domingo, 21 de octubre de 2012

05/09/2012 - Atrapados en las nubes




     05/09/2012 - Atrapados en las nubes





Me recuesto en el asiento. Intento buscar una postura para dejar de notar el entumecimiento en las piernas. Llevo casi cuatro horas sentado sin moverme y aún quedan aproximadamente cinco más… A mi lado, una señora mayor, con arrugas por todas partes, un vestido de lo más hortera y toda enjoyada, ronca como un oso invernando. Y sí, sus proporciones físicas se aproximaban bastante a las de un oso. Llevo cuatro horas sentado porque dicha señora lleva dormida desde que empezó el viaje y, como soy tonto, me sabe mal despertarla.

¡Quien me mandaría a mi irme de viaje hasta Miami, con lo bien que estaba yo en mi casita de Madrid! Eso solo se lo debo a mi, desde hace una horas, nada querido amigo Carlos por ponerme la miel en la boca sin avisarme de las consecuencias. Y aquí estoy yo ahora, rodeado de jubilados, parejas recién casadas y niños tocapelotas en un viaje de diez horas, en un avión claustrofóbico a no sé cuantos kilómetros del suelo. Bueno, del suelo, no. A no sé cuantos kilómetros de distancia del agua, porque si me asomo a la ventana, veo el mundo ahí debajo acuoso y de color azul. El Océano Atlántico rodeándonos por todas partes en todo su esplendor.

Un fuerte golpe en el avión me hace volver de mi ensimismamiento. La señora se despierta bruscamente y me pregunta que pasa. Yo miró en todas direcciones. Todos los pasajeros parecen nerviosos y al igual que yo, buscan a las azafatas con la mirada.

Aparece una de ellas, con su traje de chaqueta negro y su horrible gorrito a juego, con la frente perlada en sudor nos intenta tranquilizar con unas cuantas palabras que suenan nerviosas, huecas y uniformes, como un robot al que le han enseñado a decir un puñado de frases y las suelta de retahíla… Algo va mal.

De repente, unas tres filas de asientos por detrás del mío, se oye un grito. Me levanto sobre mi asiento y hecho un vistazo. Una mujer está llorando, medio enloquecida, y se levanta de su asiento para alejarse de su compañero. El hombre tiene los ojos abiertos de par en par, pero no ven. Desde esa distancia sé, sin acercarme, que ese hombre está muerto. La histérica mujer comienza a decir a voz en grito que su marido no respira.

El caos se apodera del avión. La azafata rompe a llorar, los niños rompen a llorar y la mujer-oso, a mi lado, rompe a llorar. Yo no lloro, pero me inquieto. Observo a la azafata, ahora acompañada por otra que acaba de salir de la cabina de los pilotos. Ambas están en estado de desesperación. Me levanto como puedo, esquivando a la vieja, y me acerco a ellas. Intento tranquilizarlas, aunque es del todo imposible, y me entero, entre susurros entrecortados y llantos desgarrados, que los pilotos, ambos, están inconscientes en la cabina de mandos.

Noto que me entran sudores fríos y, dejando de lado las normas, entro por la puerta que da a la cabina. Las azafatas no me lo impiden.

Allí están los dos. Vestidos con sus uniformes y recostados en sus asientos. Uno de ellos tiene la mano derecha aferrada a la muñeca izquierda y tiene los ojos cerrados. Sin embargo, el otro piloto tiene los ojos abiertos, con una expresión de sorpresa que me deja helado. Inmediatamente, pienso en el hombre que acaba de morir ahí fuera.

Ya sé que el piloto número dos está muerto, pero aún así le tomo el pulso. Aún está caliente, así que debió fallecer hace escasos minutos. Con un poco de vana esperanza le tomo el pulso al primero y compruebo que, efectivamente, no oigo ni un latido dentro de él. Éste está más frío. Debe de llevar muerto al menos una hora. En mis cavilaciones, acabo por hacerme la idea de que pensaron que se había desmayado y no le dieron demasiada importancia para no alarmarnos a los pasajeros. La realidad ahora es que hace ya rato que el avión va con el piloto automático y sin nadie que lo gobierne.

