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PRÓLOGO
“… mensaje grabado y de difusión continua en determinadas frecuencias para todo el planeta, también ha sido enviado al espacio en forma de ondas de radio y en todas los lenguas conocidas de la Tierra, incluidas las lenguas muertas. El aparato que lo reproduce se alimenta de energía solar inagotable por cientos de años. El fin de ésta grabación es difundir y explicar, a posibles generaciones futuras y a cualquier ser que tenga capacidad de comprensión, las causas que han llevado a la aniquilación, probablemente total, de la Humanidad.
El 14 de agosto de 2012, un fallo durante la manipulación genética de un virus diseñado íntegramente en un laboratorio de alto secreto, provocó su propagación de forma incontrolada y letal. Se trata del virus VMH-07, más conocido como el virus de la muerte dulce. Se propaga por el aire, por contacto y por todo tipo de fluidos corporales, llegando a traspasar las mascarillas de uso habitual. Es el virus más potente y destructivo que haya conocido jamás la raza humana, incluso una simple conversación con un portador, es suficiente para contagiarse sin remedio. No se conocen excepciones y no se ha encontrado cura. En sólo tres meses ha exterminado a dos terceras partes de la población mundial.
El virus tiene un periodo de latencia de veinticinco días, sin que sea posible detectar su presencia en el organismo humano hasta que se vuelve activo, es entonces cuando su virulencia se torna rápida y mortal. En apenas treinta y dos horas culmina una destrucción masiva de todas las partes blandas del organismo, corazón, riñones, bazo, páncreas, hígado y pulmones. En aproximadamente la mitad de ese tiempo el corazón ya ha dejado de latir. En ningún momento los infectados dan síntomas de dolor, sólo unas ligeras punzadas en el pecho, semejante a un pequeño infarto, precedido por un insistente cosquilleo en manos y piernas como consecuencia de la deficiente circulación de sangre…”
EL
PRINCIPIO DEL FINAL
Siempre imaginé el final como un gran
castillo de fuegos artificiales, lleno de luces y de ruidos, y ahora resulta
que todo será silencioso, todo se irá apagando como una vela suspirada por un
susurro, los científicos le llaman VMH-07 y La Muerte Dulce lo denomina
la gente, no hay vacunas ni remedios que inmunice de tal mal. El ser humano
crea y destruye, jugó a ser “El Creador”, la omnipresencia en el planeta,
todopoderoso…
El tiempo se agota como se apuran las
esperanzas, el pueblo se resigna, ya no hay rezos ni oraciones, las mezquitas,
las sinagogas, las iglesias, los templos… están vacíos, el silencio y el
mutismo en ellos se puede escuchar y acariciar.
Ya no suenan las balas ni las bombas, ya no hay
luchas, ni guerras… la paz reina en la tierra. Solo quedaran los ríos, las
montañas, los valles, los mares…, la naturaleza salvaje después de siglos de
exterminio vence, el hombre pierde y desaparece, se extinguen, ya solo serán como
los dinosaurios, fósiles de un mundo perdido.
La
Muerte Dulce extiende su mando, no hay
rincón por muy escondido que no visite, solo será cuestión de tiempo… el mundo
es una catacumba y pronto una necrópolis.
Poema para un Apocalipsis
Cuando acabe todo
Cuando acabe todo lo que
conocemos,
y el todo sea la nada perdida en
la nada,
el vacío intangible de la no
existencia.
Cuando ya no tenga sentido la
vida,
ni el poder, ni el más fuerte, ni
el futuro, ni el éxito.
Y nos quede tan solo un instante
fugaz
en el que aferrarnos a lo que más
queremos
y apretarlo tan fuerte contra
nuestro pecho
que apenas quede espacio para ese
frío suspiro
que nos arranca el alma y hace
dulce la muerte.
Cuando acabe todo lo que
conocemos,
quedaremos tú y yo para siempre
y un amor eterno.
Las Crónicas de la Muerte Dulce
(Aportación de José Vte. García del blog Ya que digo...)
“A quien madruga Dios le ayuda”.
Para Rogelio Maldonado Llorens no había mejor refrán que reflejara la actitud
que todos esperaban que él tomara ante la vida.
Educado desde bien niño bajo una
estricta disciplina, siempre trataron de inculcarle los más altos valores como
la puntualidad, la educación y el rigor. Su padre, Don Vicente Maldonado y
Piquer reputado notario, murió cuando él sólo tenía ocho años, víctima de un
infarto al salir de su propia notaría en el centro de la ciudad.
Su madre, Doña Amparo Llorens Ibáñez,
con el corazón envuelto en un luto ya permanente, no tuvo más remedio que
vender la parte de la notaría al socio de su marido, paso obligado para
afrontar las numerosas deudas heredadas de su esposo el notario, fruto de un
excesivo y secreto interés por el juego y la vida disipada.
Doña Amparo se dedicó en cuerpo y
alma en dar la mejor educación a su hijo. Lo matriculó en los más selectos
colegios estrictamente privados y católicos que pudo encontrar. El dinero ya nunca
fue un problema. Muchos clientes y amigos de su difunto esposo estaban
encantados de devolverle algunos de los muchos favores que en vida de éste
contrajeron. Doña Amparo siempre fue muy discreta con los documentos minuciosamente guardados en la secreta
caja fuerte que un día encontró por sorpresa.
El joven Rogelio, marcado por la
inesperada muerte de su padre, mostró siempre un impenetrable halo fatalista y
algo taciturno que arrastró toda su vida, era un estudiante mediocre pero
voluntarioso como pocos. Logró entrar en la universidad y conseguir, tras siete
años de duro empeño, su licenciatura de derecho. El sueño de Doña Amparo de que
su hijo recuperara la notaría perdida estaba más cerca. Fue entonces cuando,
tras una reveladora charla con el antiguo socio de su finado esposo, consiguió
que lo contrataran como pasante en el despacho.
Era Rogelio un hombre alto y
extremadamente delgado, de rostro adusto y mirada escurridiza que, unido a la
pronunciada calva que lucía desde muy joven y a que siempre iba impecable y
elegantemente trajeado, le confería un aspecto frágil y bondadoso. Era amable y
exquisitamente educado pero algo huraño y frío en el trato y su excesiva
timidez, rayando en lo paranoico, creaba cierta aversión entre quienes no lo
trataban con asiduidad. Nunca tuvo amigos conocidos a excepción de algún
compañero ocasional por motivos laborales o de estudio. Tampoco jamás se le
conoció relación con mujer alguna.
Cuando no trabajaba o tras acabar
las horas de estudio reglamentadas por Doña Amparo, Rogelio se encerraba con
llave en su estudio durante horas. Allí, aislado de legajos, documentos y
libros es donde se sentía realizado y el mundo que creaba se convertía en verdaderamente
el suyo.
Rodeado de su proyector y de cientos de películas del Hollywood
clásico, Rogelio hacía algo más que visionarlas, las rememoraba, las
interpretaba, las vivía. Sabía de memoria los diálogos de prácticamente todas
ellas. Disponía de un gran vestidor, discretamente oculto, donde guardaba infinidad de trajes de los personajes
de aquellas películas, muchos de ellos valiosos originales comprados a
coleccionistas y en subastas. Le fascinaba vestirse de mujer y encarnar a los
grandes personajes; a la Garbo
de Anna Karenina o la
Marlene Dietrich de el Ángel Azul. Rogelio no se consideraba
homosexual, en realidad no sabía si lo era o no, tampoco le importaba, su
travestismo no era más que la estimulante manera de identificarse con los
personajes que interpretaba.
Ese día no veía llegar el momento
de terminar su trabajo en el despacho. Llevaba ya varias horas que no se
encontraba bien, tenía una extraña sensación, pero no era raro que en ocasiones
se sintiera nervioso cuando le esperaba una velada especial y hoy era la noche
de la diosa.
Después de cenar con su madre,
subió a su estudio, se aseguró de cerrar con llave y se dispuso a disfrutar del gran momento. Ya
lo había vivido otras veces, pero cada una de ellas siempre era diferente. Con
cuidado colocó en el proyector “El
Crepúsculo de los Dioses”, luego, de una manera ceremoniosa se fue
vistiendo y maquillando como su admirada Gloria Swanson. La película se empezó
a proyectar llenando la estancia de deslumbrantes y tintineantes luces y
sombras y Rogelio, envuelto en una atmósfera decadente e irreal, interpretó
cada escena y cada diálogo como la mejor obra de su vida.
Cuando llegó el momento cumbre,
Rogelio ya no existía, era la propia Norma Desmond quien bajaba aquellas
escaleras imaginarias mientras con un intenso gesto dramático recitaba,
dirigiéndose a su propio público admirador, el inmortal diálogo de la estrella:
"Estoy muy contenta Sr. De
Mille, ¿le importa que diga unas palabras?.. Gracias. Solo quiero decirles a
todos cuanto me alegro de estar en los estudios otra vez. No saben cuanto los
he echado de menos. Prometo no volver a abandonarles, porque después de Salomé,
haremos otra película y después otra. Es mi vida y siempre lo será... No existe
nada más, solo nosotros, las cámaras, y toda esa gente maravillosa en la
oscuridad... Sr. De Mille, estoy preparada para mi primer plano”.
Y fue en ese momento casi sobrenatural cuando Rogelio cayó fulminado por
un fuerte dolor en el pecho. Horas después, cuando lograron entrar en la
habitación, su madre pudo comprobar que aquel hombre extrañamente vestido y
maquillado de mujer en una sala oscura y con un proyector de cine emitiendo luz
blanca, era su hijo y que su rostro inmóvil mostraba una mueca serena y feliz como
pocas veces en su vida le había visto.
Rogelio Maldonado Llorens, murió
aquella tarde de un infarto fulminante, igual que le ocurriera a su padre.
Tenía treinta y un años.
Al día siguiente su muerte fue
noticia en todos los noticiarios y en la mayor parte de los periódicos del país.
Lo extravagante del caso levantó una gran expectación en todos los medios.
Durante varios días no se hablaba de otra cosa. Su vida fue desmenuzada y pasó
a formar parte de todas las tertulias del corazón y de la de sucesos. Rogelio,
hombre discreto como pocos, se convirtió,
sin pretenderlo, en una celebridad como todas aquellas estrellas a las que con
tanto afán revivía.
Dos semanas más tarde, Doña Amparo a quien ya la cabeza se
le había ido definitivamente, comprendió a medias que su hijo la había dejado
sola y fue en uno de los escasos momentos de lucidez, o quizás no, que encargó
que colocaran en la entrada de la cripta familiar donde estaban enterrados su
marido y su hijo, una inscripción con
Una misteriosa frase que decía:
“El corazón tiene
razones que la razón no entiende”
05/09/2012 - Atrapados en las nubes
Me
recuesto en el asiento. Intento buscar una postura para dejar de notar
el entumecimiento en las piernas. Llevo casi cuatro horas sentado sin
moverme y aún quedan aproximadamente cinco más… A mi lado, una señora
mayor, con arrugas por todas partes, un vestido de lo más hortera y toda
enjoyada, ronca como un oso invernando. Y sí, sus proporciones físicas
se aproximaban bastante a las de un oso. Llevo cuatro horas sentado
porque dicha señora lleva dormida desde que empezó el viaje y, como soy
tonto, me sabe mal despertarla.
¡Quien me mandaría a mi irme de viaje hasta Miami, con lo bien que estaba yo en mi casita de Madrid! Eso solo se lo debo a mi, desde hace una horas, nada querido amigo Carlos por ponerme la miel en la boca sin avisarme de las consecuencias. Y aquí estoy yo ahora, rodeado de jubilados, parejas recién casadas y niños tocapelotas en un viaje de diez horas, en un avión claustrofóbico a no sé cuantos kilómetros del suelo. Bueno, del suelo, no. A no sé cuantos kilómetros de distancia del agua, porque si me asomo a la ventana, veo el mundo ahí debajo acuoso y de color azul. El Océano Atlántico rodeándonos por todas partes en todo su esplendor.
Un fuerte golpe en el avión me hace volver de mi ensimismamiento. La señora se despierta bruscamente y me pregunta que pasa. Yo miró en todas direcciones. Todos los pasajeros parecen nerviosos y al igual que yo, buscan a las azafatas con la mirada.
Aparece una de ellas, con su traje de chaqueta negro y su horrible gorrito a juego, con la frente perlada en sudor nos intenta tranquilizar con unas cuantas palabras que suenan nerviosas, huecas y uniformes, como un robot al que le han enseñado a decir un puñado de frases y las suelta de retahíla… Algo va mal.
De repente, unas tres filas de asientos por detrás del mío, se oye un grito. Me levanto sobre mi asiento y hecho un vistazo. Una mujer está llorando, medio enloquecida, y se levanta de su asiento para alejarse de su compañero. El hombre tiene los ojos abiertos de par en par, pero no ven. Desde esa distancia sé, sin acercarme, que ese hombre está muerto. La histérica mujer comienza a decir a voz en grito que su marido no respira.
El caos se apodera del avión. La azafata rompe a llorar, los niños rompen a llorar y la mujer-oso, a mi lado, rompe a llorar. Yo no lloro, pero me inquieto. Observo a la azafata, ahora acompañada por otra que acaba de salir de la cabina de los pilotos. Ambas están en estado de desesperación. Me levanto como puedo, esquivando a la vieja, y me acerco a ellas. Intento tranquilizarlas, aunque es del todo imposible, y me entero, entre susurros entrecortados y llantos desgarrados, que los pilotos, ambos, están inconscientes en la cabina de mandos.
Noto que me entran sudores fríos y, dejando de lado las normas, entro por la puerta que da a la cabina. Las azafatas no me lo impiden.
Allí están los dos. Vestidos con sus uniformes y recostados en sus asientos. Uno de ellos tiene la mano derecha aferrada a la muñeca izquierda y tiene los ojos cerrados. Sin embargo, el otro piloto tiene los ojos abiertos, con una expresión de sorpresa que me deja helado. Inmediatamente, pienso en el hombre que acaba de morir ahí fuera.
Ya sé que el piloto número dos está muerto, pero aún así le tomo el pulso. Aún está caliente, así que debió fallecer hace escasos minutos. Con un poco de vana esperanza le tomo el pulso al primero y compruebo que, efectivamente, no oigo ni un latido dentro de él. Éste está más frío. Debe de llevar muerto al menos una hora. En mis cavilaciones, acabo por hacerme la idea de que pensaron que se había desmayado y no le dieron demasiada importancia para no alarmarnos a los pasajeros. La realidad ahora es que hace ya rato que el avión va con el piloto automático y sin nadie que lo gobierne.
Casi inmediatamente comienzo a sentir un cosquilleo en las manos, siento que me invade un terror irracional y salgo corriendo de la cabina. ¿Qué está pasando allí? ¿Por qué hay tres muertos en el avión? ¿Qué coño los ha matado?
El avión por dentro es un hervidero de gritos, histeria colectiva e insultos por doquier. Esto me da por pensar que la noticia de que volamos en dirección al mar, sin pilotos, se ha extendido irremediablemente. Las madres agarran a sus hijos, las parejas se abrazan entre si y yo solo pienso, en un ataque de locura momentánea, que soy gafe y que solo a mí podría pasarme que, con el miedo que le tengo a volar, me haya dejado convencer por mi ahora asqueroso ex-amigo Carlos, y dicho avión vaya estrellarse en cuestión de unas pocas horas.
Me siento en mi sillón y me pongo a llorar como un niño. Voy a morir encerrado en un avión. Vamos a morir todos. Estamos atrapados en las nubes y, en cuanto el combustible acabe, nos precipitaremos en caída libre vete a saber donde. Pienso en mi ex-novia y en el capullo al que creía mi amigo. Ahora ya no me parece tan grave que me pusieran los cuernos en mi propia cama. Pienso en mis padres, a los que dejé preocupados después de anunciarles este viaje relámpago para visitar a Carlos y a sus nuevas amiguitas. “Un viaje para pasarlo bien y conocer al bombón de Pamela, ¿no te encantaría conocer en persona a ese pibón?” me dijo. En este momento me da igual Pamela, me da igual Miami y me da igual todo. Solo desearía que todo fuera una aterradora pesadilla y que, al despertar, la señora que está a mi lado, siguiera roncándome estruendosamente al oído.
Me viene a la mente las escenas de tantas películas en las que alguien grita, “¿Hay algún médico en la sala?” y siempre aparece algun médico o algún piloto que los salva a todos; ahora comprendo que esas gilipolleces solo pasan en las películas, que nadie de los allí presentes tenemos ni puta idea de cómo funciona un avión.
Los cosquilleos de mis manos se hacen cada vez más insoportables y ahora también lo siento en las piernas. Ya no es un cosquilleo leve, ahora lo noto incesante, como miles de agujas clavándose poco a poco en mi piel. Noto los oídos algo embotados. Los gritos a mi alrededor parecen como amortiguados, como si estuviera escuchando desde detrás de un fino cristal. Intento relajarme, cierro los ojos e inspiro hondo y es entonces cuando noto la fuerte y palpitante presión en el pecho. Un dolor que me impide respirar y entonces, todo se vuelve negro…
17/09/2012 - Inmortalidad perdida
(Aportación de Anna Jorba del blog Sir Enry Baskerville)
CAPITULO I
Llevaba años trabajando en aquel yacimiento del casco antiguo de Barcelona y nunca imaginó que aquellos restos materiales fosilizados, de vida humana ya desaparecida, la hubieran llevado a aquel resultado tan sorprendente; sus estudios estaban en la última fase de investigación, aquellos fósiles de alto valor paleontológico, clasificados para su comercialización, demostraron tener los resultados más eficaces jamás conocidos en los laboratorios de biología. Un rotundo éxito científico y tecnológico.
