domingo, 23 de septiembre de 2012

23/09/2012 - Un tiempo eterno







 23/09/2012 - Un tiempo eterno





 

Durante el inicio del éxodo y tras el accidente el grupo se había escindido, Irene se encontraba acompañada de su padre y con su hijo pequeño en brazos durmiendo plácidamente pero su marido y su madre  se habían esfumado junto con otros cuantos viajeros, el grupo se temía lo peor aunque de vez en cuando podían escuchar algunas palabras ininteligibles en la lejanía  que les ayudaban a mantener la esperanza.  Fuertemente abrazada por su padre al tiempo que ella lo hacía con su hijo sus miradas se decían todo lo necesario sin necesidad que mediara palabra entre ellos, ella era una madre muy joven y su padre bien podría haber pasado por su maduro marido, algo que se estilaba mucho entre hombres que contraían un segundo matrimonio tras el divorcio pertinente, el resto de los viajeros parecían estar pendientes de aquel bello trío.

- Papá, papá, - gritó Irene asustada - mira  el niño se está esfumando. - 
- ¡Qué cosas dices hija!
- Que si, que si, que cada vez siento menos su peso
- Pero si lo veo igual que siempre y además duerme como un bendito, anda déjame tomarlo en mis brazos para que puedas descansar un rato.
Al instante de cogerlo notó que, efectivamente, el niño parecía haber disminuido de peso, pero como también se sentía somnoliento pensó que sería producto del agotamiento de sus sentidos tras el accidente.   
Irene dejó caer con cierta brusquedad su cabeza sobre el pecho de su padre y entró como en una especie de trance, se sentía agotada y necesitaba descansar al menos unos minutos.

Ya vuelve, ya vuelve, no dejéis de masajearle el corazón decía aquel médico bajo la luz del quirófano.  Tras aquel aciago accidente aéreo su hospital había sido "tomado" por ambulancias diversas que traían a  los supervivientes, aparentemente la mitad del pasaje. Entre ellos se encontraba una criatura de corta edad protegido por dos cuerpos que le habían salvado  la vida aunque le hubieran medio asfixiado,  el de una mujer joven y un varón maduro, el niño bajo la madre y ésta bajo el torso del hombre.
- Respira, ya respira, se ha salvado-  se escuchó exclamar desde el quirófano.

Es como si aquel grito hubiera despertado de golpe a la joven, 
- Papá, papá donde está mi niño, ¿no te lo había dado? Papá, papá ¿no me escuchas?, papá, papá, despierta. 

El padre abrió medio ojo y abrazó a su hija con enorme cariño,  - Ven conmigo mi niña que del bebé ya se encargará  tu madre, ya sabes lo bien que se le da.  Nosotros  vamos a descansar otro rato,-  y pensó para sus adentros -, un rato eterno cariño mío, un rato eterno pero juntos como siempre, como cuando eras pequeña.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

05/12/2012 - Una sonrisa verdadera








       05/12/2012 - Una sonrisa verdadera










Gustavo limpió su rostro para secar el sudor, se echó el cabello hacia atrás y lo tapó con su viejo gorro de ducha; con la desgastada esponja se embadurnó completamente la cara de polvo blanco y su rostro empezó a tomar un curioso aspecto entre frágil y melodramático, Luego se dispuso a  perfilar sus ojos con el delineador negro. Se dio cuenta que iba a ser una tarea difícil; unas inoportunas lagrimas amenazaban con arruinar la delicada labor de maquillaje. ¡Que tópico! – pensó haciendo una patética mueca. Un instante después se derrumbaba abrazado a su solitaria pena. Por unos breves segundos creyó que no podría seguir, sollozando se miró las manos, le temblaban tanto que casi era incapaz de controlarlas.  

- No eres el único que sufre pero si el único que alegra – le espetó su propia imagen  desde el espejo. 

Sobreponiéndose cogió los polvos de talco y comenzó a empolvarse la cara de una manera briosa, casi con violencia, para evitar que todo se descorriera, luego dibujó su boca y finalmente coloreó sus mejillas. Cuando se colocó la peluca naranja en la cabeza y la bola roja en su nariz, una emoción distinta le recorrió la sangre y se sintió dispuesto para afrontar la última función. La máscara de payaso una vez más le servía para aislar su verdadero rostro. Gustavo había dejado de existir. 

