, además de inmortales se tornarían absolutamente respetuosos con sus semejantes y con el planeta tierra.

CAPITULO FINAL

Descansaba tras una larga jornada de trabajo cuando en su computadora por video-conferencia saltó la alarma;  al parecer las previsiones de las profecías de los Mayas se estaban cumpliendo, el caos y la destrucción al otro lado del Atlántico había empezado a acontecer.
El  equipo de su amigo, el más prestigioso científico estadounidense Jhosep Vincent, intimo colaborador de la doctora del Nobel Carol Greider con quien había estado trabajando intensamente en los últimos tiempos,  no podía impedir  la activación del  virus VMH-07,  causante de la "muerte dulce" y su propagación incontrolada y letal ya era una desoladora realidad.

Anne, y sin tiempo que perder, se disponía a poner en marcha todos los mecanismos de distribución del elixir Revital©AJR porque no dudaba que era la única esperanza ante los fatales acontecimientos que se avecinaban;  intentó ponerse en contacto con su laboratorio, pero no respondía nadie al teléfono, decidió acercarse sin tiempo que perder;  apresuradamente bajó las escaleras de su dormitorio cuando le sobrevino una somnolencia súbita,  al llegar al salón encontró a su marido postrado en el sillón, con una extremada palidez,  se sentó su lado,  le cogió de la mano, él sonrió cerrando los ojos,  es entonces cuando tuvo la certeza de que el virus de "la Muerte dulce" les había infectado... y Anne, sin fuerza para evitarlo, comprendió que era el final.

jueves, 2 de febrero de 2012

31/08/2012 - El hijo del notario


 

 31/08/2012 - El hijo del notario





“A quien madruga Dios le ayuda”. Para Rogelio Maldonado Llorens no había mejor refrán que reflejara la actitud que todos esperaban que él tomara ante la vida.

Educado desde bien niño bajo una estricta disciplina, siempre trataron de inculcarle los más altos valores como la puntualidad, la educación y el rigor. Su padre, Don Vicente Maldonado y Piquer reputado notario, murió cuando él sólo tenía ocho años, víctima de un infarto al salir de su propia notaría en el centro de la ciudad.

Su madre, Doña Amparo Llorens Ibáñez, con el corazón envuelto en un luto ya permanente, no tuvo más remedio que vender la parte de la notaría al socio de su marido, paso obligado para afrontar las numerosas deudas heredadas de su esposo el notario, fruto de un excesivo y secreto interés por el juego y la vida disipada. 
Doña Amparo se dedicó en cuerpo y alma en dar la mejor educación a su hijo. Lo matriculó en los más selectos colegios estrictamente privados y católicos que pudo encontrar. El dinero ya nunca fue un problema. Muchos clientes y amigos de su difunto esposo estaban encantados de devolverle algunos de los muchos favores que en vida de éste contrajeron. Doña Amparo siempre fue muy discreta con  los documentos minuciosamente guardados en la secreta caja fuerte que un día encontró por sorpresa.    

El joven Rogelio, marcado por la inesperada muerte de su padre, mostró siempre un impenetrable halo fatalista y algo taciturno que arrastró toda su vida, era un estudiante mediocre pero voluntarioso como pocos. Logró entrar en la universidad y conseguir, tras siete años de duro empeño, su licenciatura de derecho. El sueño de Doña Amparo de que su hijo recuperara la notaría perdida estaba más cerca. Fue entonces cuando, tras una reveladora charla con el antiguo socio de su finado esposo, consiguió que lo contrataran como pasante en el despacho.
Era Rogelio un hombre alto y extremadamente delgado, de rostro adusto y mirada escurridiza que, unido a la pronunciada calva que lucía desde muy joven y a que siempre iba impecable y elegantemente trajeado, le confería un aspecto frágil y bondadoso. Era amable y exquisitamente educado pero algo huraño y frío en el trato y su excesiva timidez, rayando en lo paranoico, creaba cierta aversión entre quienes no lo trataban con asiduidad. Nunca tuvo amigos conocidos a excepción de algún compañero ocasional por motivos laborales o de estudio. Tampoco jamás se le conoció relación con mujer alguna.