Descubrió el secreto de la vida en aquella minúscula molécula, aquello que tantos científicos estudiosos habían soñado encontrar. Siempre el ser humano ha querido sobrevivir, frenar el envejecimiento, llegar a la longevidad en plenas facultades y Anne Jhorben Reicarth, encontró el camino llegando a las comprobadas y certeras conclusiones, que basadas en el método científico, conferían a su descubrimiento la propiedad de único.
Había procesado en el laboratorio aquel "nummulites" de la Era Cenozoica, del que estrajo la molécula AJR59 que daba vida a aquel gusano microscópico, el llamado "Mureropodia apae", encontrado en la roca caliza; el cultivo llevaba meses y ese preparado, catalizado con Acetato de plomo y neutralizado con glicerol, que confería al elixir un sabor dulzón agradable estaba preparado y no daba lugar a dudas, que la reacción en cadena de la polimerasa, evidenciaba, que con un índice de fallo del 99'99% los resultados eran excelentes: ¡el hombre sería inmortal!.
Había donado todos sus conocimientos al servicio de la humanidad, no sin antes solucionar la idea de la inmortalidad. Conociendo la condición humana de ambición y codicia, reguló minuciosamente la distribución del elixir para que llegara a todos los continentes, sin que mediaran (como es habitual) los intereses de los más poderosos, y ultimó las bases de la creación de la altruista fundación ONNC (Organización de Nuevas normas de Convivencia) a través de la cual los seres humanos que ingerían el elixir, además de inmortales se tornarían absolutamente respetuosos con sus semejantes y con el planeta tierra.
CAPITULO FINAL
Descansaba tras una larga jornada de trabajo cuando en su computadora por video-conferencia saltó la alarma; al parecer las previsiones de las profecías de los Mayas se estaban cumpliendo, el caos y la destrucción al otro lado del Atlántico había empezado a acontecer.
El equipo de su amigo, el más prestigioso científico estadounidense Jhosep Vincent, intimo colaborador de la doctora del Nobel Carol Greider con quien había estado trabajando intensamente en los últimos tiempos, no podía impedir la activación del virus VMH-07, causante de la "muerte dulce" y su propagación incontrolada y letal ya era una desoladora realidad.
Anne, y sin tiempo que perder, se disponía a poner en marcha todos los mecanismos de distribución del elixir Revital©AJR porque no dudaba que era la única esperanza ante los fatales acontecimientos que se avecinaban; intentó ponerse en contacto con su laboratorio, pero no respondía nadie al teléfono, decidió acercarse sin tiempo que perder; apresuradamente bajó las escaleras de su dormitorio cuando le sobrevino una somnolencia súbita, al llegar al salón encontró a su marido postrado en el sillón, con una extremada palidez, se sentó su lado, le cogió de la mano, él sonrió cerrando los ojos, es entonces cuando tuvo la certeza de que el virus de "la Muerte dulce" les había infectado... y Anne, sin fuerza para evitarlo, comprendió que era el final.
18/09/2012 - Feliz cumpleaños
(Aportación de Teresa Oteo del blog Puntos suspensivos)
Hoy
cumplo cuarenta y tengo la certeza de que es mi último cumpleaños.
No
puedo decir que me siento feliz porque no sería cierto pero sí he decidido
celebrarlo. Daré una fiesta en mi casa
esta noche, nada multitudinario ni ostentoso aunque bien pudiera haberlo hecho,
de poco me van a servir ya los ahorros que tengo en el banco o el plan de
pensiones.
Estaremos
en familia: mi marido, mis hijos, nos acompañarán mis padres, vendrán también
mis hermanos con sus parejas, mi sobrina… pobrecilla, apenas hace unos meses
que empezó a vivir… y algunos amigos, los más cercanos; otros ya no viven para
poder acompañarme hoy, el maldito virus VMH-07 los infectó y acabó con sus
vidas dejándonos una amarga sensación de impotencia, se fueron sin que
pudiéramos hacer nada por evitarlo.
Ha sido
una cena muy agradable, tranquila y divertida, sin tensiones familiares ni
malos rollos.
La
noche transcurrió rememorando anécdotas de cuando éramos pequeños y recordando
buenos momentos; nos hemos reído, nos hemos abrazado y, por unas horas, he
conseguido que olvidaran que nuestros días estaban contados.
Saqué
la tarta de la nevera, de selva negra, mi favorita y unas botellas de cava.
Brindamos
por el pasado, no tenía sentido hacerlo por el futuro.
A la
mañana siguiente hallaron nuestros cadáveres. Después de todo tuvimos una
muerte dulce, puse el veneno en la tarta,
nadie lo notó; lo más duro fue darle ese biberón letal a la niña, se me
saltaban las lágrimas mientras lo hacía, solo yo sabía que era el último que tomaba.
Decidí
por todos, es cierto, pero no me arrepiento; yo ya estaba infectada, el contagio era inevitable.
19/09/2012 - Amor de verbena
Eran las fiestas de San Genaro y Alex y su banda tocaban, completamente entregados, las canciones programadas y otras que le iba pidiendo la entusiasta y agradecida audiencia de aquella recóndita aldea alejada de casi cualquier lugar.
Todo el pueblo, más concurrido que nunca, estaba en la plaza engalanada, los niños correteaban alegres y alocados por entre la gente, los hombres daban buena cuenta de los botellines de cerveza que se iban amontonando en las improvisadas barras que por toda la plaza habían dispuestas, y las mujeres y los jóvenes bailaban agradecidos a los sones de la versión que Alex y su grupo hacían de Black Eyed Peas y otros cantantes de moda.
Todos allí eran ajenos a cuanto sucedía en el mundo. Ese día todo lo que no fuera diversión estaba prohibido.
Hacía rato que Alex se había fijado en un grupo de jóvenes, y en especial en una de ellas que lo miraba con ojos entre tímidos y seductores, bailando con un ritmo acompasado, mientras daba pequeños sorbos a través de una pajita metida dentro de un vaso de plástico.
Alex era consciente de que estar ahí arriba era un imán para muchas jóvenes, atraídas por lo que ellas consideraban el fulgor de alguien famoso por el simple hecho de estar subido a un escenario. Alex no dudó en seguirle la corriente, y así se inició un juego de miradas y seducción entre ambos. A sus veintinueve años sabía muy bien como atraer a jovencitas como ella. Esa era una ventaja a la que raramente renunciaba. Hoy menos que nunca.
Al terminar la verbena, Alex y su grupo fueron a la escuela y allí hicieron uso de las duchas a modo de camerino, algo muy habitual en aquellos bolos de verano por los pueblos. A la salida, y tal y como habían quedado mediante gestos y guiños, estaba Rosa, así dijo llamarse la joven, esperando bajo un árbol en una zona semioscura y algo alejada de la escuela y de la plaza. Cuando Alex llegó, la saludó con cortesía mientras le pasaba un cigarrillo de marihuana a medio consumir, ella inicialmente lo rehusó, pero ante la insistencia de él, finalmente lo aceptó, dando unas profundas y desenvueltas caladas. Era Rosa una morena de diecinueve años recién cumplidos, de complexión recia y prominente pecho, aunque no muy alta; sus ojos color caramelo era lo que más sobresalía de un rostro decididamente vulgar aunque agradable. Apenas había salido del pueblo y trabajaba ayudando en la carnicería de su padre. Y lo más interesante para Alex, nunca había tenido novio ni relaciones con otros chicos.
Alex, halagador y zalamero, fue envolviéndola en un halo de irrealidad con lisonjas y preguntas interesadas que la hacían sentir importante y única. Rosa se sentía bien junto a él, la escuchaba y parecía entenderla; así es que no tuvo ningún reparo en contarle cuan harta estaba de todo. Le contó lo reprimida y sola que se sentía en aquel pueblo perdido en mitad de ningún sitio y lo aburrido de no ver nunca a nadie salvo a las cuatro abuelas chismosas que acudían a la carnicería; le explicó su hartazgo de vivir durante meses y meses casi sin amigas, todas estudiaban en la capital, y sin apenas distracciones. Su madre hacía ya varios años que había muerto, según dijo Rosa también de aburrimiento, y las peleas con su padre eran continuas. Hacía ya tiempo que le rondaba por la cabeza irse de allí.
Esa noche iba a ser la de su verdadera liberación.
Mientras se sentaban bajo la tenue luz de la luna de Septiembre, Alex dejó salir toda su aura de seductor implacable, aunque no pudo evitar sentir una cierta empatía por aquella joven que había abierto su corazón a un desconocido como él. Eso le gustó, hacía más tentadora la conquista.
Le gustaba Rosa, le había caído bien su franqueza y hasta hubiera jurado que empezaba a sentir cierta atracción hacia ella. Idea que rápidamente retiró de su cabeza.
Con seguridad y delicadeza la fue empujando hasta el suelo, ella quedó allí esperando y entregada, él la miró con deleite durante unos segundos. Luego, mientras en el pueblo lanzaban los fuegos artificiales que anunciaban el fin de las fiestas de San Genaro, Alex sacó de uno de sus bolsillos una pequeña navaja de apenas cinco centímetros. Rosa embriagada por el momento no fue capaz de detectar ningún peligro, ni siquiera cuando, con una mano, Alex le tapaba suavemente la boca mientras con la otra le hacía una pequeña incisión en el cuello para rápidamente comenzar a absorber su sangre.
Desde hacía algunas semanas corría el rumor de que una epidemia estaba asolando el planeta dejando miles de muertos a su paso, la muerte dulce la llamaban, también decían que bebiendo la sangre de una virgen se lograba ser inmune al virus. Alex no quería morir.
21/09/2012 - Una dulce muerte
En nuestro mundo actual, existe una palabra nueva que
aterra, que hace que tiemblen todas nuestras más sólidas convicciones, que se
hundan todas nuestras esperanzas de vida y de felicidad, que nos hace
incrédulos en Dios y en la fe cristiana, desagradecidos con la madre naturaleza y consigue que nos revelemos al destino, que perdamos la confianza en todo y en
todos. Nuestra moral se tambalea, nuestro carácter se agria y todo se nos viene
abajo solo de oír su nombre. Nadie se atreve a pronunciarlo nunca. Para
nada. Solo oírlo produce un desagradable escalofrío. Impacta, impone, inflige.
Nos humilla, y nos puede desde todos los frentes, aunque a veces parece utilizar, una delicadeza y unas maneras completamente ajenas a sus propósitos, a su meta final, al cumplimiento de su desafortunado trabajo, de su mayor dedicación. No hay que fiarse si viene disfrazada y sin su guadaña, porqué no tarda mucho en sacarla y enseñar a todos su furibundo poder. Su tenebroso objetivo: Llevarse con ella al desgraciado/da de turno.
Esto no parece la muerte dulce que asola, pero si que lo es. Seguro. Porque el que padece Alzheimer, no llega nunca a saber que esta condenado sin remisión, y si lo sabe no lo puede asimilar, ni comprende ni se pregunta el porque va a irse poco a poco, sin prisa pero sin pausa. Irremediablemente, sin sufrimiento, cada día un poco más a la orilla, un paso más hacia el precipicio, para mayor desesperación de sus seres queridos.
Pero el protagonista se va apagando como una vela prendida. En silencio, lentamente... tenuemente... dulcemente...
Nos humilla, y nos puede desde todos los frentes, aunque a veces parece utilizar, una delicadeza y unas maneras completamente ajenas a sus propósitos, a su meta final, al cumplimiento de su desafortunado trabajo, de su mayor dedicación. No hay que fiarse si viene disfrazada y sin su guadaña, porqué no tarda mucho en sacarla y enseñar a todos su furibundo poder. Su tenebroso objetivo: Llevarse con ella al desgraciado/da de turno.
Esto no parece la muerte dulce que asola, pero si que lo es. Seguro. Porque el que padece Alzheimer, no llega nunca a saber que esta condenado sin remisión, y si lo sabe no lo puede asimilar, ni comprende ni se pregunta el porque va a irse poco a poco, sin prisa pero sin pausa. Irremediablemente, sin sufrimiento, cada día un poco más a la orilla, un paso más hacia el precipicio, para mayor desesperación de sus seres queridos.
Pero el protagonista se va apagando como una vela prendida. En silencio, lentamente... tenuemente... dulcemente...
22/09/012 - Muerte dulce
(Aportación de MariLuzGH del blog Diario de un Loco)
Maytena había decidido su final mucho antes de que los agoreros empezaran a dar fechas y vaticinaran las más desoladoras formas de morir que el fin del mundo tenía predestinado para la humanidad. Hoy es un buen día, sentenció. Recogió toda la casa para que estuviese limpia y en orden; vistió sus mejores galas, dio color a sus hermosos labios y un leve sombreado a sus lánguidos párpados que embellecieran sus ojos, ya opacos.
El dolor era insufrible, preparó la inyección letal que le garantizaría una muerte digna. Ató la goma elástica a su antebrazo y dando unos leves golpecitos sobre la vena, para hacerla visible, introdujo suavemente la aguja hipodérmica y, lanzando una última sonrisa, vació todo el contenido en su riego sanguíneo.
La radio interrumpió su sesión musical:
“El equipo de investigadores de la NASA ha verificado los cálculos y en este preciso momento se está produciendo una reacción en cadena, provocando averías en todos los sistemas energéticos y electrónicos de nuestro planeta, debido al impulso magnético que ha provocado la potente erupción solar prevista para el día de hoy: 22 de septiembre de 2012. Nuestro planeta se muere y nosotros con él.”
Pero nada de eso estaba ocurriendo. La explosión solar no ha afectado a la Tierra. Una nueva falsa alarma. Los investigadores y analistas se han equivocado. Pero a Maytena ya nada le importa; muertos su marido y sus queridos hijos por culpa de la Muerte Dulce, y ella misma arrasada por el cáncer de piel, decidió no esperar la llegada del virus y se entregó a la muerte, como su mejor aliada.
23/09/2012 - Un tiempo eterno
Durante el inicio del éxodo y tras el accidente el grupo se había escindido, Irene se encontraba
acompañada de su padre y con su hijo pequeño en brazos durmiendo plácidamente
pero su marido y su madre se habían esfumado junto con otros cuantos
viajeros, el grupo se temía lo peor aunque de vez en cuando podían escuchar
algunas palabras ininteligibles en la lejanía que les ayudaban a mantener
la esperanza. Fuertemente abrazada por su padre al tiempo que ella lo
hacía con su hijo sus miradas se decían todo lo necesario sin necesidad que
mediara palabra entre ellos, ella era una madre muy joven y su padre bien
podría haber pasado por su maduro marido, algo que se estilaba mucho entre
hombres que contraían un segundo matrimonio tras el divorcio pertinente, el
resto de los viajeros parecían estar pendientes de aquel bello trío.
- Papá, papá, - gritó Irene asustada - mira
el niño se está esfumando. -
- ¡Qué cosas dices hija!
- Que si, que si, que cada vez siento menos su
peso
- Pero si lo veo igual que siempre y además
duerme como un bendito, anda déjame tomarlo en mis brazos para que puedas
descansar un rato.
Al instante de cogerlo notó que,
efectivamente, el niño parecía haber disminuido de peso, pero como también se
sentía somnoliento pensó que sería producto del agotamiento de sus sentidos
tras el accidente.
Irene dejó caer con cierta brusquedad su
cabeza sobre el pecho de su padre y entró como en una especie de trance, se
sentía agotada y necesitaba descansar al menos unos minutos.
Ya vuelve, ya vuelve, no dejéis de masajearle
el corazón decía aquel médico bajo la luz del quirófano. Tras aquel
aciago accidente aéreo su hospital había sido "tomado" por
ambulancias diversas que traían a los supervivientes, aparentemente la
mitad del pasaje. Entre ellos se encontraba una criatura de corta edad
protegido por dos cuerpos que le habían salvado la vida aunque le
hubieran medio asfixiado, el de una mujer joven y un varón maduro, el
niño bajo la madre y ésta bajo el torso del hombre.
- Respira, ya respira, se ha salvado- se
escuchó exclamar desde el quirófano.
Es como si aquel grito hubiera despertado de
golpe a la joven,
- Papá, papá donde está mi niño, ¿no te lo
había dado? Papá, papá ¿no me escuchas?, papá, papá, despierta.
El padre abrió medio ojo y abrazó a su hija con
enorme cariño, - Ven conmigo mi niña que del bebé ya se encargará
tu madre, ya sabes lo bien que se le da. Nosotros vamos a
descansar otro rato,- y pensó para sus adentros -, un rato eterno cariño
mío, un rato eterno pero juntos como siempre, como cuando eras pequeña.
Hacía semanas que no salían a la calle para evitar el contagio, habían
adquirido todo lo necesario para poder atrincherarse en el departamento desde
que se habían enterado de la expansión del virus VMH-07.
Las noticias eran cada día más nefastas. En la ciudad ya casi no quedaba
gente con vida, los hospitales estaban cerrados, habían desbordado de pacientes
que a pesar de los esfuerzos habían fallecido y que, sin saberlo ni quererlo,
habían infectado a todos los que se habían cruzado en su camino.
Pero ahora por fin había llegado el momento.
La noche anterior su mujer había pasado por un infierno de dolor,
pero las contracciones más fuertes habían sido esa mañana.
Este era el día que habían esperado toda su vida. Les había costado tanto
poder engendrar a ese hijo que cuando su mujer le dijo que estaba embarazada
pensaron que había sido un milagro. Después de tantos años de tratamientos,
estudios y medicaciones, cuando al fin se habían dado por vencidos, ocurrió lo
inesperado.
Los primeros tres meses habían permanecido callados, mirándose todos los
días llenos de miedos, sin decir casi nada. Como si el mundo fuera de algodón.
