jueves, 21 de junio de 2012

Jueves Relato - 13/12/2012 - El Prado

 En este jueves que quiere hablar de ser y sentir al grupo, yo he querido participar con un relato alegórico a mi primera vez en los jueveros. Fue con un relato múltiple que me sirvió para inaugurar este blog "Las Crónicas de la Muerte Dulce", por eso he querido hacerlo desde la base y el espíritu de las propias crónicas, por lo que espero entendais el sentido algo fatalista de la historia. A esta primera vez  y a todos vosotros va dedicado.

 
13/12/2012 - El Prado


Fue al sentir aquel intenso cosquilleo en las manos cuando realmente tomó conciencia de que el fin ya estaba cerca.
En los últimos meses y muy lentamente había ido siendo testigo de cómo todos fueron marchándose. Su familia, sus amigos, todos, a la mayoría se los llevó la muerte dulce, otros, impacientes, no quisieron esperarla. Ahora le había alcanzado a él.
Durante muchas y largas horas estuvo acurrucado en el rincón de su habitación, antes compartida y tan llena de vida y ahora vacía y silenciosa. Tenía miedo y lloró por su desgracia, que era la desgracia de la propia humanidad. Y fue entonces, consciente de su soledad, de aquella impenetrable y angustiosa soledad que le rodeaba, cuando se dio cuenta de que ahora más que nunca, necesitaba el calor y la cercanía de otros seres humanos.
Sin pensarlo demasiado salió a las desoladas calles y buscó desesperadamente un coche que funcionara. El suyo hacía tiempo que se había quedado sin gasolina y conseguirla ya era imposible desde hacía muchas semanas. Cuando lo encontró condujo con desesperación. Desde los primeros tiempos de la propagación de la plaga, corría el rumor de que grupos de personas se reunían en un lugar llamado “El Prado” para despedirse confraternizados.
Quería, necesitaba desesperadamente creer en esa leyenda, deseaba con todas sus fuerzas que existiera un lugar como ese, no podía comprender que todo terminara así, en el más absoluto vacío y abandono. Durante los últimos tres días no había hablado ni visto a nadie y necesitaba desesperadamente el calor y el abrazo humano más que ninguna otra cosa. No le importaba morir, pero de repente la posibilidad  de hacerlo, sólo y en un mundo que ya no existía, le ahogó hasta casi paralizarle la respiración.
    
Condujo durante varias horas sin saber muy bien cuanto ni hacia donde, únicamente sabía que tenía que dirigirse al sur. Finalmente, cuando ya desesperaba, encontró un gran valle y en todo su alrededor… PERSONAS. Emocionado dejó el coche y echó a correr. Cuando se acercó pudo comprobar que apenas había un centenar que paseaban por la hierba y entre los árboles. Todos iban cogidos de la mano y en pequeños grupos, unos más grandes, de hasta ocho o diez personas, otros simplemente eran parejas, pero ninguno caminaba solo. Nadie gritaba, tampoco se oían rezos desenfrenados, no se escuchaban súplicas ni maldiciones, simplemente eran hombres y mujeres, también niños, algunos llevaban sus mascotas que sin duda les sobrevivirían, que hablaban o jugaban y sobre todo esperaban lo que era inevitable.

Una joven de unos veinte años y un hombre de aproximadamente sesenta se le acercaron y le ofrecieron sus propias manos - ¿Te ha alcanzado la muerte dulce? – preguntó con suavidad el hombre. - Hace ya unas quince horas – respondió él.
Por los claros ojos de la joven resbalaron algunas lágrimas, pero ninguno de los dos  dijo nada, simplemente le cogieron de la mano y los tres comenzaron a caminar juntos y lentamente por entre la hierba.
Durante solo unas pocas horas en el atardecer de aquel jueves pudo pasear entre los árboles cogido de la mano con aquellos dos desconocidos, pero lo verdaderamente maravilloso fue que ya nunca, en ningún momento  tuvo miedo ni volvió a sentir la soledad.