Cuando no trabajaba o tras acabar las horas de estudio reglamentadas por Doña Amparo, Rogelio se encerraba con llave en su estudio durante horas. Allí, aislado de legajos, documentos y libros es donde se sentía realizado y el mundo que creaba se convertía en verdaderamente el suyo.
Rodeado de  su proyector y de cientos de películas del Hollywood clásico, Rogelio hacía algo más que visionarlas, las rememoraba, las interpretaba, las vivía. Sabía de memoria los diálogos de prácticamente todas ellas. Disponía de un gran vestidor, discretamente oculto, donde  guardaba infinidad de trajes de los personajes de aquellas películas, muchos de ellos valiosos originales comprados a coleccionistas y en subastas. Le fascinaba vestirse de mujer y encarnar a los grandes personajes; a la Garbo de Anna Karenina o la Marlene Dietrich de el Ángel Azul. Rogelio no se consideraba homosexual, en realidad no sabía si lo era o no, tampoco le importaba, su travestismo no era más que la estimulante manera de identificarse con los personajes que interpretaba.

Ese día no veía llegar el momento de terminar su trabajo en el despacho. Llevaba ya varias horas que no se encontraba bien, tenía una extraña sensación, pero no era raro que en ocasiones se sintiera nervioso cuando le esperaba una velada especial y hoy era la noche de la diosa.
Después de cenar con su madre, subió a su estudio, se aseguró de cerrar con llave  y se dispuso a disfrutar del gran momento. Ya lo había vivido otras veces, pero cada una de ellas siempre era diferente. Con cuidado colocó en el proyector “El Crepúsculo de los Dioses”, luego, de una manera ceremoniosa se fue vistiendo y maquillando como su admirada Gloria Swanson. La película se empezó a proyectar llenando la estancia de deslumbrantes y tintineantes luces y sombras y Rogelio, envuelto en una atmósfera decadente e irreal, interpretó cada escena y cada diálogo como la mejor obra de su vida.   
Cuando llegó el momento cumbre, Rogelio ya no existía, era la propia Norma Desmond quien bajaba aquellas escaleras imaginarias mientras con un intenso gesto dramático recitaba, dirigiéndose a su propio público admirador, el inmortal diálogo de la estrella:

"Estoy muy contenta Sr. De Mille, ¿le importa que diga unas palabras?.. Gracias. Solo quiero decirles a todos cuanto me alegro de estar en los estudios otra vez. No saben cuanto los he echado de menos. Prometo no volver a abandonarles, porque después de Salomé, haremos otra película y después otra. Es mi vida y siempre lo será... No existe nada más, solo nosotros, las cámaras, y toda esa gente maravillosa en la oscuridad... Sr. De Mille, estoy preparada para mi primer plano”.

Y fue en ese momento casi sobrenatural cuando Rogelio cayó fulminado por un fuerte dolor en el pecho. Horas después, cuando lograron entrar en la habitación, su madre pudo comprobar que aquel hombre extrañamente vestido y maquillado de mujer en una sala oscura y con un proyector de cine emitiendo luz blanca, era su hijo y que su rostro inmóvil mostraba una mueca serena y feliz como pocas veces en su vida le había visto.

Rogelio Maldonado Llorens, murió aquella tarde de un infarto fulminante, igual que le ocurriera a su padre. Tenía treinta y un años.
Al día siguiente su muerte fue noticia en todos los noticiarios y en la mayor parte de los periódicos del país. Lo extravagante del caso levantó una gran expectación en todos los medios. Durante varios días no se hablaba de otra cosa. Su vida fue desmenuzada y pasó a formar parte de todas las tertulias del corazón y de la de sucesos. Rogelio, hombre discreto  como pocos, se convirtió, sin pretenderlo, en una celebridad como todas aquellas estrellas a las que con tanto afán revivía.

Dos semanas más tarde, Doña Amparo a quien ya la cabeza se le había ido definitivamente, comprendió a medias que su hijo la había dejado sola y fue en uno de los escasos momentos de lucidez, o quizás no, que encargó que colocaran en la entrada de la cripta familiar donde estaban enterrados su marido y su hijo, una inscripción con
Una misteriosa frase que decía:

“El corazón tiene razones que la razón no entiende”