Después del cuarto mes se relajaron y le dieron a todos la noticia. Y
luego cada día había sido un nuevo descubrimiento para los dos. Cada
ultrasonido, cada monitoreo se había convertido en un acontecimiento.
Cuando empezó la locura del virus, y aunque todavía no se conocían bien
las razones ni los riesgos, habían decidido suspender todo, no arriesgarse ni
un minuto más a contagiarse y tener el bebé en casa.
Esa mañana cuando las contracciones de su esposa le indicaron que ya era
el momento preparó la cama con sábanas limpias, agua, desinfectante y pinzas
para cortar el cordón. Ya habían practicado el procedimiento miles de veces y
estaba listo.
El parto fue rápido, el bebé salió a la vida de una disparada, sin
desgarros ni desarreglos. Así como asomó a la vida, lo tomó entre los brazos,
lo limpió con una toalla húmeda, le cortó el cordón y se lo puso a su esposa
en el pecho.
Menos mal que el obstetra no se había equivocado con la fecha del
nacimiento. No le quedaba mucho tiempo más. No se resignaba a
perderse la oportunidad de verle la cara a su hijo y tampoco de poder
disfrutarlo al menos por esas horas que le quedaban. El día anterior
había sentido un cosquilleo que le recorría las piernas y las manos,
sabía lo que se le anunciaba, pero no dijo nada, era demasiado tarde para dar
la mala noticia, si él estaba infectado todos en su hogar también lo estaban.
La muerte dulce ya estaba cerca. Evidentemente el virus se había
fortalecido en todo ese tiempo y ya no respetaba ni siquiera a los que se
habían mantenido aislados.
Cuando terminó de limpiar todo, se recostó al lado de su esposa que con
los ojos empañados le mostró sus manos adormecidas. Ella también había sentido
los síntomas desde el día anterior y no se había animado a decir nada. Se
abrazaron en silencio y dejaron correr las lágrimas. Después los rodeó el
silencio.
Ambos posaron sus ojos en los ojos de su hijo, que acurrucado sobre
el pecho de su mamá ya respiraba con dificultad, y esperaron. Hasta
sentir como la muerte se hacía dulce por el amor reflejado en esa última
mirada.
Día de mi Lúgubre Jubilación
(Aportación de Alicia Montoro del blog Ysupais)
(Aportación de Alicia Montoro del blog Ysupais)
Es increíble como ha pasado todo, en tan poco tiempo como ha
ido acelerándose la marcha de los míos, amigos y familiares... ¿y porque yo no?,
me pregunto... ¿cuando me llegará la hora del ataque a mi metabolismo?
Cuando mis hijos y nietos decidieron irse a la Ribera Maya a
disfrutar de todos los encantos que allí ofrece aquella tierra, sentí como si
algo por dentro se me rompiera; les pregunté el porque de esa decisión, ¿porque
tan lejos? aquí en España había muchísimas bellas playas y montañas donde podrían
disfrutar de la naturaleza viva...los niños eran muy pequeños aún y quizás no
lo recordarían pasados unos años...pero se fueron, se fueron con la ilusión de
vivir aventuras nuevas con la naturaleza salvaje de aquellas lejanas tierras
que, aunque mancilladas por la mano del
hombre, aún ofrecían algo de lo ancestrales que siempre fueron... y se bañaron
entre tortugas y delfines, en aquellas playas paradisíacas mejicanas donde
parece que nada puede pasar, pero si, claro que pasa, los terremotos son muy frecuentes
allí, por las placas tectónicas cercanas que hacen cambiar la faz de la
tierra. Pero la maldición estaba ya echada...no con sus terremotos y volcanes,
sino con ese virus letal que estaba acabando con el mundo entero... y ellos mis
hijos, no lo sabían, Vivian en su mundo "feliz" y se fueron en busca
de más felicidad, las distracciones y las visiones de otros mundos más
naturales que el que tenían aquí, trabajando desde que comienza el día, hasta
que cae la tarde, recogiendo y llevando a sus hijos del colegio a las
actividades y vuelta a empezar, un mundo esclavizado por mantener una calidad
de vida, que me pregunto si lo será, aunque ellos lo vivan felizmente.
Y lo consiguieron, si, consiguieron ver esas realidades de
otros mundos diferentes, dentro del mismo mundo, porque yo pienso que solo
tenemos un mundo, no hay terceros mundos porque sean más pobres que los
llamados del primer mundo...y ahí está la respuesta...todos somos del mismo
mundo, pobres y ricos, sanos y enfermos, ante una amenaza mortal como la que
estamos padeciendo.
Sus muertes allí, según me contaron las autoridades que
quedaban vivas, fueron de las más dulces, abrazados en la playa les sorprendió
la muerte, todos y cada uno de mi amada familia dejaron allí sus vidas, en
aquella tierra en donde la maldición Maya se estaba resarciendo de su
pronóstico necrófilo...quien pensaría que iba a sobrevenir la antigua maldición
Maya, por un virus y no por el cataclismo natural de volcanes y maremotos.
No me pesa no poder haberles visto, los recuerdo tal como
eran, alegres, inocentes, con aquel toque de felicidad inconsciente de que se
rodeaban. Yo cada día me debilito más, pero no sé porque no acaba ya mi
naturaleza de "doblar" ante tanta destrucción; a mi perro le pasa lo
que a mi, debe ser su fiel naturaleza hacia mi persona... vamos vagando
lánguidamente por los caminos, viendo el panorama cruento del que nadie escapa;
¿porque tengo que durar yo más que mis hijos? y ¿porque a mi perro no le ha
pasado ya, al igual que a otros animales?...¡¡ahggg, me ahogo, no respiro ¡¡ ya
llega por fin mi muerte, creo... me abrazo a mi perro que estaba mientras
escribía estas letras a mis pies y noto que su cuerpo esta tan solo tibio...
que alegría ya me llega el fin, y al menos me llega junto al más fiel hijo animal,
que me ha concedido la naturaleza ... y
***********************
Veinticinco de septiembre de dos mil doce. Día de mi
Lúgubre Jubilación.
No encuentro la manera de explicar lo que sucedió aquel 1 de octubre de 2012. Despavoridos corrimos sin parar durante horas. ¿De que escapamos? ¡Escapamos del caos! Nuestro ego y nuestra vanidad alimentada por un consumo enfermizo hicieron que cada vez más no desligáramos de la humildad y la compasión por nuestra raza y nuestro mundo. ¿Dónde íbamos? No estábamos seguros, pero según una antigua leyenda detrás de aquellas montañas vivía un sabio Maestro quien conocía el secreto para alcanzar la felicidad.
El camino se hizo interminable, las montañas era tan altas que se confundían con el firmamento. Finalmente avanzamos por un empedrado de grandes árboles y ahí estaba nuestro guía esperándonos. Una pequeña linterna ardía ante él, las aves revoloteando, la tapaban a ratos. Sus pupilas llameantes nos envolvieron, y sus cabellos canos y largos se enredaron con los nuestros en un fraternal y caluroso abrazo de bienvenida.
-Soy Nenúfar. Bienvenidos, ésta es su casa- dijo el anciano. Les he preparado una riquísima cena y luego han de dormir. El día comienza temprano aquí.-
La casita era humilde, sus paredes de madera estaban pintadas de azul y rosado. Los muebles eran rústicos pero artísticamente diseñados. Nos llamó la atención un bouquet de lotos morados recién cortados que se encontraban en una mesita de nuestra habitación. Tal era la fragancia que expedían que nuestras cabezas cayeron profundamente dormidas hasta el día siguiente.
Era de madrugada cuando Nenúfar nos despertó. El canto de un gallo vibró en el aire y a seguidas otros respondieron. Mientras caminábamos por el valle sentíamos como el rocío nos humedecía los pies descalzos. El anciano, nos había advertido de no pisar las flores que aun dormían esperando a que el hada Aurora con su varita de virtud las despertara. Al rato vimos como un destello de luz caía sobre el césped y las alondras se levantaban gorjeando de entre las flores. Las abejas atareadas e infatigables aprovecharon para libar el zumo de las flores recién abiertas. A un extremo de la rama de un árbol un pájaro dormía con la cabeza debajo del ala, y unos petirrojos apretujados uno contra los otros ensayaban una melodía matinal. El horizonte se iluminaba, y en la blancura del alba, divisamos rebaños de ovejas que eran llevadas a beber a un arroyo que serpenteaba campos abajo. Al otro extremo se encontraba un lago imponente invadido por lo que a distancia parecían manchas verdes y blancas.
-Aquel lago es vuestro destino- dijo el buen hombre, acariciando su barba.
Durante el largo trayecto íbamos en silencio como si estuviéramos bajo un hechizo. Cuando llegamos Nenúfar nos impuso las manos sobre la cabeza. Sentimos una energía subiéndonos desde debajo de los pies por todo el cuerpo, hasta por encima de la cabeza y luego bajando por los brazos hasta las manos.
Las manchas que desde el tope de la montaña habíamos visto eran blancas y fragantes flores de loto. En la orilla del lago un pavo real de pechuga azul añil gritó desplegando su cola de discos dorados mientras el buen hombre nos decía:
Zambúllanse, no teman, dentro de estas benditas agua vive el Maestro, él los espera.
En las profundidades del lago, a más profundidad cánticos celestiales, himnos alados, música del cielo, se engarzaban como una tromba de luz y sonido. Una flor de loto inmensa, color blanco, cuyos pétalos se movían al vaivén de las aguas se abría y cerraba invitándonos a entrar. Impulsados por una corriente de energía entramos y en el centro de la flor sentado en un trono estaba el Maestro. Vestía de color púrpura y una capa bordada en pétalos multicolor. En su pelo cano descansaba una corona de hojas de loto. Sus ojos verde jade resplandecían como esmeraldas; su piel era de nácar.
-OM MANI PADME HUM-(Mantra: Se aclama a la Joya en el loto) Su voz retumbaba como un eco; pero era tierna y dulce. Atentos escuchamos como las flores de loto nos daban el secreto de los grandes maestros.
Alzad vuestros corazones del fango
con tallo fuerte hacia la luz
sean como nosotros
pétalos delicados, fragantes y sencillos.
Manténganse sujetos a sus centros, a sus corolas.
Que las gotas de rocío que les acaricia cada mañana
sea luz y albergue para aquellas abejas
y mariposas que quieran libar
el néctar de sus flores.
Cuando salimos de aquellas aguas nos miramos los unos a los otros, nos sobrecogía una inmensa felicidad. Éramos distintos habíamos dado un salto cuántico hacia una consciencia mas humana y verdadera. Una nueva leyenda se había escrito el 1 de octubre de 2012.
Versión en catalán
05/10/2012 - El indio
(Inspirat en un relat de J.L.Borges)
(Aportación de Montserrat Sala del blog Refexions en veu alta)
D’un costat, no volia fer mal aquell vellets, que s’el miràven, amb una devoció sense limits. Els seus ulls cansats, li pregaven de quedar-se però quedar-se amb ells y viure estacat a un llit a uns menjars antinaturals, i sense poder fer el malón … I tantes coses, de les que en disposave lliuement; aquelles immenses explanades que eran el seu refugi i la seva casa. S’eixoplugave, sota els estels i menjava el que ell caçava.
Allá tornarie a gaudir del cavalls que ell mateix domava, pujar al galop, fer mil salts a pel, sentir sota les seves cames tota la força de la bestia, i el bullir de la sang i poder dominar-lo, i abraçar-lo, desprès d’una cursa; sí aquella que sempre guanyave.
No, no, tot allò, no ho podíe deixar, de cap manera.
Passaven, els dies i com més temps romangués allà, mes forta seríe la sorregada.
Estave completament, frisòs per retornar a les seves montanyes. Alla on véia axecar-se el vol el condor, el tot magestuòs planejar de l’aguila reial. Allà òn el trò, resonave amb tanta magnitud i força, que entre aquells penyassegats, hom diría, que era l’esfondrament de la Terra. Aquell brogit ensordidor, era per ell, só de vida.
Tenie que pendre una decisió, i ho va fer. Perquè definitivament no es podía quedar. Tenia que trovar la manera però, de no ofendre als seus progenitors. I pensava que com més ho allargaría, seria pitjor per tots.
Al dia seguent, de bon matí entrà a l’habitació, ja
vestit d’indi. Tors nú, amb totes les pintures i plomes que havia guardat sota
un matoll, i que per ell representaven, el segell de la seva identitat, d’indi
guerrer.
Es presentà devant d’ells amb un got de llet de búfal, que havíe, munyit a la matinada, i el passà al pare primer que en begué un glop. Despres a la mare que l’escurà del tot. Ho van comprendre al instant.
Els abraçà, cosa important, que havíe aprés de nou, i escoltá els darrers suspirs, que el van fer allunyar-se per sempre més.
Versión en castellano
Creció al ras, estaba acostumbrando a dormir y vivir sin techo. Gozaba de libertad total, como sus hermanos del poblado, hasta el momento de irse con aquellos hombres, que se cubrían la cabeza con sombrero, todos cubiertos de igual forma. Hasta entonces nunca llegó a sospechar que él fuera diferente. No entendía nada de aquel hablar tan extraño que sólo comprendía el mas viejo de todo el poblado, y con dificultad. No entendía la lengua con la que le hablaban, pero pensaba que a lo mejor se solucionarían sus preocupaciones, que desde la llegada del primer extranjero le consumían cada noche. Irse de aquel lugar que era su casa, y pensar en los peligros, que podía correr si se iba sin arco ni flechas y sin que nadie lo acompañara. Fue un gran reto el que se le presentó, una lucha interior que no podría resolver sin la ayuda de muchas horas de silencio y de escuchar aquella voz que le venía de dentro, aquella que siempre le guiaba por el camino a seguir. Si, aquella que muchas veces, le sacaba de dudas.
Pasaban los días y cuanto más tiempo permaneciera allí mas fuerte serie la sacudida. Estaba impaciente por retornar a sus montañas. Allí donde vería levantarse el vuelo del cóndor, el majestuoso planear del águila real. Allí donde el trueno resonaba con tanta magnitud y fuerza entre aquellos acantilados se diría que era el derrumbamiento de la Tierra. Aquel ruido ensordecedor era para él: un sonido maravilloso de vida.
Tenía que tomar una decisión, y lo hizo. Al día siguiente, de madrugada, entró en la habitación, ya con sus escasos ropajes de indio. Torso desnudo, con todas las pinturas y las plumas que había guardado bajo un matorral, y que para él representaban el sello de su identidad de indio guerrero.
Versión en catalán
05/10/2012 - El indio
(Inspirat en un relat de J.L.Borges)
(Aportación de Montserrat Sala del blog Refexions en veu alta)
Segóns la magnífica historia del autor, aquell indi, va
ésser retornat amb els seus pares verdaders, mitjançant unes informacions que
els hi havien arribat, per boca de l’ultim correu que hi van enviar, per saber
si estave en poder, d’aquella tribu.
Mai van perdre l’esperança de retrobar-lo. I ell en veuere’ls va reconeixer, la casa y els persones que l’habitàven. En va estar del tot segur, el dia que va trobar, un petit ganivet, a un forat del mur de pedra, de la cuina. Havia estat allà, des de que ell matiex,l’hi possà abans de que sentís aquella olor tan forta de palla creamada, i els crits esgarrifosos d’una dona, que mai va saber d’on venien. Una foscor molt gran, amparave aquells records i no va trobar la manera, de poder endinsar-se dins els passadissos estrets i tenebrosos de la memòria.
Molt temps havíe passat, i fins ara, no havie sospitat, ni el qué, ni el quan, ni el perqué d’quells pensaments, que el turmentaven. Ho havíe intentat tantes i tantes vegades, però, infructuosament. Mai l’hi va esser posible
Crescut al ràs, estave acostumant a dormir i viure sense sostre. Gaudia de llibertat total, com el séus germans del poblat, fins el moment, de anar-s’en amb aquells homes, que es cobrien el cap amb un barret i que tots anaven igual de tapats. Fins llavors, mai arribà a sospitar que ell fos diferent. No podie pas ser, aquell parlar tan estrany. que només entenia el mes vell de tots els poblats, i amb pròu feines. La llengua que l’hi parlàven, no l’entenia, però pensave que a lo millor es solucionaríen les seues cabories, que des de l’arribada del primer extranger, el corsecaven cada nit. Marxar del lloc que ere casa seua, i pensar en els perills, que podía correr, si s’en anava sense ni arc ni fletxes, i sense que ningú l’acomanyés. Va ser un gran repte, que si le presentà. Una lluita interior, que no podrie resoldre, sense l’ajud de moltes hores de silenci i d’escoltar la veu aquella que venia de dins, aquella que, sempre el guiava, pel cami a seguir. Si, aquella que moltes vegades, el treia de dubtes.
Mai van perdre l’esperança de retrobar-lo. I ell en veuere’ls va reconeixer, la casa y els persones que l’habitàven. En va estar del tot segur, el dia que va trobar, un petit ganivet, a un forat del mur de pedra, de la cuina. Havia estat allà, des de que ell matiex,l’hi possà abans de que sentís aquella olor tan forta de palla creamada, i els crits esgarrifosos d’una dona, que mai va saber d’on venien. Una foscor molt gran, amparave aquells records i no va trobar la manera, de poder endinsar-se dins els passadissos estrets i tenebrosos de la memòria.