Casi inmediatamente comienzo a sentir un cosquilleo en las manos, siento que me invade un terror irracional y salgo corriendo de la cabina. ¿Qué está pasando allí? ¿Por qué hay tres muertos en el avión? ¿Qué coño los ha matado?

El avión por dentro es un hervidero de gritos, histeria colectiva e insultos por doquier. Esto me da por pensar que la noticia de que volamos en dirección al mar, sin pilotos, se ha extendido irremediablemente. Las madres agarran a sus hijos, las parejas se abrazan entre si y yo solo pienso, en un ataque de locura momentánea, que soy gafe y que solo a mí podría pasarme que, con el miedo que le tengo a volar, me haya dejado convencer por mi ahora asqueroso ex-amigo Carlos, y dicho avión vaya estrellarse en cuestión de unas pocas horas.

Me siento en mi sillón y me pongo a llorar como un niño. Voy a morir encerrado en un avión. Vamos a morir todos. Estamos atrapados en las nubes y, en cuanto el combustible acabe, nos precipitaremos en caída libre vete a saber donde. Pienso en mi ex-novia y en el capullo al que creía mi amigo. Ahora ya no me parece tan grave que me pusieran los cuernos en mi propia cama. Pienso en mis padres, a los que dejé preocupados después de anunciarles este viaje relámpago para visitar a Carlos y a sus nuevas amiguitas. “Un viaje para pasarlo bien y conocer al bombón de Pamela, ¿no te encantaría conocer en persona a ese pibón?” me dijo. En este momento me da igual Pamela, me da igual Miami y me da igual todo. Solo desearía que todo fuera una aterradora pesadilla y que, al despertar, la señora que está a mi lado, siguiera roncándome estruendosamente al oído.

Me viene a la mente las escenas de tantas películas en las que alguien grita, “¿Hay algún médico en la sala?” y siempre aparece algun médico o algún piloto que los salva a todos; ahora comprendo que esas gilipolleces solo pasan en las películas, que nadie de los allí presentes tenemos ni puta idea de cómo funciona un avión.

Los cosquilleos de mis manos se hacen cada vez más insoportables y ahora también lo siento en las piernas. Ya no es un cosquilleo leve, ahora lo noto incesante, como miles de agujas clavándose poco a poco en mi piel. Noto los oídos algo embotados. Los gritos a mi alrededor parecen como amortiguados, como si estuviera escuchando desde detrás de un fino cristal. Intento relajarme, cierro los ojos e inspiro hondo y es entonces cuando noto la fuerte y palpitante presión en el pecho. Un dolor que me impide respirar y entonces, todo se vuelve negro…



miércoles, 17 de octubre de 2012

09/12/2012 - El antídoto




             09/12/2012 - El antídoto






Después de haber perdido a toda su familia por la muerte dulce, se había atrincherado en su laboratorio para encontrar el antídoto contra ese maldito virus que estaba asolando al mundo entero.  Algunos de sus colegas lo habían acompañado un tiempo, pero todos habían ido contrayendo la enfermedad y se había quedado completamente solo. 

No recordaba cuando había sido la última vez que había dormido profundamente. Se pasaba el día entero con la mirada pegada al microscopio, probando con distintos métodos para encontrar la cura. 

Unos días antes le  había tomado muestras de sangre a su último compañero, antes de que falleciera. Estudió cada movimiento, cada transformación celular, segundo a segundo y logró llegar a conclusiones bastante positivas. Pero le faltaba un paso más, solamente uno para detenerlo. Tenía que tomar la muestra en el momento exacto en que comenzaban los cosquilleos, unos segundos después ya sería tarde. Según sus conclusiones ese era el punto donde se generarían los anticuerpos que detendrían la expansión del virus al tejido celular. 

Sabía que iba a tener poco tiempo, pero ya había preparado el frasco de vidrio esterilizado con la posible vacuna y un informe sobre los presuntos resultados y el momento en el que había que aplicarla. Lo único que le faltaba era comenzar a sentir él mismo los cosquilleos para confirmar su teoría.

Se preparó un café para mantenerse alerta y se sentó frente al microscopio una vez más.