Gelsomín salió del cuarto, con dificultad y a oscuras fue abriéndose paso por entre el dantesco paisaje que mostraba el desolado pasillo. Con sus enormes zapatones caminaba despacio pisando enormes cantidades de gasas deshilachadas, botellas de suero despanzurradas, carpetas con historiales médicos, radiografías y multitud de medicamentos desparramados por el suelo, cada poco tenía que ir sorteando cuerpos y apartando camillas o sillas de ruedas cuyos ocupantes nunca pudieron encontrar cura para la atroz y silenciosa muerte dulce, la misma que ya lo esperaba a él.

Se sentía nervioso, tanto como el día que decidió hacer feliz a su propio hijo vestido de clown. Gelsomín caminaba con la vista al frente, ya no quiso mirar hacia atrás y por fin el payaso llegó a la única puerta de la que salía luz en toda la planta. Durante unos segundos se paró; luego, mirando al cielo cerró los ojos y tomó aire, lo hizo tan profundamente que la nariz de goma a punto estuvo de caerle al suelo.
Fue cuando de un salto entró en la habitación del ajado hospital infantil que los dos únicos niños que allí había le miraron incrédulos y sorprendidos: 

- ¡Bueeeeeenos díaaaaaas!, ¿quien de ustedes quiere una sonrisaaaaaaaaaa? 

- ¡Yooooooo! - Gritaron al unísono.  

Sus ojos en ese instante irradiaban tanta luz como la estrella más brillante del universo.




lunes, 3 de septiembre de 2012

07/10/2012 - Sentir la muerte dulce







07/10/2012 - Sentir la muerte dulce
 






Era consciente de que la muerte dulce llamaría a su puerta, pero lejos de pensar en un triste final, sentía que era un alivio arrebujarse entre sus brazos, rodearse de ese misterio que representa el vacío, el eterno silencio, la nada y dejarse llevar definitivamente hacía la serenidad.

Repasaba mentalmente sus últimos meses,  reteniendo el recuerdo de las personas que le habían acompañado; quería despedirse de todos y de cada uno de ellos, porque empezaba a sentir un cansancio extremo. En su estudio, frente al ordenador, su lugar habitual, testigo de su ingenuidad, recorría en pensamiento la lista de esa buena gente con la que había disfrutado.

Recordó a sus jóvenes seguidores que lavaban la ropa en la lavadora de los sueños, a su amiga de unir puentes solidarios entre los más desfavorecidos, recorrió la granja de Villarochel sintiendo el gorgorito de aves queridas revoloteando a su alrededor; recordó el hablar familiar llano y sencillo de aquella mujer viajera, madura y sensata, de la que aprendió a comerse el tiempo para que no fuera a escaparse, sin darse cuenta, como se escapa apresuradamente la vida; recordó aquel cobijo en donde se refugió con palabras bien escritas que la apoyaron cuando las necesitó; viajó con su mente sobre el mar, posando su mirada en aquel faro, cuya luz serena le había iluminado en momentos oscuros; suspiró recordando al hombre sensible que cada día escribía mejor y el eco de sus palabras cuando no quería que nada le salpicara y entorpeciera  en el camino a  esa colina de sueños; sonrió pensando en los buenos momentos pasados con aquella vital mujer y sus esotéricos pensamientos, que le habían hecho reflexionar sobre el destino o la casualidad; recordó los escritos sinceros de quien estuvo a su lado en momentos difíciles.

Retenía sosegadamente los bellos instantes vividos, cuando de pronto... palideció. Se vio en la cuneta como un fardo envuelto en papel de desprecio y desaire, en ese mismo instante se abrió la puerta de su estudio.... Venían para llevarse todo el material informático: ordenadores, disco duro, impresora, accesorios, etc., porque había prometido finalizar esa etapa virtual para dedicarse a otras actividades. 

Sintió paz en el silencio, calma en la nada.

Cerró los ojos y se abrazó a esta muerte dulce que tanto había deseado para liberarse de ataduras inútiles y estériles.