Molt temps havíe passat, i fins ara, no havie sospitat, ni el qué, ni el quan, ni el perqué d’quells pensaments, que el turmentaven. Ho havíe intentat tantes i tantes vegades, però, infructuosament. Mai l’hi va esser posible
Crescut al ràs, estave acostumant a dormir i viure sense sostre. Gaudia de llibertat total, com el séus germans del poblat, fins el moment, de anar-s’en amb aquells homes, que es cobrien el cap amb un barret i que tots anaven igual de tapats. Fins llavors, mai arribà a sospitar que ell fos diferent. No podie pas ser, aquell parlar tan estrany. que només entenia el mes vell de tots els poblats, i amb pròu feines. La llengua que l’hi parlàven, no l’entenia, però pensave que a lo millor es solucionaríen les seues cabories, que des de l’arribada del primer extranger, el corsecaven cada nit. Marxar del lloc que ere casa seua, i pensar en els perills, que podía correr, si s’en anava sense ni arc ni fletxes, i sense que ningú l’acomanyés. Va ser un gran repte, que si le presentà. Una lluita interior, que no podrie resoldre, sense l’ajud de moltes hores de silenci i d’escoltar la veu aquella que venia de dins, aquella que, sempre el guiava, pel cami a seguir. Si, aquella que moltes vegades, el treia de dubtes.
D’un costat, no volia fer mal aquell vellets, que s’el miràven, amb una devoció sense limits. Els seus ulls cansats, li pregaven de quedar-se però quedar-se amb ells y viure estacat a un llit a uns menjars antinaturals, i sense poder fer el malón … I tantes coses, de les que en disposave lliuement; aquelles immenses explanades que eran el seu refugi i la seva casa. S’eixoplugave, sota els estels i menjava el que ell caçava.
Allá tornarie a gaudir del cavalls que ell mateix domava, pujar al galop, fer mil salts a pel, sentir sota les seves cames tota la força de la bestia, i el bullir de la sang i poder dominar-lo, i abraçar-lo, desprès d’una cursa; sí aquella que sempre guanyave.
No, no, tot allò, no ho podíe deixar, de cap manera.
Passaven, els dies i com més temps romangués allà, mes forta seríe la sorregada.
Estave completament, frisòs per retornar a les seves montanyes. Alla on véia axecar-se el vol el condor, el tot magestuòs planejar de l’aguila reial. Allà òn el trò, resonave amb tanta magnitud i força, que entre aquells penyassegats, hom diría, que era l’esfondrament de la Terra. Aquell brogit ensordidor, era per ell, só de vida.
Tenie que pendre una decisió, i ho va fer. Perquè definitivament no es podía quedar. Tenia que trovar la manera però, de no ofendre als seus progenitors. I pensava que com més ho allargaría, seria pitjor per tots.
Es presentà devant d’ells amb un got de llet de búfal, que havíe, munyit a la matinada, i el passà al pare primer que en begué un glop. Despres a la mare que l’escurà del tot. Ho van comprendre al instant.
Els abraçà, cosa important, que havíe aprés de nou, i escoltá els darrers suspirs, que el van fer allunyar-se per sempre més.
Versión en castellano
05/10/2012 - El indio
(Inspirado en un relato de J. L. Borges)
Según la magnífica historia del
autor, aquel indio fue devuelto con sus padres verdaderos tras la información
que les llegó por medio del último correo que enviaron para saber si se
encontraba en poder de aquella tribu.
Nunca perdieron la esperanza de
recuperarlo. Y él al mirar reconoció la casa y a las personas que la habitaban.
Estuvo del todo seguro el día que encontró un pequeño cuchillo en un agujero
del muro de piedra de la cocina. Había estado allí desde que él mismo lo
colocara justo antes de que sintiera aquel olor tan fuerte de paja quemada y
los gritos escalofriantes de una mujer, nunca supo de dónde venían. Una gran
oscuridad amparaba aquellos recuerdos y no encontró la manera de poder
adentrarse en los pasillos estrechos y tenebrosos de la memoria.
Mucho tiempo había pasado y hasta ahora no había sospechado,
ni el qué, ni el cuándo, ni el porqué de aquellos pensamientos que lo
atormentaban. Lo había intentado tantas y tantas veces, pero siempre fue
infructuoso. Nunca logró recordar nada.
Creció al ras, estaba acostumbrando a dormir y vivir sin techo. Gozaba de libertad total, como sus hermanos del poblado, hasta el momento de irse con aquellos hombres, que se cubrían la cabeza con sombrero, todos cubiertos de igual forma. Hasta entonces nunca llegó a sospechar que él fuera diferente. No entendía nada de aquel hablar tan extraño que sólo comprendía el mas viejo de todo el poblado, y con dificultad. No entendía la lengua con la que le hablaban, pero pensaba que a lo mejor se solucionarían sus preocupaciones, que desde la llegada del primer extranjero le consumían cada noche. Irse de aquel lugar que era su casa, y pensar en los peligros, que podía correr si se iba sin arco ni flechas y sin que nadie lo acompañara. Fue un gran reto el que se le presentó, una lucha interior que no podría resolver sin la ayuda de muchas horas de silencio y de escuchar aquella voz que le venía de dentro, aquella que siempre le guiaba por el camino a seguir. Si, aquella que muchas veces, le sacaba de dudas.
Por otro lado, no quería hacer
daño a aquellos viejitos que lo miraban con una devoción sin límites. Sus ojos cansados le rogaban que
se quedara, pero quedarse con ellos y vivir estancado en aquel lugar, atado
a una cama y unas comidas antinaturales, sin poder hacer el malón ..., y
tantas cosas, de las que disponía libremente; aquellas inmensas explanadas que
eran su refugio y su casa, con su techo de estrellas. Y comiendo lo que él
mismo cazaba. Aquí no volvería a disfrutar de los caballos que él domaba,
trotar al galope, hacer mil saltos, sentir bajo sus piernas toda la fuerza de
la bestia y el hervir de la sangre, poder dominarlo y abrazarlo después
de una carrera, sí, aquella que siempre ganarían.
No, no, todo aquello, no lo podía
olvidar, de ninguna manera, y no podía dejarlo.
Pasaban los días y cuanto más tiempo permaneciera allí mas fuerte serie la sacudida. Estaba impaciente por retornar a sus montañas. Allí donde vería levantarse el vuelo del cóndor, el majestuoso planear del águila real. Allí donde el trueno resonaba con tanta magnitud y fuerza entre aquellos acantilados se diría que era el derrumbamiento de la Tierra. Aquel ruido ensordecedor era para él: un sonido maravilloso de vida.
Tenía que tomar una decisión, y lo hizo. Al día siguiente, de madrugada, entró en la habitación, ya con sus escasos ropajes de indio. Torso desnudo, con todas las pinturas y las plumas que había guardado bajo un matorral, y que para él representaban el sello de su identidad de indio guerrero.
Se presentó delante de ellos con
un vaso de leche de búfalo que había ordeñado en la madrugada y lo pasó,
primero al padre, que bebió un pequeño trago, después a la madre que la terminó
de beber de un sorbo. Los dos comprendieron al instante.
Los abrazó, sintiendo lo importante que era para ellos este contacto, y que él había aprendido de nuevo. Y escuchó sus últimos suspiros que le hicieron alejarse, para no volver jamás.
Los abrazó, sintiendo lo importante que era para ellos este contacto, y que él había aprendido de nuevo. Y escuchó sus últimos suspiros que le hicieron alejarse, para no volver jamás.
07/10/2012 - Sentir la muerte dulce
Aportación de Anna Jorba del blog Sir Enry Baskerville
Aportación de Anna Jorba del blog Sir Enry Baskerville
Era consciente de que la muerte dulce llamaría a su
puerta, pero lejos de pensar en un triste final, sentía que era un alivio
arrebujarse entre sus brazos, rodearse de ese misterio que representa el vacío,
el eterno silencio, la nada y dejarse llevar definitivamente hacía la
serenidad.
Repasaba mentalmente sus últimos meses, reteniendo el recuerdo de las
personas que le habían acompañado; quería despedirse de todos y de cada uno de
ellos, porque empezaba a sentir un cansancio extremo. En su estudio, frente al
ordenador, su lugar habitual, testigo de su ingenuidad, recorría en pensamiento
la lista de esa buena gente con la que había disfrutado.
Recordó a sus jóvenes seguidores que lavaban la ropa en la lavadora de los
sueños, a su amiga de unir puentes solidarios entre los más desfavorecidos,
recorrió la granja de Villarochel sintiendo el gorgorito de aves queridas
revoloteando a su alrededor; recordó el hablar familiar llano y sencillo de
aquella mujer viajera, madura y sensata, de la que aprendió a comerse el tiempo
para que no fuera a escaparse, sin darse cuenta, como se escapa apresuradamente
la vida; recordó aquel cobijo en donde se refugió con palabras bien escritas
que la apoyaron cuando las necesitó; viajó con su mente sobre el mar, posando
su mirada en aquel faro, cuya luz serena le había iluminado en momentos
oscuros; suspiró recordando al hombre sensible que cada día escribía mejor y el
eco de sus palabras cuando no quería que nada le salpicara y entorpeciera
en el camino a esa colina de sueños; sonrió pensando en los buenos
momentos pasados con aquella vital mujer y sus esotéricos pensamientos, que le
habían hecho reflexionar sobre el destino o la casualidad; recordó los escritos
sinceros de quien estuvo a su lado en momentos difíciles.
Retenía sosegadamente los bellos instantes vividos, cuando de pronto...
palideció. Se vio en la cuneta como un fardo envuelto en papel de desprecio y
desaire, en ese mismo instante se abrió la puerta de su estudio.... Venían para
llevarse todo el material informático: ordenadores, disco duro, impresora,
accesorios, etc., porque había prometido finalizar esa etapa virtual para
dedicarse a otras actividades.
Sintió paz en el silencio, calma en la nada.
Cerró los ojos y se abrazó a esta muerte dulce que tanto había deseado para
liberarse de ataduras inútiles y estériles.
09/10/2012 - Último Calor
Después de ver la terrible situación en la que se hallaba la humanidad entera, de ver como los miembros de mi familia iban desapareciendo poco a poco y que, desgraciadamente y sabe Dios por qué, a mi no me afectaba aún el virus y de ver como la mitad de la gente del pueblo donde vivo estaba desapareciendo, decidí hacer una lista de cosas que debería hacer antes de que me tocase el turno, decidí que no podía morirme sin más, llorando por los que ya no estaban. Así que comencé a elaborarla.
Primero tenía que pensar qué era lo que más me apetecía, el sol, no podía esperar a la muerte con el paraguas en la mano, eso era impensable, así que cogí un coche, el más bonito que había en el concesionario, por supuesto morado, me fui a una tienda de bikinis, elegí los más bonitos, uno de rayas azul y blanco, de lentejuelas mates, otro colores tierra y los metí en una preciosa bolsa de playa con una toalla a juego.
Me hice con comida que no caducase, no sabía cuánto tiempo más iba a durar, así que tampoco llevaba demasiada solo para mantenerme con vida y no morirme de hambre, ya que sería gracioso en esas circunstancias, morirse de hambre, también podría hacerme con ella en cualquier lugar, por eso no habría problema, bueno pensándolo bien ni por eso ni por nada, todo estaba a mi alcance no había nadie más.
Lo metí todo en el coche y salí rumbo al sol, a la playa, tampoco había tráfico así que no tendría problema de perderme, tampoco sabía a dónde ir, así que la dirección siempre sería al sur, no habría problema.
Lo metí todo en el coche y salí rumbo al sol, a la playa, tampoco había tráfico así que no tendría problema de perderme, tampoco sabía a dónde ir, así que la dirección siempre sería al sur, no habría problema.
Me sentía muy sola, de vez en cuando una lágrima rodaba por mis mejillas pero se lo debía a ellos, a los que dejaba detrás, ellos no habían tenido la oportunidad de elegir, pero yo sí, quizás fuese inmune, pero eso que más daba ya, si lo fuese, tenía muy claro que me suicidaría; a mí no me gusta estar sola, nunca me gustó, y menos esa soledad tan terrorífica, ser la única persona del mundo, que estuviese viva, traté de quitarme eso de la cabeza, porque solo el pensarlo me daban escalofríos.
Hace como un mes que comenzó todo y cuando supimos la gravedad de lo que estaba pasando, pensé egoístamente que yo quería ser la primera en caer, que yo no quería sufrir la perdida de los míos y como una broma macabra los vi caer de uno en uno, la muerte era dulce y sin sufrimiento para ellos, pero ir viendo como caían, fue la peor pesadilla y se cumplió íntegra.
Según iban pasando los días y se iban sucediendo las muertes, llegó un momento que ya no quedaban lágrimas y era tanto el dolor que dejo de doler, es increíble la capacidad de supervivencia de la mente humana o dejas de darle importancia o te vuelves loca, y allí me encontraba, yendo al sur, al sol, a bañarme en la playa porque se me ocurrió que era lo que más me apetecía hacer en mis últimos días de vida.
En realidad era una suerte saberlo porque podría aprovechar todos esos minutos de regalo que me quedaban en recordar los momentos felices y revivirlos, aunque fuese sola.
Según iban pasando los días y se iban sucediendo las muertes, llegó un momento que ya no quedaban lágrimas y era tanto el dolor que dejo de doler, es increíble la capacidad de supervivencia de la mente humana o dejas de darle importancia o te vuelves loca, y allí me encontraba, yendo al sur, al sol, a bañarme en la playa porque se me ocurrió que era lo que más me apetecía hacer en mis últimos días de vida.
En realidad era una suerte saberlo porque podría aprovechar todos esos minutos de regalo que me quedaban en recordar los momentos felices y revivirlos, aunque fuese sola.
Ya casi estaba llegando, notaba la brisa marina, no sabía dónde me encontraba, pero era el Mediterráneo, inconfundible azul, un poco diferente al mar del norte que es un poco más oscuro, pero igual de bello, si no fuese por el mal tiempo.
Encontré un pequeño pueblecito, con casas blancas y preciosas flores adornando sus fachadas, un típico pueblo costero, pero , no se veía a nadie, no se oía nada, llegue hasta el mismo paseo marítimo con el coche, aparque sin problema aunque tuve que apartar cuerpos y vehículos con gente que no tuvieron la misma suerte que yo, ellos no llegaron a la playa yo si llegaría, aún no sentía ni el hormigueo en las manos y los pies, aún me quedaban por lo menos horas, ya no contaba con días, me conformaba con seguir contando las horas, ¡qué ironía!.
Encontré un pequeño pueblecito, con casas blancas y preciosas flores adornando sus fachadas, un típico pueblo costero, pero , no se veía a nadie, no se oía nada, llegue hasta el mismo paseo marítimo con el coche, aparque sin problema aunque tuve que apartar cuerpos y vehículos con gente que no tuvieron la misma suerte que yo, ellos no llegaron a la playa yo si llegaría, aún no sentía ni el hormigueo en las manos y los pies, aún me quedaban por lo menos horas, ya no contaba con días, me conformaba con seguir contando las horas, ¡qué ironía!.
Llegué a la misma orilla, me bajé del coche, cogí la bolsa con los bikinis y la toalla y me dirigí a la playa. Hacía un día espléndido era perfecto para morir y para vivir, comencé a desnudarme, para ponerme el bikini, cuando caí en la cuenta, que bobada, si no me veía nadie, así que lo dejé a un lado.
Me senté frente al mar, entonces vi lo que me rodeaba, grupos de cuerpos que habían tenido el mismo último deseo que yo, el sol, mirar el mar y sentir la brisa en la cara y el cuerpo, respirar hondo y dejarse ir...
Me senté frente al mar, entonces vi lo que me rodeaba, grupos de cuerpos que habían tenido el mismo último deseo que yo, el sol, mirar el mar y sentir la brisa en la cara y el cuerpo, respirar hondo y dejarse ir...
De pronto algo me asustó, un perro se estaba acercando a mí, un precioso perro color canela que me miraba como diciendo me quedo contigo, no hay nadie más y se sentó a mi lado, le acaricié detrás de las orejas y se tumbó en mi toalla, soltando una especie de suspiro, como si hubiese llegado a casa, movió la cola un par de veces y se quedó dormido muy tranquilo.
Miré a mi alrededor no se movía nadie, no había duda, estaba yo sola con mi perro.
Decidí despertarlo, no podíamos perder tiempo durmiendo, había que hacer muchas cosas más, aunque no se me ocurría que hacer, primero un baño, recordaba lo que me contaba mi amor de los baños en el mar, en su mar, de sus paseos por la playa y del sol. No quería pensar en él, no quería pensar en nadie, casi estaba enfadada con todos ellos por haberme dejado sola.
Decidí despertarlo, no podíamos perder tiempo durmiendo, había que hacer muchas cosas más, aunque no se me ocurría que hacer, primero un baño, recordaba lo que me contaba mi amor de los baños en el mar, en su mar, de sus paseos por la playa y del sol. No quería pensar en él, no quería pensar en nadie, casi estaba enfadada con todos ellos por haberme dejado sola.
Nos levantamos, el perro era consciente también de que no había que perder el tiempo y me siguió o era por no quedarse solo, creo que se sentía como yo así que nos dimos un baño saltamos las olas, me reí como hacía un mes más o menos que no me reía, salimos del agua y nos secamos al sol, era delicioso sentir la brisa recorriéndome en cuerpo, esa brisa templada y suave que me acariciaba, dándome el calor que tanto añoraba.