De repente empezó a sentir que se le dormían los pies, como pudo se levantó, tomó una jeringa y se extrajo varios tubos de sangre. Puso una nueva muestra en el microscopio y le colocó las gotas de antídoto que había preparado para inmunizarlo. El virus VHM-07 no le hizo caso, siguió en expansión.
La desolación se adueño de su alma que ya había perdido toda esperanza. El dolor en el pecho se le había vuelto insoportable. Dándose por vencido se recostó en la silla y se adormeció.

Cuando volvió a abrir los ojos,  una hora después, su cuerpo estaba casi paralizado. A rastras se inclinó en la silla y se asomó a mirar el microscopio por última vez.  El virus se había quedado inmóvil, atrapado y estaba reduciendo su tamaño. 
Había encontrado la cura, la vacuna que había preparado tenía que aplicarse en el momento exacto de los cosquilleos y el virus después de una hora de resistencia al fin se detenía. Eso era todo… Pero ya era tarde…

…Un sabor dulce le inundó la boca y el frasco de vidrio que había intentado alcanzar se resbaló de sus manos, ya casi inertes, haciéndose trizas y desparramando toda la solución que contenía sobre el informe que había dejado escrito.


Aportación de Sindel Avefénix del blog Palabras de Sindel

 

sábado, 13 de octubre de 2012

21/09/2012 - Una dulce muerte







21/09/2012 - Una dulce muerte





En nuestro mundo actual, existe una palabra nueva que aterra, que hace que tiemblen todas nuestras más sólidas convicciones, que se hundan todas nuestras esperanzas de vida y de felicidad, que nos hace incrédulos en Dios y en la fe cristiana, desagradecidos con la madre naturaleza y consigue que nos revelemos al destino, que perdamos la confianza en todo y en todos. Nuestra moral se tambalea, nuestro carácter se agria y todo se nos viene abajo solo de oír su nombre. Nadie se atreve a pronunciarlo nunca. Para nada. Solo oírlo produce un desagradable escalofrío. Impacta, impone, inflige.
Nos humilla, y nos puede desde todos los frentes, aunque a veces parece utilizar, una delicadeza y unas maneras completamente ajenas a sus propósitos. A su meta final. Al cumplimiento de su desafortunado trabajo, de su mayor dedicación, no hay que fiarse si viene disfrazada y sin su guadaña, porqué no tarda mucho en sacarla y enseñar a todos su furibundo poder. Su tenebroso objetivo: Llevarse con ella al desgraciado/da de turno.
Esto no parece la muerte dulce que asola, pero si que lo es. Seguro. Porque el que padece Alzheimer, no llega nunca a saber que esta condenado sin remisión, y si lo sabe no lo puede asimilar, ni comprende ni se pregunta el porque va a irse poco a poco, sin prisa pero sin pausa. Irremediablemente, sin sufrimiento, cada día un poco más a la orilla, un paso más hacia el precipicio, para mayor desesperación de sus seres queridos.
Pero el protagonista se va apagando como una vela prendida. En silencio, lentamente... tenuemente... dulcemente...


lunes, 8 de octubre de 2012

El principio del final







EL PRINCIPIO DEL FINAL








Siempre imaginé el final como un gran castillo de fuegos artificiales, lleno de luces y de ruidos, y ahora resulta que todo será silencioso, todo se irá apagando como una vela suspirada por un susurro, los científicos le llaman VMH-07 y La Muerte Dulce lo denomina la gente, no hay vacunas ni remedios que inmunice de tal mal. El ser humano crea y destruye, jugó a ser “El Creador”, la omnipresencia en el planeta, todopoderoso…
El tiempo se agota como se apuran las esperanzas, el pueblo se resigna, ya no hay rezos ni oraciones, las mezquitas, las sinagogas, las iglesias, los templos… están vacíos, el silencio y el mutismo en ellos se puede escuchar y acariciar.
Ya no suenan las balas ni las bombas, ya no hay luchas, ni guerras… la paz reina en la tierra. Solo quedaran los ríos, las montañas, los valles, los mares…, la naturaleza salvaje después de siglos de exterminio vence, el hombre pierde y desaparece, se extinguen, ya solo serán como los dinosaurios, fósiles de un mundo perdido.
La Muerte Dulce extiende su mando, no hay rincón por muy escondido que no visite, solo será cuestión de tiempo… el mundo es una catacumba y pronto una necrópolis.   

Aportación de Mamé Valdés del blog Tomara que tu viera