El perro levantó las orejas y se irguió oteando el horizonte, algo se movía al fondo, una sombra negra como la noche se estaba acercando a nosotros, el perro al cual aún no le había puesto nombre comenzó a ladrar, me levanté para ver qué era y no salía de mi asombro, era un perfecto corcel negro como la noche. Era precioso, parecía una de esas fotografías de un corcel corriendo por la playa que tantas veces veía en internet, pero este era de verdad, era igualito a Plutón , el caballo de mi amor, que corriendo como el viento se acercaba a nosotros, no venía solo, en su lomo un jinete que gritaba y gritaba moviendo sus manos. Nosotros comenzamos a saltar y a llamar su atención ya éramos dos seres humanos en aquel paraíso, los gritos de júbilo se oían por toda la playa mientras se terminaba de acercar y de un salto bajo del hermoso corcel, nos abrazamos como si fuese el último abrazo del mundo y quizás lo fuese, nos mirábamos, nos volvimos a abrazar así un buen rato, no nos lo podíamos creer nos tocábamos las manos y las caras, nunca fue tan importante el contacto con otro humano, algo que no le dábamos la más mínima importancia se había convertido en lo más deseado del mundo, ver otra cara, otros ojos, oír otra voz… una risa que no fuese la mía como hace un ratito, tocar un cuerpo caliente de un ser humano y sentir la calidez de sus miradas y de sus manos al contacto con la piel, eso y el sol, ya no quedaban más cosas por hacer en mi lista, y en la de él tampoco, así que nos sentamos a ver el atardecer, a recrearnos en su belleza, el uno abrazado al otro, quizás ese fuese el último que viésemos pero .....
De momento el sol se ocultaba y estaba hermoso más hermoso de lo que lo había visto jamás… y él estaba a mi lado, caliente, vivo, respirando… Eso era lo único que importaba en ese momento… Mañana ya pensaríamos qué hacer, si había un mañana.
¡El hombre, no se lo podía creer!. Quería salir de su pequeño utilitario, pero por mucho que empujaba, no se abría ninguna puerta. Lo intentaba una y otra vez y nada. Rompería los cristales, si estos no bajaban, con las manos o con los zapatos. Nada. Le entró un sudor frío que le empujaba a una velocidad de vértigo hacia el desespero, directamente al abismo. Los otros coches, que como él estaban atrapados en aquel atasco de tráfico en una calle de salida de la ciudad, lo miraban con la indeferencia, con que se mira al vecino de al lado: de soslayo. Las señoras conductoras, muy puestas en su papel de señoras estresadas, por la familia y el trabajo, seguían hablando por teléfono mientras repasaban con la mirada el aspecto de sus manos y el maquillaje de su cara en el espejo retrovisor. Los hombres casi siempre con papeles, revisando quietos sus asuntos, sus papeles, sus periódicos...
Todos parecían no darse cuenta de nada y tampoco sospechaban que aquel hombre, atrapado dentro de su vehículo, luchaba con todas sus fuerzas para que le vieran. El tiempo pasaba. El atasco no se disolvía y nadie se movía. Todos sin pestañear eran completamente ajenos a la gran angustia de aquel hombre atrapado y medio ahogado.
Pronto se dio cuenta de que ya no lo veían, habían desaparecido de su vista y él tampoco podía mirarlos a ellos. El vaho de su propia respiración ya no le dejaba ver nada con claridad. Y esto le aturdía más y más. Cada vez más. No podía chillar y ya no veía a nadie para pedir auxilio. Solo se trataba de que abriesen la puerta desde fuera, pero no lo sabían ni nadie se percató de la situación. Ni al tocar insistentemente el claxon, solo recibió que protestas con más pitadas, hasta que agotó la batería. El miedo se adueñó de él. Se encontraba desvalido. Luchaba contra todos los elementos y contra su propio miedo. Se sentía perdido, solo en el mundo y abandonado a su suerte. Ya no quedaba nada donde aferrarse. Nada.
Cerró los ojos, quería descansar un poco. Si, si eso, descansar. Enseguida se dio cuenta que lo conseguiría, en un lugar que hasta entonces no había atinado.
Bajo la cabeza hasta los pedales del acelerador y el embrague. Ya le empezaba a entrar por una pequeña rotura de la junta de goma el aire fresco de la playa, aquella playa desierta que hacia tanto tiempo soñaba. Y allí estaba ¡¡¡Santo Dios que felicidad!!! Era el goce supremo que por fin empezaba a tocar con la punta de los dedos.
25/10/2012 - Alborada oscura
(Aportación de José Vte. García del blog Ya que digo...)
04/11/2012 - ¿Solo una mosca muerta?
(Aportación de Juan Carlos Celorio del blog ¿Y que te cuento?
Que ironía, después de tres meses, nos enteramos que el maldito virus,VMH-07 se propagó en un laboratorio de “alto secreto” tiene cojones el tema, ni más ni menos que un 14 de agosto un día después de mi cincuenta y dos cumpleaños. Maldita sea la hora y la estampa de estos científicos, seguro que aprendices del doctor Bacterio, cuando empezaron a remover y a tocar los tubitos de ensayo, y a algún becario se le debió ir la mano en la proporción, en la manipulación, que se yo, y heme aquí indeciso, con toda una carrera de funcionario por delante, con mi paga asegurada a fin de mes, que me tenga que ir al otro barrio, que mis ahorrillos se los coma el demonio, que mi flamante auto no tenga quien le monte… lo peor también es que desde que me separé aun no he tenido una relación carnal satisfactoria que me haga olvidar este mal trance, suponiendo que aun queden mujeres, no creo que estén pensando en pasar un buen rato en la cama, aunque mirándolo bien que mejor que echar un buen polvo y espicharla en el mejor momento, en fin por otro lado me alegro de no tener que pagar impuestos este año, éstos estaban al caer pero no creo que haya gente para pasar los cargos, aunque nunca se sabe estos cabrones del ayuntamiento son capaces de todo para incluso no dejarte morir a gusto.
La muerte dulce avanza, no queda otro remedio, hay que morirse, algún día nos habría tocado, incluso esto puede ser mejor que reventarse en un accidente de coche, electrocutado, lleno de dolores por un cáncer, hay muchas formas de morir, esperémosla, si hubiera remedio, seguro que no nos llegaría, siempre a pagar poca ropa…
06/11/2012 - Éxtasis final
(Aportación de José Vte. García del blog Ya que digo...)
12/10/2012 - Claustrofobia
¡El hombre, no se lo podía creer!. Quería salir de su pequeño utilitario, pero por mucho que empujaba, no se abría ninguna puerta. Lo intentaba una y otra vez y nada. Rompería los cristales, si estos no bajaban, con las manos o con los zapatos. Nada. Le entró un sudor frío que le empujaba a una velocidad de vértigo hacia el desespero, directamente al abismo. Los otros coches, que como él estaban atrapados en aquel atasco de tráfico en una calle de salida de la ciudad, lo miraban con la indeferencia, con que se mira al vecino de al lado: de soslayo. Las señoras conductoras, muy puestas en su papel de señoras estresadas, por la familia y el trabajo, seguían hablando por teléfono mientras repasaban con la mirada el aspecto de sus manos y el maquillaje de su cara en el espejo retrovisor. Los hombres casi siempre con papeles, revisando quietos sus asuntos, sus papeles, sus periódicos...
Incluso en aquella escapada masiva provocada por un enemigo
desconocido e invisible, cada cual iba centrado en sus propios asuntos y preocupaciones.
Todos parecían no darse cuenta de nada y tampoco sospechaban que aquel hombre, atrapado dentro de su vehículo, luchaba con todas sus fuerzas para que le vieran. El tiempo pasaba. El atasco no se disolvía y nadie se movía. Todos sin pestañear eran completamente ajenos a la gran angustia de aquel hombre atrapado y medio ahogado.
Pronto se dio cuenta de que ya no lo veían, habían desaparecido de su vista y él tampoco podía mirarlos a ellos. El vaho de su propia respiración ya no le dejaba ver nada con claridad. Y esto le aturdía más y más. Cada vez más. No podía chillar y ya no veía a nadie para pedir auxilio. Solo se trataba de que abriesen la puerta desde fuera, pero no lo sabían ni nadie se percató de la situación. Ni al tocar insistentemente el claxon, solo recibió que protestas con más pitadas, hasta que agotó la batería. El miedo se adueñó de él. Se encontraba desvalido. Luchaba contra todos los elementos y contra su propio miedo. Se sentía perdido, solo en el mundo y abandonado a su suerte. Ya no quedaba nada donde aferrarse. Nada.
Cerró los ojos, quería descansar un poco. Si, si eso, descansar. Enseguida se dio cuenta que lo conseguiría, en un lugar que hasta entonces no había atinado.
Bajo la cabeza hasta los pedales del acelerador y el embrague. Ya le empezaba a entrar por una pequeña rotura de la junta de goma el aire fresco de la playa, aquella playa desierta que hacia tanto tiempo soñaba. Y allí estaba ¡¡¡Santo Dios que felicidad!!! Era el goce supremo que por fin empezaba a tocar con la punta de los dedos.
15-10-2012
- La habitación
Por fin, después
de una larga búsqueda que había comenzado en el momento en que tuve
conocimiento de las alarmantes noticias acerca de la aparición del virus VMH07, pude entrar en la Habitación. Aquella
que según mis intensas investigaciones debería haberme desvelado el enigma de aquel
virus mortífero y su antídoto, que aún estaba por descubrir. Si mis cálculos no
fallaban, yo sería el primero en conseguirlo
Creyéndome ya
enfermo, decidí dedicar los últimos, quién sabe si días o semanas de mi vida, a
encontrar la Habitación. Cuando
por fin me encontré delante de la
Puerta que daba acceso a ella, pensé que aquel difícil camino
había llegado a su fin.
Muchos antes de
mí lo habían intentado hasta la muerte, no habían llegado a tiempo. Sus
cadáveres yacían esparcidos delante del umbral, en diferentes estados de
putrefacción. ¿Sería ese también mi fatal destino? Los pocos CIU (Científicos
Ingerentes Unicelulares) que aún no habían muerto hacía días que procesaban la
escena del crimen para aclarar la causa de sus muertes, aunque ésta era ya para
todos evidente: ellos también habrían sucumbido al virus conocido ya como el de
la Muerte Dulce.
Aquella Puerta
era la más robusta y hermética de las que había visto a lo largo de mis experiencias
en abrir Puertas Difíciles. Mirarla desde mi posición, un metro cincuenta, la
hacía aún más imponente; su altura debía sobrepasar cualquier medida conocida
pues se perdía en el infinito. A ambos lados parpadeaba un gran cartel luminoso
que llamaba la atención con sus colores fluorescentes verde y naranja y que se
encendía y se apagaba de manera intermitente advirtiendo al intruso:
¡Solo los que resuelvan esta
ecuación matemática
podrán abrirla!
Cuando volví la
mirada hacia abajo mis cansados ojos miopes descubrieron entonces un cartelito
de plástico con una cadena que colgaba de un gancho adhesivo sobre el que
estaba escrita esta ecuación:
¡Retorcida
propuesta! No iba a ser tarea fácil, intuí.
Ese fue el
primero de los muchos obstáculos que iba a tener que superar.
Empecé por
emplear mis especializados conocimientos en API (Apertura de Puertas
Imposibles) en abrir aquella: la más importante. Detrás me esperaba la solución
a la incógnita que podría salvar a aquella pequeña parte de la Humanidad que aún resistía.
Miré y remiré la
ecuación sin que el conjunto de aquellos pequeños caracteres tuviera
significado para mí en aquel orden sorprendente. Algo se me escapaba.
Pero llegado a
ese punto, después de dedicarle todas mis energías a aquella aventura final, no
podía darme por vencido, pensé. Así que decidí utilizar mi última tarjeta
infotecada de las tres que había tomado prestadas en mi Infoteca antes de
iniciar el viaje. Una vez llegado a mi destino, ya no la necesitaría. Para mi
fortuna, habían instalado junto a la
Puerta el último modelo de Dispensador, el de Objetos Mágicos.
Quizás si mis antecesores hubieran tenido acceso a uno de ellos no habrían
corrido aquella suerte nefasta. Con la tarjeta infotecada obtuve una Libreta
Mágica de la que tanto había oído hablar a mis colegas. Era el último ingenio
salido al mercado para la resolución de problemas complejos de todo tipo, no
solo matemáticos; aún desconocía su funcionamiento. Para conseguirla el
Dispensador me exigía además sacrificar una parte de mis conocimientos: era el
precio que había que pagar. La
Libreta a cambio de sabiduría ¡qué difícil decisión!
Apunté
cuidadosamente la ecuación en un ticket arrugado del supermercado que llevaba
en el bolsillo, sin dejarme ni uno solo de aquellos signos cuyo significado se
ocultaba, paradójicamente, a mi mente privilegiada, pero que salvaguardaban el
secreto de aquel templo sagrado como soldados en permanente imaginaria.
La Libreta que había
adquirido con aquella cualidad extraordinaria resolvería la intrincada ecuación;
no sería vano mi sacrificio. Era ligera, manejable, tenía dos potentes pero
minúsculos altavoces a ambos lados y entre ellos debía estar el nanodifusor de
sonido porque era inapreciable a la vista humana; una espiral interminable
giraba y giraba sobe sí misma en todas direcciones, activando la batería que se
alimentaba con rayos ultracatólicos. Solo reconocía la voz de su propietario
que registraba automáticamente con solo adquirirla. Venía acompañada de un
libro de instrucciones en quince volúmenes virtuales que tuve que estudiar concienzudamente
para inicianizarla. Conocer todas sus cualidades me acercaría un poco más a mi
destino.
Antes de
realizar esta operación por primera vez, era imprescindible introducir en sus dos
discos todos los datos que solicitaba a través de su sistema de vociferación
indirecta. Superada la fase de suministro de información a los discos, el
unívoco y el biunívoco —el más complejo— había que pasar a inicializarlos en el
punto exacto, según las indicaciones del prospecto virtual. Al cabo de varias
horas de operaciones frustradas que se me hicieron interminables, deduje el
dato: no existía tal punto exacto. Dejé de lado las instrucciones, pues concluí
que debían pertenecer a una versión anterior de la Libreta. Ahora
entendía por qué nada coincidía con la mía. Opté por la intuición, arma que se
había demostrado definitivamente como la más eficaz para resolver aquel tipo de
dificultades y al fin completé el procedimiento. Cada vez me sentía más cerca
de mi salvación.
Tuve un momento
de pánico cuando la Libreta,
en una de aquellas respuestas, me dijo: “Error 45.678: voz irreconocible.” Era
cierto, me había quedado una leve ronquera, consecuencia de una gripe atrapada
durante el viaje. Tuve que reiniciar el sistema de vociferación indirecta.
La emoción me
embargaba, por fin estaba a punto de consumar la hazaña que ningún otro hombre
había logrado antes de mí. Pasé el ticket con la fórmula por el detector óptico
heterodino de mi Libreta y esta me confirmó: “Leyendo con el SMDEI” (Sistema Matemático
Diferencial de Ecuaciones Inteligentes). Sabía que con ese sistema era
imposible que la ecuación se me resistiera, nunca me había fallado. Sin
embargo, al cabo de pocos segundos me dijo: “Lectura imposible: información
arrugada” Cogí de nuevo el ticket e intenté alisarlo con esmero, lo pasé de
nuevo por el detector y me volvió a repetir el mensaje confirmando el inicio de
la lectura. Esta vez no hubo contratiempos e inició el proceso de cálculo.
Desconocía la capacidad del sistema en estos nuevos artilugios de carácter
fantástico, dado que era mi primera experiencia con uno de ellos. Pero estaba
cada vez más cerca.
Durante el procedimiento
de descodificación de la fórmula la
Libreta conectó telepáticamente con mi memoria musical e
inmediatamente sonó mi ópera preferida: el Carmina Burana, en versión dirigida
por Zaratustra, discípulo del virtuosísimo Friedrich Nietzsche. ¡Quedé
sobrecogido! Aquella música me envolvía y me transportaba a tiempos remotos,
tiempos ingenuos y crédulos. A continuación conectó con esa misma memoria, pero
referida a mi sentido olfativo, y una fragancia mohosa y rancia penetró por mis
pelillos nasales. El olor los erizó y me trasladó a lugares inciertos y a lejanas
mujeres de la vida. Supuse que los esfuerzos de la Libreta por halagar mis
sentidos debía interpretarlos como una disculpa por su tardanza. No dejaba de
asombrarme el artilugio.
Sin embargo, al
cabo de solo unos minutos disparó un haz de luz láser muy potente que proyectó
sobre la Puerta. Al
final del haz de luz iban saliendo los deseados números que resolvían la
endemoniada ecuación:
¡Por supuesto! ¡Cómo
no me había dado cuenta, era evidente, hasta un niño la habría resuelto! Sentí
una cierta frustración teñida de sonrojo.
En unos segundos
la luz se apagó: ¡No había tenido la precaución de anotar el resultado! ¿Y si
lo había perdido para siempre?
Pero la Libreta volvió a asombrarme:
inmediatamente oí un quejido prolongado y la Puerta se fue deslizando poco a poco hacia el
interior. ¿Qué me aguardaba en aquel lugar que yo había concebido como aquel en
que encontraría la fórmula del ansiado antídoto?
Tantos meses de
espera habían ido tejiendo en mi imaginación un espejismo que al fin creí tener
ante mí.
Aquel intrépido
paso para la Humanidad
había llegado y yo iba a ser su excepcional protagonista: cuando cesó el
chirrido de los goznes herrumbrados, la Puerta de la Habitación quedó
completamente abierta. Avancé temeroso sin saber cuál sería la visión que me
ofrecería su interior.
Al entrar la
oscuridad me cegó, solo un hilo de luz solar penetraba en la estancia a través
de una claraboya del techo que apenas la iluminaba; el hilo de luz descendía en
una dirección perpendicular levemente inclinada hasta el suelo y a través de él
se veían millones de partículas de polvo en suspensión de los cientos de
millones que ensuciaban la habitación.
¿Sería esa la luz que me revelaría la
fórmula? Me situé debajo, me mantuve inmóvil y expectante unos minutos: nada. A
medida que mis ojos se acostumbraban a la oscuridad, fui recorriendo la
estancia buscando algo, otra puerta, algún indicio que me condujera al lugar
que escondía la solución. Vano intento: era la vacuidad absoluta.
Aquello desató
mi desesperación: ¡todo aquel tiempo y esfuerzos dedicados… a nada! Mis esperanzas
se vinieron abajo y yo con ellas, me senté con dificultad en el suelo
polvoriento y lloré con amargura.
Tuve que aceptar
que mi búsqueda había sido inútil. No podría salvarme yo ni salvar a la Humanidad.
Reponiéndome por
un instante a tanta pesadumbre, miré hacia la Puerta en un intento desesperado de salir para
poder advertir a cualquier otro ingenuo de su gran error, pero ya estaba
clausurada para siempre. Con ella se cerraba también la posibilidad de revelar mi
desolador testimonio: había errado el camino; este solo llevaba a un callejón
sin salida.
Es esa certidumbre
la que me ha llevado a dejar constancia escrita de mi experiencia antes de
morir y pasarla por debajo de la
Puerta, confiando en que alguien recoja este testigo y pueda
entregar mi negativa experiencia a la Humanidad.
Cincuenta
años, hoy cumplía cincuenta años. Miraba con desespero el reloj, las
horas se le hacían eternas, se sentía esclavo de la rutina monótona de
un gris trabajo. El que podía ser el dueño del mundo estaba aquí,
precisamente aquí. Los recuerdos se le agolpaban queriendo salir. Los
sujetaba a base de apretar los dientes, era un maestro en este arte,
pero esta vez estaba claro que se le iban a instalar en el mismo centro
de su alma, taladrándola sin que pudiera hacer nada.
Ella había dedicado toda
su vida a él. Enviudo siendo muy joven, hubo de trabajar sin descanso
para sacarlo adelante, sin familia, sin amigos, ella y su hijo, su hijo
y ella. Lo mejor para mi niño, decía una y otra vez. El mejor colegio,
la mejor universidad, la mejor mujer. Tan buena mujer buscaba que
nunca acepto a ninguna. Nadie igualaba a mamá.
Después de toda una vida
junto a ella, era el centro de su universo. Al concluir sus estudios
cum laude, le invitaron a viajar al otro extremo del planeta, un puesto
de gran relevancia, digno de su capacidad y preparación. El preguntó
¿podrá viajar conmigo mi madre? No, dijeron, solo usted.
No dudó, pero ahora
después de tanto tiempo, demasiado, se siente ahogado, prisionero sin
posibilidad de escapar. Tal vez pensó, la única salida sea esa muerte
dulce de la que todos hablan, pero no, ¡que absurda ocurrencia!, tengo
que ocuparme de ella, ¿Quién la cuidaría?
Volvió a mirar el reloj.
Ya falta menos, ahora
estará en casa preparando la fiesta sorpresa. ¿Fiesta?, ¿que clase de
fiesta es esa?, ella y yo, yo y ella. ¡Sorpresa!, durante cuarenta y
nueve años he representado el papel de sorprendido, hoy no será la
excepción, hoy será la representación número cincuenta.
Pero no, no me quejare, lo ha dado todo por mí, y ahora me necesita, no sabría hacer nada sin mí. Ella y yo, yo y ella.
¡Ya es la hora! , por fin.
Ordenó la mesa, las
carpetas verdes a la derecha, sobre ellas las blancas, sobre ellas las
azules. En la batea, el correo que llegó a última hora preparado para
su reparto. Lapiceros al cajón. Todo alineado, perfecto.
Empujo el sillón dejándolo
encajado en la mesa. Del armario tomo su abrigo, hoy hacía un frío
polar, el que cala hasta los huesos, lo abotonó hasta el cuello. De
los bolsillos saco la bufanda y los guantes. Los miró y le parecieron
feos, rematadamente feos, aun así se enfundo en ellos, eran el último
regalo de mamá.
Anduvo cabizbajo, el
viento gélido penetraba incluso sus pensamientos, volviéndolos aun más
triste y negros. Al pasar frente al café que bordeaba la esquina de su
edificio se detuvo un instante y la vio tras la caja registradora,
María, la bella María. Que dulce mujer, siempre le sonreía, como ahora.
María agita su mano
invitándole a entrar, le sonríe y sus ojos se iluminan, el mueve su
cabeza de lado a lado diciendo, no, y continua a paso ligero. Siente
que su corazón palpita enfadado, ¡como le gustaría sentirla cerca!
María deletrea en silencio.
Al llegar a casa le sorprende que todo este en tenue penumbra, no se escucha más que la nada.
Madre, la llama, nadie responde
Madre repite, dirigiendo sus pasos de habitación en habitación.
El cuarto de Eloísa está
abierto, entra, no comprende el sentido de ese desorden, vestido,
camisas, suéter, todo está tirado en el suelo. Lo recoge ¿que ha
podido pasar?, se inquieta, De una ojeada recorre la habitación, en un
rincón cerca de la cabecera de la cama asoma un sobre abierto ¿y esto?
Curioso extrae el papel que hay dentro, es una carta. Una carta
dirigida a su madre de un tal Ezequiel.
A medida que sus ojos leen lo que hay escrito, la rabia le nace desde lo más profundo de su ser.
Frase a frase le revela
una ardiente pasión, detalla un paseo cálido y húmedo por el cuerpo
aprendido por los años. Un amor oculto, gemidos contenidos maquillados
sobre una máscara de falso pudor.
La ira inunda sus ojos, tanto perdido en el camino, para esto, cuanta mentira en su boca al cantarte tú y yo, yo y tú.
Se dejo caer en el sillón
de ella, el sillón que la abraza cada día, amoldado al contorno de su
cuerpo, al hacerlo su olor le hiere.
Cuando la noche daba paso a
un nuevo día, Eloísa regreso envuelta en felicidad, lo había decidido,
si le diría que ya era hora de que el volara solo, de que se marchara
de casa. Buscara amigos, amigas, una mujer, le pediría que se
independizara, ella necesitaba vivir, necesitaba mostrar al mundo su
amor, no había nada ni nadie que se lo impidiera ya muerta Jacinta, la
mujer de Ezequiel, eran libres, por fin eran libres.
Al entrar en casa fue
directa a la habitación de Tomás, lo encontró dormido. Tranquila se fue
también ella a descansar, había sido un día muy largo. Mañana hablaría
con su hijo.
Bien entrada la mañana, la
encontró Marisa, la asistenta, fue a llamarla, al ver que no
respondía la movió, un grito sobresalto a los vecinos. Eloísa estaba
muerta.
LA MUERTE DULCE había entrado en la casa, decían unos y otros.
Llegaron los exterminadores.
Cuando llega a un lugar deja rastro, comentaban asustados los vecinos.
¡Pobre Eloísa!, fue enterrada sola, de su hijo nadie sabía nada.
25/10/2012 - Alborada oscura
(Aportación de José Vte. García del blog Ya que digo...)
En ésta alborada oscura, de luz acibarada y triste,
cuando el negro dolor envuelve mi alma,
y mi cabeza rebosa de recuerdos exaltados,
evoco un amor envuelto en puro delirio.
Quiero ver tu cuerpo blanco y tocarlo
sentir tu piel entre mis dedos y acariciarla
besar tus pechos como pétalos rosados y libarlos
y saborearte preso de lujuria inacabable y amarte.
Pero tú ya no estás, mi amor.
La casa vacía como ese jarrón solitario,
que no vierte agua, sino soledad y desconsuelo,
llora tu ausencia y es mi tormento.
Porque la muerte te ha deseado,
con más fiereza que la mayor de mis pasiones,
esa muerte que no es dulce, tampoco amarga,
sólo es dolorosa porque es, únicamente muerte.
04/11/2012 - ¿Solo una mosca muerta?
(Aportación de Juan Carlos Celorio del blog ¿Y que te cuento?
Se sintió confortado tras matar a aquella
mosca. Ni llegó a sospechar que la insistencia del insecto tenía una razón.
Nunca sabrá que, de haberse fijado en
ella, habría sabido como eludir los efectos del virus de la muerte dulce.
05/11/2012 - ¡¡¡Que Ironía!!!
(Aportación de Julián Mingo del blog El Retorno del Dibujante) Que ironía, después de tres meses, nos enteramos que el maldito virus,VMH-07 se propagó en un laboratorio de “alto secreto” tiene cojones el tema, ni más ni menos que un 14 de agosto un día después de mi cincuenta y dos cumpleaños. Maldita sea la hora y la estampa de estos científicos, seguro que aprendices del doctor Bacterio, cuando empezaron a remover y a tocar los tubitos de ensayo, y a algún becario se le debió ir la mano en la proporción, en la manipulación, que se yo, y heme aquí indeciso, con toda una carrera de funcionario por delante, con mi paga asegurada a fin de mes, que me tenga que ir al otro barrio, que mis ahorrillos se los coma el demonio, que mi flamante auto no tenga quien le monte… lo peor también es que desde que me separé aun no he tenido una relación carnal satisfactoria que me haga olvidar este mal trance, suponiendo que aun queden mujeres, no creo que estén pensando en pasar un buen rato en la cama, aunque mirándolo bien que mejor que echar un buen polvo y espicharla en el mejor momento, en fin por otro lado me alegro de no tener que pagar impuestos este año, éstos estaban al caer pero no creo que haya gente para pasar los cargos, aunque nunca se sabe estos cabrones del ayuntamiento son capaces de todo para incluso no dejarte morir a gusto.
La muerte dulce avanza, no queda otro remedio, hay que morirse, algún día nos habría tocado, incluso esto puede ser mejor que reventarse en un accidente de coche, electrocutado, lleno de dolores por un cáncer, hay muchas formas de morir, esperémosla, si hubiera remedio, seguro que no nos llegaría, siempre a pagar poca ropa…

06/11/2012 - Éxtasis final
(Aportación de José Vte. García del blog Ya que digo...)
El desconocido la penetró con fuerza. Gina aguantaba los
violentos empujones con los ojos cerrados y tratando de concentrase en su
propio placer. Sólo tendría una oportunidad y no pensaba desaprovecharla.
Durante horas había recorrido las desoladas calles de la
ciudad en busca de algún hombre, ofreció dinero, todo cuanto tenía, su coche y
su casa, el primer ofrecimiento siempre era su propio cuerpo.
Gina frenaba la fogosidad del hombre que mesuró sus bramidos mientras a
duras penas mantenía la apocada erección. Entonces, y con vehemencia, estalló
una batalla de caricias, arañazos y besos,
sus cuerpos, inundados en saliva y sudor, se debatían de puro gozo hasta que
Gina rogó que llegara el final. El hombre bombeó con toda la fuerza de su
sangre, la presión era casi insoportable. En aquel mismo instante en que una
punzada rompía en dos su corazón, Gina alcanzó, durante apenas tres segundos, el
inexplorado éxtasis que unió el placer más profundo con la muerte más dulce.
07/11/2012 - El sobre secreto
Nos conocemos desde hace más de
quince años, el tiempo que llevamos trabajando juntos. Él, Emil, es… mejor
dicho… era mi jefe, yo, su fiel empleado. Nada más. La realidad más evidente
es que, a pesar de los años trascurridos, apenas nos conocemos. Todos estos
años nos hemos tratado con corrección y respeto, pero sin ningún atisbo de
amistad que pudiera romper la relación laboral. Emil siempre lo dejó bien claro
desde el principio y así lo mantuvo siempre.
El ejemplo más claro de la
falta de confianza entre nosotros se ha dado durante los últimos meses. Todos
los días Emil abría la caja fuerte que se encuentra en su
despacho y, tras recoger el sobre que había colocado el día anterior, colocaba
uno nuevo. Al principio era de vez en cuando, pero pronto fue a diario. Así todos los días, sin faltar ninguno, recogía el viejo, lo destruía y depositaba el nuevo, lo curioso es que no
siempre lo llevaba él encima, a veces lo traían y otras salían misteriosamente de algún cajón.
Al principio no le di importancia, me parecía el juego absurdo de un viejo
inútil, pero con el discurrir de las semanas, y al ver que el continuo cambio
de sobres no cesaba, empecé a pensar que algún gran secreto se traía entre
manos. Pensé en amantes y en sobres de dinero negro, también que quizás querría
despedirme y estaba recopilando nombres de candidatos, pero rápidamente lo fui
descartando todo, nada de aquello tenía sentido. Esos sobres secretos tenían
que contener algo muy importante y sin duda ilegal. Nuestra pequeña empresa se
dedicaba a la coordinación de transporte logístico entre países. Si, algo de
eso debería de ser. La cuestión es que poco a poco se fue apoderando de mí una
enorme curiosidad, que yo mismo sentía que se estaba convirtiendo en patológica.
Nunca le pregunté directamente por el contenido de esos sobres, Emil era muy
estricto en este asunto y no me hubiera permitido semejante intromisión en su
privacidad. Más de una vez me lo había dejado bien claro, pero mi intriga iba
más y más en aumento y ya era algo que difícilmente podía controlar.
Cuando al poco tiempo se empezó
a rumorear que una siniestra plaga en forma de virus se extendía
inexorablemente por el planeta, llegué a la conclusión de que en esos sobres
estaría la clave de la enfermedad, y quizás de la curación. Busqué las mil y
una formas de hacerme con la combinación de la caja fuerte. Le espiaba,
intentaba ver el movimiento de sus dedos al pulsar las teclas, aprovechando
sus ausencias probé cientos de
combinaciones, pero todo fue inútil. Finalmente tive claro que únicamente me
quedaba una solución.
Ahora Emil esta sentado en la
silla de su despacho, el cuerpo reposa inclinado sobre su mesa y encima de sus
brazos se acomoda su cabeza, pareciera que ha decidido tomarse un descanso,
pero en realidad está muerto, un hilillo de sangre resbala desde su sien hasta
el suelo y un gran charco ha empezado a formarse inundando parte del suelo.
Rápidamente me puse manos a la
obra. Tenía que hacerme con la combinación y acceder al sobre como fuera.
Busqué por toda la oficina, en cajones y armarios, entre los libros, incluso entre
sus propias ropas algo que me diera alguna pista sobre la clave, pero todo fue
inútil. La impaciencia y la intriga me consumían, entonces recordé esos chismes
de láser verde que permiten ver las huellas marcadas. Busqué por toda la ciudad
alguna tienda que los tuviera. La ventaja de vivir en una ciudad fantasma y devastada
era que todos los comercios estaban accesibles para coger todo lo que uno
quisiera, la desventaja consistía en que yo no era ningún experto en cuestiones
tecnológicas y prácticamente no había nadie a quien preguntar. Finalmente lo
encontré. Al pasarlo por la tableta de dígitos de la caja comprobé con horror
que todas las teclas estaban marcadas casi por igual. El despreciable de Emil
probablemente cambiaba la cifra cada poco. Creí morirme, pero me negué a
desistir. En la combinación de esos números estaba sin duda la clave y el
acceso al conocimiento para la curación de la Muerte Dulce.
Empezando por el número 1 y de
manera metódica y ordenada empecé a probar combinaciones posibles. Ahora llevo treinta
y dos horas probando infinidad de variantes numéricas. No he comido, ni he
dormido, tengo los dedos entumecidos y la cabeza embotada, pero ahora ya es
algo más que paranoica curiosidad, ahora me va en ello la vida, hace más de quince
horas que he comenzado a tener los síntomas que llevan a la inevitable muerte
dulce. El cosquilleo en manos y pies empiezan a ser casi insoportable... ¡Un
momento!, ¡he escuchado un clic! Si… la caja por fin se ha abierto, río a
carcajadas entre saltos de alegría, estoy tan frenético que a punto estoy de
resbalarme con el charco de sangre que inunda la habitación, pero lo conseguí y
eso es lo que importa. ¡Ahora si que estoy seguro de que me voy a curar! Miro
entre la enorme pila de folios llenos de números la anotación de la combinación
que la ha abierto: 7,2,9,6,3... ¡¡¡no me lo puedo creer!!! el muy canalla no tuvo mejor
idea que colocar la fecha de mi propio nacimiento. Ahora más que nunca, me
alegro de que esté muerto. ¡Que se joda!, no se merecía otra cosa.
Con cuidado, el que me permiten
mis temblorosas manos, cojo el sobre y, con toda la meticulosidad de que soy
capaz, lo abro. El corazón parece que me va a estallar, pero aun me quedan ocho
horas para que eso ocurra y quizás la solución la tenga en mis propias manos.
Abro el sobre. En su interior
hay únicamente una hoja, está escrita de puño y letra por Emil, dando un
profundo suspiro empiezo a leer:
“¡Diantres Dominic, te ha costado! Si estás leyendo esta carta
significa que finalmente has conseguido abrir la caja fuerte y que yo estoy
muerto. Como es improbable que haya sido a consecuencia del virus de la muerte dulce,
eso significa que tú mismo me has matado. No te preocupes, lo esperaba. Hace ya
varias semanas que el sobre que coloco tiene este mismo mensaje. El otro, el
que de verdad te interesa, ese que te hace rumiar despierto, ese que te está
consumiendo de dudas, ese que piensas que te puede ayudar a librarte de la
plaga mortal. Ese sobre hace ya varias semanas que dejé de colocarlo aquí. Ya
no era necesario. Fue el mismo día que me diagnosticaron un cáncer de hueso que
acabará conmigo de una manera dolorosa en cuestión de meses. Pronto no habrá
ni médicos ni nadie que me ayude a aliviarlos. Por eso, consciente de tu
estupidez y de tu avaricia, me inventé este juego del sobre, sabiendo que tarde
o temprano te dejarías llevar por tu intrigante curiosidad y acabarías conmigo.
Sin duda nos veremos en muy poco tiempo. Si es en la Puerta de San Pedro nos
saludaremos como viejos conocidos y lo celebraremos, si es en la entrada del
Infierno, maldeciremos nuestro destino. Pero si nuestros caminos son los
opuestos, veré la manera de mandarte un querubín o algún ángel de la oscuridad
para que te de conocimiento del contenido real del sobre que tanto te ha intrigado
todas estas semanas. Si nada de todo esto existe… lo siento mucho por ti. Adiós
Dominic”
Emil Hubs
Ahora, sentado aquí en el frío
suelo y con la carta estrujada entre mis manos, sólo espero el final.
Únicamente tengo un deseo, que no exista un después. No podría
soportar su risa por toda la eternidad.
¡Qué difícil
levantarse cada mañana para vivir una vida sin sentido, sin futuro, sin
ilusión, sin esperanza… una vida de muerte!
Hemos intentado
mantener la calma y continuar con el protocolo habitual durante todo este
tiempo, desde que el VMH-07 empezó a propagarse y a sembrar el planeta de
víctimas mortales. Ahora ya no es posible. El terror nos está paralizando a
todos y aunque la idea de un mañana inexistente nos hace pensar en arrojar la
toalla, en abandonar la lucha, no nos rendiremos antes de tiempo, tenemos que
seguir adelante… hasta el final.
El pánico a la
muerte dulce será aún mayor si las calles permanecen sembradas de cadáveres en
descomposición, los malos olores inundan nuestros hogares, el aire se hace
irrespirable y el solo hecho de pisar la calle se convierte en un espectáculo
dantesco; es nuestra obligación encargarnos de las víctimas y eso haremos.
Hace ya tiempo que
se ha implantado el plan de contingencias para grandes catástrofes, pero esto
desborda todas las previsiones.
Las brigadas para
la recogida de cadáveres son insuficientes, necesitan ayuda, cada día más
ciudadanos se ofrecen voluntarios para retirar los cuerpos sin vida que se
agolpan en las calles, en los parques, en las puertas de nuestras casas…,
después son trasladados a las plantas de incineración, ya no damos tiempo ni a
que se enfríen; hay hornos crematorios improvisados por todas partes; en
cuestión de segundos se convierten en polvo, tan solo una breve explosión, un
fogonazo y un calor insoportable.
Tras cada hornada
unas horas grises de desolación en las que el sol se oculta tras una nube de
muerte.
El tiempo se agota,
nadamos contracorriente.
Soy el único trabajador que queda en la
planta; intentaré mantenerla en
funcionamiento, no sé por cuanto tiempo…
13/11/2012 SACRIFICIO
No
para de hablar, Marita consigue atraparme con su charla, yo la observo
como bebe de su copa y dibuja una sonrisa de pintalabios rojo. Pero
lo que más me gusta de ella es su forma de mirarme mientras se dirige a
mí. En esos momentos me alegro de haber aceptado la invitación a
cenar, nada es comparable al brillo de sus ojos. Ya desde pequeña me
enamoró ese desparpajo de mujer fatal que desprendía sin ser consciente
de ello. A lo largo de mi extensa vida he conocido muchas mujeres, que
me han vuelto loco o me han enamorado, he conocido su cálido sexo y
me he alimentado de ellas para sobrevivir. Quizá, porque la he visto
crecer y he conocido a todos sus amigos, novios y amantes, podía
perdonarme ser un canalla esta noche. Y estaba decidido a serlo con
ella. He notado su pie descalzo deslizarse por mi entrepierna, la he
mirado como introducía el dedo en su copa de vino y luego lo ha
colocado en sus labios. Mis ojos se detienen en su pecho que
respira agitado y me contengo las ganas de acariciar su cuello con mi
lengua.
Ahora
no escucho; ella me habla y me habla, pero yo la he desnudado con mi
imaginación, la he colocado en la mesa y he respirado su aroma de
perfume caliente. Noto el deseo que me empuja y comienzo a desnudarme
para sujetarla contra mi cuerpo. Pero despierto del ensueño cuando me
llega un olor fuerte a sangre fresca y otro olor familiar que me
advierte. No la he visto salir de la habitación pero llega desde la
cocina con una copa.
- Esta es mi sorpresa . - dijo colocando la copa de sangre frente a mí.- Conozco tu secreto.
No
sabía qué decir, son muchos años los que vivo en esta ciudad, he
tratado de ser discreto, pero ya quedan pocos de mi especie. Sonrío.
Sólo tengo ganas de estrecharla entre mis brazos, de perderme bajo su
piel, de tocar su sexo húmedo y de escuchar la música de sus gemidos.
Tal vez la sangre me consuele y me dispongo a beber de mi copa cuando
ella me la arrebata.
-Tómame a mí. - Y me ofrece su garganta.
Abandono
mi asiento, me coloco detrás de su espalda y le susurro al oído. Me
envuelve su perfume, me seduce su nuca, su pelo, su cuerpo. Quiero
hacerle el amor antes de que la muerte dulce se apodere de ella, porque
está aquí, acechando, la huelo por la habitación. Mi deseo busca la 'petit morte'
para vivir un instante. Marita se abre toda entera y me abraza,
mis manos suben por sus caderas y noto su cuerpo que vibra junto a mi
sexo, juego con su boca y no puedo contenerme, le muerdo los labios
para tener el sabor de su sangre y desde allí, recojo su gemido y el
mío me azuza las entrañas. Repite una y otra vez en su lamento que no
quiere morir.
-Muérdeme... quiero ser como tú. - me susurra.
Quiere
vivir eternamente conmigo y sonríe feliz cerrando los ojos, su
cuerpo desnudo se desvanece entre mis brazos. Con premura muerdo su
cuello y bebo su sangre hasta saciarme; sé que está contaminada con el
virus, por eso, me aferro a su cuerpo tibio y espero a que llegue
mi turno.
15/11/2012 - AMANECER DE NUEVO
(Aportación de Julián Mingo del blog "El retorno del dibujante")
Desperté bruscamente, estaba mareado, mi situación, era realmente extraña, allí estaba mi cuerpo en una cama rodeado de aparatos desconectados y sin vida, de mi brazo izquierdo colgaba una vía, que en otro tiempo habría sido el sitio por donde recibiría los fármacos necesarios para poder seguir existiendo, y que ahora su función era más que prescindible, con cuidado la arranqué de la vena y la deposité en un cubo donde habían restos de vendas y demás deshechos hospitalarios, me incorporé lentamente, era todo realmente extraño no había nadie en la estancia, recorrí como pude los largos pasillos del hospital y no encontré a nadie, intenté viajar por mi memoria para recordar algo en lo que pudiera identificarme, mi nombre, mi aspecto, los hechos por los cuales fui ingresado en aquel centro hospitalario, no encontré nada, solo el vacío, solamente me llegaban preguntas, sin respuesta.
Empecé a darme cuenta de lo grave de aquella situación, hacía frío en la calle y solo llevaba puesto el liviano pijama del hospital, así que retomé los pasos y busqué algo con que aliviarme, al fin encontré un armario con varias prendas que me vendrían de maravilla para enfrentarme a mi delicada aventura, lo mismo encontré en las desangeladas calles vacías, un silencio brutal, no esperaba que ese silencio rebumbaría tanto dentro de mí, era insoportable ver los coches vacíos, las aceras desiertas, las tiendas sin su algarabía habitual, ¿que habría pasado durante mi estancia en el hospital? ¿cuanto tiempo habría estado inconsciente? un mar de dudas empezaba a taladrar mi recién cobrada consciencia, empecé a andar mas rápido que de costumbre la amplia y desértica avenida, quizás tenia miedo, el miedo te hace obrar de manera diferente, miedo ¿a que? buscaba respuestas, subí el ritmo de los pasos, esperando encontrar a alguien, algo que me diera alguna solución, pero nada ocurría, pasaba los cruces de calles miraba a un lado y a otro y solo encontraba el devenir del gélido viento que resecaba mi rostro, cansado me senté a reflexionar el porqué de todo aquello, y algo ocurrió, era como un lejano murmullo, que cada vez se hacia mas insistente y cercano, mi estado anímico se disparó como un resorte, el rumor se hacía evidente a cada minuto que pasaba y los latidos de mi corazón empezaron a retumbar en mi cabeza como un tambor.
No podía dar crédito a lo que se acercaba, era como una maraña inmensa, una jauría indecente de destrucción, en esa nube se amontonaban miles de perros que en otro tiempo habían estado a servicio de las personas, y ahora locos por el hambre se aprestaban a dar caza a todo aquello que estuviera a su alcance, ni que decir tiene que mi situación ahora si que había ido a peor en un cien por cien, y loco por el miedo empecé a correr todo lo que me permitían mis flojas piernas, que no era ni mucho menos lo que yo quisiera.
Aquello pintaba muy mal, tanto que pensé por un momento acabar de otra forma mi fugaz bienvenida al mundo, acabar cuanto antes, pero el instinto de supervivencia me hacia retraerme de esa suicida idea, había que encontrar una salida de alguna forma pero ¿cual? las fuerzas empezaban a fallarme, creo que ya no podría resistir mucho más, me paré, el corazón estaba a punto de desbocarse y mis menguadas fuerzas dijeron basta, habría que resignarse a este fin, y prepararse para acabar cuanto antes, me arrodillé como el que pide clemencia, ante algo que iba a acabar con mi recién estrenada vida, algo que no entendía, que me superaba en todo momento, y me sentí frágil, mi cuerpo se volvió blando, caí de bruces encima del asfalto, y un pinchazo dentro de mi pecho alivió de algún modo mi posterior sufrimiento, porque cuando el enjambre de canes cayó sobre mí, hacía unos segundos que me había ausentado para siempre de este mundo
Carla Rojas se sentó cómodamente en uno de los dos sillones de rejilla que tenían colocados en el césped de la terraza de su casa para, como solían hacer todas las noches en que el tiempo aun era agradable, hablar en susurros y contemplar la luna bajo los mágicos influjos de la noche estrellada.
Quería sentirse hermosa. Se había puesto su mejor vestido, aquel negro y entallado que llevaba el día que se conocieron en aquella fiesta y que tanto le gustaba a él. Se le escapó una mueca triste cuando cayó en la cuenta de que sólo habían transcurrido quince meses desde aquel día. Durante más de una hora se maquilló con esmero, se cepilló largamente su pelo largo y moreno y se adornó con abalorios y colgantes, aquellos que él mismo le había ido regalando durante todo ese tiempo. Deseaba sentirse bella y deseada.
Decían que no había dolor, que no se sentía nada, apenas una pequeña sensación como de un ligero infarto. Hacía ya varias horas que tenía ese extraño hormigueo en las manos y en los pies. Esa era la simple percepción que precedía a la muerte dulce. Era el preludio para la larga noche.
El sillón de al lado estaba vacío, su marido no lo ocupaba desde hacía cuarenta y cuatro días, él había sido uno de los primeros.
Carla se recostó y esperó. No deseaba otra cosa. Unos pocos minutos más tarde sintió una pequeña punzada en el pecho. La taza de café le resbaló de entre las manos y unas pocas gotas derramadas se confundieron con la noche, absorbidas entre los hilos de su precioso vestido negro.
(Aportación de José Vte. García del blog Ya que digo...)
Ray llevó el nutritivo desayuno a la cama donde, como era habitual en los últimos días, le esperaba su mujer, exuberante, desnuda y entregada. Así llevaba los últimos seis días. ¿Qué más puede esperar un hombre de la vida? Se preguntó con irónica sonrisa.
Fuera en la calle aun se escuchaban algunos escarceos y tumultos, pero claramente iban a menos. Nada que ver con los incesantes saqueos y las cruentas batallas callejeras que se sucedieron sin cesar al principio, cuando fueron apareciendo las primeras víctimas de manera masiva, ante la incredulidad y el silencio de las autoridades. - ¡Pero incluso a las calamidades y a la muerte es capaz de adaptarse el ser humano! – pensó.
Pasado el primer mes, cuando ya los cadáveres se contaban a miles por todas partes, la gente empezó a refugiarse en si mismas, en sus creencias más profundas, en sus propias casas. Aceptó el hecho como inevitable y se conformó. Eso mismo era lo que habían decidido hacer ellos. Se encerraron en casa con todo cuanto necesitaban para un mes, cerraron la puerta por dentro y tiraron la llave por la ventana del sexto piso donde vivían.
Ray y Susan eran de ese tipo de personas que se vanagloriaban de haberlo experimentado todo o casi todo en la vida, triunfadores y exigentes como eran, ahora se les presentaba la oportunidad única de experimentar el mayor de los goces. Sólo iban a tener una oportunidad y no querían desperdiciarla.
Hacía ya varias horas que ambos tenían el mismo cosquilleo en manos y pies. ¡Una suerte!- expresó Ray con un sarcasmo no exento de un oculto desconsuelo, iba a suceder tal y como ellos deseaban, concientes como eran de que el clímax estaba cercano. La noche, como todas, había estado llena de desenfreno y lujuria, como a ellos mismos les gustaba referirse, no querían desperdiciarla durmiendo, apenas lo hacían durante un par de horas, lo justo para aguantar y no caer exhaustos. No deseaban que la muerte dulce les alcanzara desprevenidos. Desayunaron en silencio, cada uno pendiente de sus propios pensamientos y sus íntimos recuerdos. No hablaron, en realidad no tenían nada que contarse, sólo se alimentaban y se amaban, tampoco deseaban que una palabra equivocada rompiera la magia que disfrutaban. La magia de un amor caótico envuelto en una despedida triunfal. La magia de la culminación del sexo y el amor.
Se abrazaron y comenzaron un nuevo juego amatorio. Les era fácil encontrar la pasión necesaria, la atracción continuaba siendo extraordinaria. Se besaron con extremado frenesí y se acariciaron con dulzura pero también con una vehemencia ya conocida, conscientes como eran de que, ésta vez si, iba a ser la última vez. Sudorosos, agotados y al borde de sus últimas fuerzas, continuaron su propia función, el picor de las manos era mayor cada vez, incluso empezaba a ser ligeramente molesto.
En el momento preciso Ray la penetró, con suavidad pero con calculada rudeza. Durante unos segundos el empujó con fuerza y ella recibía entregada, así sucedió incansablemente durante algunos minutos hasta que unos fuertes calambres en el corazón les paralizó por unos segundos. En ese momento sus miradas se cruzaron y ambos se detuvieron. Fue entonces cuando Ray se derrumbó. De pronto un miedo atroz le taladró el cerebro. Se salió del interior de Susan y como un niño se acurrucó entre sus pechos. De repente se dio cuenta de que tenía miedo a morir.
Susan, comprensiva, lo abrazó todo lo fuerte que pudo.
- ¡Te quiero mi amor...! - dijo Susan - ¡...Adiós!
- ¡...Adios, mi amor...! – respondió Ray
Unos segundos después ambos expiraron enlazados, no hubo momento culminante, no hubo exaltación suprema del goce, sólo un abrazo y unas pocas lágrimas derramadas a la vez se fundieron en el momento definitivo y real de su despedida.
01/12/2012 - El Canto de la Sibila
(Aportación de Felicitat del blog El Jardí del Pirineu)
Todo ha empezado a finales de este siglo. A penas falta escaso tiempo para el final del milenio y se augura un fatal presagio. Soy Jimena de Huro, hermana de Guido de Huro y prima hermana directa de Olegario el Zurdo, Obispo de Campos y Conde de Huerta. Nos hemos criado juntos, ya que nuestra madre, Ana de Estola, murió tiritando de fiebre amarilla en los brazos de Herguido de Huro, esposo fiel y gran guerrero, padre nuestro; su torso grueso y su nariz encorvada lo distinguía de entre otros compatriotas. Ana de Estola, fue una mujer de tez fina, piel blanquinosa y bien educada entre la nobleza. Su boda fue anunciada por ambas partes desde su infancia, poderes terrenales y decretos reales que destinan un futuro sin poder cambiarlo, aunque mismamente fueron felices hasta ese instante.
Me encuentro en estos lugares, sentada frente al espejo de esta fría habitación. Mis cabellos castaños y ondulados se enredan entre púas de un cepillo anacarado y rodeado de lujuriosas piedras. Dicen que soy bella, heredada mi piel fina de madre y bien engendrada por un hombre poco casto y fuerte, de piel más bien morena y ruda y de rostro marcado; en ello basan mi belleza, y, aunque por edad ya debiera, todavía no he conocido hombre que deshonre mi pureza. Los aposentos y ventanales pertenecen al Castillo de Casanueva, tierras de Matallana. Estoy invitada por mi primo Olegario a pasar estos días de fiesta grande, dónde en el centro de la Catedral de San Cristóbal, tendrá lugar, para anunciar las fiestas, el canto de la sibila, al que me han ofrecido intervenir en esta ceremonia y vestirme de gala, junto al coro que pertenece a la real nobleza de estos confines. El final del año se acerca, y en la profundidad de las voces, se respira el miedo del pueblo y el terror en todo el feudo. Rumores que han llegado a sus oídos, palabras que intuyen el fin de estos tiempos. Cantos que denotan tristezas e incertidumbres al mismo tiempo y que me producen cierta nostalgia. Nunca he comprendido porqué cuando termina el año, este canto sibiliano se convierte en melodía de bastos poemas, creencias absurdas y rituales lejanos que un día nos impusieron personas de otros caracteres, aquellos que una vez nos enseñaron el Libro Sagrado, al que seguimos venerando. Después del canto se ha acercado a mi lado Romualdo, el Duque de Cierva. Hombre galano, de unos treinta años. Ojos oscuros y llanos, en su mirada se difuminan batallas, caceras y mujeres de taberna. Me ha conmovido. Se ha fijado en mi peca negra. Esa que delata la regatera que marca el vestido que llevo para la sibila. Un tejido verdoso, de seda rasa, se ciñe torpemente a mi cuerpo atado por el corsé y, en su torpeza, se abre exuberante la regatera, deleite para el caballero Romualdo de Cierva. Irrumpe ese momento de éxtasis mi primo Olegario, para confirmar que en la sala grande, la que linda con la superior destinada a la Biblioteca y reservada para los monjes, está servida la cena. Una mesa larga se divisa en el centro, en la que caben cien tenedores, todos con sus vajillas pertenecientes. Se hallan entre nosotros abades, condes y señores de otras tierras. Hoy va a ser el gran día, hoy sabré ciertamente cuál es la sorpresa que mi primo Olegario me encomienda, junto a Romualdo, el Duque de Cierva. Entre los manjares, propios de estas tierras, nos deleitamos de sabrosas carnes, salsas afrutadas, dulces mazapanes y buen vino que curan en barricas de madera acerezadas. Al terminar la cena, después de los festejos y discursos de los comensales, me siento cansada, agotada. Se ha ofrecido el Duque para acompañarme hasta la sala de arriba, dónde se aposentan las mujeres y los invitados. En este caso, los dos compartimos los mosaicos que dibujan el mismo pasillo. Me despido, con un beso en la mano, de mi primo Olegario y Romualdo me coge del brazo. Subimos las escaleras, que están alumbradas por enormes antorchas que prenden con aceites grasos y que van dejando aroma a hierbas, gracias a los monjes artesanos, que cocinan los aceites con hierbajos y especias de la tierra. Frente a la puerta de mis aposentos, Romualdo me apresa entre sus brazos y me desparramo sobre sus piernas. Durante la cena ha estado jugando conmigo a través de las palabras, coqueteando con los gestos, seduciendo con las miradas. En el interior de mi corazón he sentido una llamada, la sangre me ha fluido por todo el cuerpo, como el cosquilleo de una pluma cálida que se deja caer suavemente por la espalda. Un flujo candente se ha esparcido entre las enaguas bordadas de finos encajes y ha atravesado entre mis piernas mientras cenaba, y bajo la mesa, como una espada, he sentido la necesidad de ser clavada entre paredes. Ahora, entre salivas y pieles marinadas, creo haber llegado a conocer hombre viril y, asustada por los atónitos gemidos de placer que se me escapan, cierro los ojos y giro la cara hacia los ventanales, y se refleja entre mis párpados cerrados el rayo bravo de una luna llena. Con un suave mordisco en el cuello y una sutil penetrada, me sé mujer honrada por gentil caballero que no distingue espada, clavando su miembro entre mis entrañas. Es entonces cuando los siento cercanos y un fuerte dolor en el pecho me asfixia y me transporta, en una visión delirante, al segundo milenio y puedo entender a la muerte dulce. Y es ahora cuando esos suspiros, susurros de tramontana que me han atormentado mientras cantaba la sibila y, que al momento de desprenderme del cuerpo de Romualdo, sudorosa y agitada, han abierto los suelos con quiebras alargadas. Suben a la luz de la tiniebla oscura del Castillo de Casanueva, antiguos espíritus de otros tiempos que pisaron tierras de Matallana. Babilonios, bárbaros, romanos y hombres de las cavernas, los que predijeron el futuro entre los astros, griegos y celtas, vienen a bailar conmigo, una pobre cristiana de media época. Me voy con ellos hasta el fin del mundo, bailando entre mares de tierra el compás de lo eterno, y arrastro conmigo a los fieles vástagos, al Duque de Cierva, monjes y abades, obispos, condes y reinas, campesinos, pescadores y labriegos. Salimos de este mundo confuso y extraño, enredado de creencias de nuestros ancestros, alquimistas extravagantes, vírgenes negras y brujas hechiceras y nos fundimos todos en un mar de lava hambrienta, que se ha tragado insaciablemente toda la faz de la tierra.
05/12/2012 - Una sonrisa verdadera
Gustavo limpió su rostro para secar el sudor, se echó el
cabello hacia atrás y lo tapó con su viejo gorro de ducha; con la desgastada
esponja se embadurnó completamente la cara de polvo blanco y su rostro empezó a
tomar un curioso aspecto entre frágil y melodramático, Luego se dispuso a perfilar sus ojos con el delineador negro. Se
dio cuenta que iba a ser una tarea difícil; unas inoportunas lagrimas
amenazaban con arruinar la delicada labor de maquillaje. ¡Que tópico! – pensó haciendo una patética mueca. Un instante
después se derrumbaba abrazado a su solitaria pena. Por unos breves segundos
creyó que no podría seguir, sollozando se miró las manos, le temblaban tanto
que casi era incapaz de controlarlas.
- No eres el único
que sufre pero si el único que alegra – le espetó su propia imagen desde el espejo.
Sobreponiéndose cogió los polvos de talco y comenzó a empolvarse
la cara de una manera briosa, casi con violencia, para evitar que todo se
descorriera, luego dibujó su boca y finalmente coloreó sus mejillas. Cuando se
colocó la peluca naranja en la cabeza y la bola roja en su nariz, una emoción
distinta le recorrió la sangre y se sintió dispuesto para afrontar la última
función. La máscara de payaso una vez más le servía para aislar su verdadero
rostro. Gustavo había dejado de existir.
Gelsomín salió del cuarto, con dificultad y a
oscuras fue abriéndose paso por entre el dantesco paisaje que mostraba el desolado
pasillo. Con sus enormes zapatones caminaba despacio pisando enormes cantidades
de gasas deshilachadas, botellas de suero despanzurradas, carpetas con
historiales médicos, radiografías y multitud de medicamentos desparramados por
el suelo, cada poco tenía que ir sorteando cuerpos y apartando camillas o
sillas de ruedas cuyos ocupantes nunca pudieron encontrar cura para la atroz y
silenciosa muerte dulce, la misma que ya lo esperaba a él.
Se sentía nervioso, tanto como el día que decidió hacer feliz a su propio hijo vestido de clown. Gelsomín caminaba con la vista al frente, ya no quiso mirar hacia atrás y por fin el payaso llegó a la única puerta de la que salía luz en toda la planta. Durante unos segundos se paró; luego, mirando al cielo cerró los ojos y tomó aire, lo hizo tan profundamente que la nariz de goma a punto estuvo de caerle al suelo.
Fue cuando de un salto entró en la habitación del ajado hospital infantil que los dos únicos niños que allí había le miraron incrédulos y sorprendidos:
Se sentía nervioso, tanto como el día que decidió hacer feliz a su propio hijo vestido de clown. Gelsomín caminaba con la vista al frente, ya no quiso mirar hacia atrás y por fin el payaso llegó a la única puerta de la que salía luz en toda la planta. Durante unos segundos se paró; luego, mirando al cielo cerró los ojos y tomó aire, lo hizo tan profundamente que la nariz de goma a punto estuvo de caerle al suelo.
Fue cuando de un salto entró en la habitación del ajado hospital infantil que los dos únicos niños que allí había le miraron incrédulos y sorprendidos:
- ¡Bueeeeeenos díaaaaaas!, ¿quien de ustedes
quiere una sonrisaaaaaaaaaa?
- ¡Yooooooo! - Gritaron al
unísono.
Sus ojos en ese instante irradiaban tanta luz
como la estrella más brillante del universo.
El Sr. Servais empujaba, no sin dificultad, la pesada silla de ruedas de su mujer, entre el mar de coches y trastos viejos y abandonados en que se habían convertido las calles desde hacía ya varias semanas. No había nadie por ningún lado, ellos dos eran los únicos que quedaban allí. La muerte dulce se había ido apoderando poco a poco de todos. Miró el barrio, su barrio desde hacía setenta y ocho años, antes tan rebosante de vida, lleno de bulliciosos comercios y ruidosos coches, con el continuo trajinar de personas trabajando o paseando y de la jubilosa algarabía de los niños corriendo y jugando. Ahora ese barrio estaba vacío y hasta los pájaros, más silenciosos que nunca, parecían haberse unido al duelo. Sólo algún ladrido lastimero y lejano de un perro buscando al amo que nunca encontraría lograba escucharse. Nada más. El resto era el silencio más absoluto.
Había amanecido un espléndido día con una agradable temperatura que le hacía más llevadera la pesada carga de empujar la silla. Hacía ya casi un día que sentía el desagradable cosquilleo en las manos, pero sus fuerzas ya no eran las mismas. Le había costado mucho sacar a su mujer, la Sra. Servais, de la cama de la que no se había movido en los últimos dos años. Su cabeza ya no daba y sus piernas no obedecían, pero mientras estuvo lúcida y, fiel a su formación religiosa, le hizo jurar que un sacerdote le daría la extremaunción antes de morir. Ahora ya no existían curas, por eso había pensado que llevarla a morir a la iglesia tendría el mismo valor.
Cuando llegó, el templo era en sí mismo un espectáculo dantesco. Había cadáveres por doquier, todos habían querido acudir allí a pedir perdón en sus últimos momentos o acaso a solicitar un milagro que nunca llegaría. Empujando su silla, pisando y apartando cuanto había en su camino fue, lentamente pero con firmeza, abriéndose paso entre el impresionante gentío inerte hasta que se colocó en medio del pasillo. El Sr. Servais se sentó en un banco a descansar y al poco empezó a notar molestias en el brazo izquierdo, sintió una punzada en el corazón, como un pequeño infarto. Unos segundos después moría acurrucado en el banco de la iglesia, satisfecho por haber conseguido su objetivo. Su mujer, la Sra. Servais, continuó sentada en su silla de ruedas ausente de cuanto sucedía. Miraba inocentemente hacia el altar y en ocasiones hacia a su marido. Durante todo el tiempo mantuvo una ligera sonrisa humedecida por las gotas de saliva que le resbalaban constantemente por entre la comisura de los labios.
Cinco días más tarde fue a encontrarse con el Sr. Servais, su marido. Ella nunca supo que era la muerte dulce.
21/12/2012 – La Profecía Maya
(Aportación de José Vte. García del blog Ya que digo...)
-Es irónico saber que moriremos en el cielo- se escucho decir a la teniente Atziri mientras observaba otro fugaz amanecer por la escotilla del módulo de descanso.
-No admito tu derrotismo- le reprochó con dulzura el coronel Itzel mientras acariciaba su espalda desnuda – Aún tenemos víveres para un año, dos si lo racionamos bien. Balam ha recopilado todos los datos que ha podido del virus mientras hubieron supervivientes en la base y ahora trabaja en un antídoto para la “Muerte Dulce”. Y el ingeniero Canek se estruja la cabeza ideando la forma de descender con este montón de chatarra espacial. Tenemos que tener fe en que lo lograremos, seguramente somos los últimos especimenes de la raza humana.
Itzel se sintió agradecido de abrazarla desde atrás y que ella no pudiera mirarle a los ojos, le conocía demasiado bien y sabría que le estaba mintiendo.
Atziri había cerrado los ojos, no quería ver más aquel planeta azul que no volvería a ser su hogar. En silencio, intentando que él no lo notara, empezó a llorar.
09/12/2012 - El antídoto
Después de haber perdido a toda
su familia por la muerte dulce, se había atrincherado en su laboratorio para
encontrar el antídoto contra ese maldito virus que estaba asolando al mundo
entero. Algunos de sus colegas lo habían
acompañado un tiempo, pero todos habían ido contrayendo la enfermedad y se
había quedado completamente solo.
No recordaba cuando había sido
la última vez que había dormido profundamente. Se pasaba el día entero con la
mirada pegada al microscopio, probando con distintos métodos para encontrar la
cura.
Unos días antes le había tomado muestras de sangre a su último
compañero, antes de que falleciera. Estudió cada movimiento, cada
transformación celular, segundo a segundo y logró llegar a conclusiones
bastante positivas. Pero le faltaba un paso más, solamente uno para detenerlo.
Tenía que tomar la muestra en el momento exacto en que comenzaban los
cosquilleos, unos segundos después ya sería tarde. Según sus conclusiones ese
era el punto donde se generarían los anticuerpos que detendrían la expansión
del virus al tejido celular.
Sabía que iba a tener poco
tiempo, pero ya había preparado el frasco de vidrio esterilizado con la posible
vacuna y un informe sobre los presuntos resultados y el momento en el que había
que aplicarla. Lo único que le faltaba era comenzar a sentir él mismo los
cosquilleos para confirmar su teoría.
Se preparó un café para
mantenerse alerta y se sentó frente al microscopio una vez más.
De repente empezó a sentir que
se le dormían los pies, como pudo se levantó, tomó una jeringa y se extrajo
varios tubos de sangre. Puso una nueva muestra en el microscopio y le colocó
las gotas de antídoto que había preparado para inmunizarlo. El virus VHM-07 no
le hizo caso, siguió en expansión.
La desolación se adueño de su alma que ya
había perdido toda esperanza. El dolor en el pecho se le había vuelto
insoportable. Dándose por vencido se recostó en la silla y se adormeció.
Cuando volvió a abrir los
ojos, una hora después, su cuerpo estaba
casi paralizado. A rastras se inclinó en la silla y se asomó a mirar el
microscopio por última vez. El virus se
había quedado inmóvil, atrapado y estaba reduciendo su tamaño.
Había encontrado la cura, la
vacuna que había preparado tenía que aplicarse en el momento exacto de los
cosquilleos y el virus después de una hora de resistencia al fin se detenía. Eso
era todo… Pero ya era tarde…
…Un sabor dulce le inundó la
boca y el frasco de vidrio que había intentado alcanzar se resbaló de sus
manos, ya casi inertes, haciéndose trizas y desparramando toda la solución que
contenía sobre el informe que había dejado escrito.
Amán pisó el acelerador hasta el fondo, desgarrando el viento. Podía maltratar el coche, chocarlo, volcarlo, como si fuera la versión más vertiginosa de sus juegos electrónicos, que lo apasionaban. ¡Total, a él no le costó! Nunca hubiera imaginado encontrarse un coche como ese, tan a la mano, con su dueño dormido, inconsciente, en una franca invitación a despojarlo de él, como lo hizo.
Recorrió algunas avenidas, llenas de coches parados, vacíos con las puertas abiertas, o con sus conductores dentro, recargados en las posiciones más cómicas o grotescas, sobre los volantes, las ventanas, los respaldos o de costado en los asientos.
Para qué preocuparse en investigar los motivos de ese juego. Amán solo se abandonó en ese placer desconocido. Sin preocuparse por agentes viales, ni policías, ni siquiera por el castigo que le impondría su padre, al enterarse, ni por la tristeza que sentiría su madre. Pues, difícilmente se le presentaría otra oportunidad, de pilotear un deportivo como ese, ni soñando.
Subió el volumen de la música casi al máximo. La pieza “techno” retumbaba, estrellándose en bardas, paredes y asfalto, creando un remolino enloquecedor y envolvente, al que él se sumaba con gritos y alaridos, mientras que alcanzaba una de las orillas de la ciudad. Virando en una violenta maniobra, al fin tomó la carretera sur, junto con el atardecer. Ese fue el último de su vida.
Se internó en un ambiente de oscuridad, vacío, soledad y silencio. La luna, las estrellas y el sol desaparecieron en el mismo acto, arrancando también de la existencia al tiempo. Amán sintió como el pánico sustituyó la emoción y la adrenalina, que con tosquedad le ordenaba sujetarse al volante y solo mirar, aniquilando su posibilidad de controlar ya nada.
Quedó secuestrado por esa emoción, muy superior a su capacidad de impedir lo que estaba sucediendo. Pasaban a los costados del coche, secuencias de imágenes desastrosas: tormentas, inundaciones, congelaciones, ciclones. Se estrellaban en el parabrisas todas las miserias humanas, acosándole. Después, rostros desfigurados y desvalidos por sus infortunios: hambre, sed, cansancio, enfermedad.
Amán desbordó todas sus emociones, a través de carcajadas, gritos, exclamaciones y chillidos, en una catarsis incontrolable, hasta sofocarse. Extenuado, soltó el timón y se echó hacia atrás sobre el asiento, soltando los brazos sobre sus piernas, para llorar, casi sin fuerza, jadeante y vencido
.
Cerró los ojos, hizo un balance de su esencia, vio cada uno de sus continuos actos de irresponsabilidad, egoísmo y anarquía, hasta que llegaron las brumas, que con movimientos ondeantes y muy suaves, desprendieron todas sus emociones negativas, sembrando en ese mismo espacio, brotes diminutos de amor, serenándolo en el acto.
El coche, fue disminuyendo la velocidad, hasta parar ante un letrero: ¡Bienvenido a tu muerte dulce!
Al apearse Amán para corroborar la leyenda, ¡despertó! Vio que se encontraba en su cama y en su casa. – Fue un sueño -susurró alentado-, pero con una velada desazón.
12/12/2012 - "Os ruego me disculpen"
Siempre he sido un hombre tranquilo y de aspiraciones espirituales. Desde pequeño, he mirado el mundo de manera distinta a como lo hacían los niños de mi edad. Cuando ellos pensaban en jugar a los “Power rangers” yo disfrutaba de la tranquilidad que emanaba del viento y de los árboles. Algo dentro de mí, se sentía unido a ellos. Podía sentir emociones intensas con solo oler el aroma de las plantas. Mi vida, aunque con alguna tapadera para no mostrar el “loco” que realmente soy a ojos de los demás, siempre ha sido una búsqueda de la verdad oculta e infinita, que se esconde en cada partícula que mora en el universo. Luego todo fue distinto. Al hacerme mayor, quise conocer la ciencia del hombre. Pero solo encontré a hombres-niño, que jugaban a ser maestros, guiados por palabras y verdades que no eran las suyas. Más no me importaba en absoluto que aquellos pobres, perdidos en su propia ignorancia, pudiesen estar equivocados o no. Tenía claro un objetivo: convertirme algún día, en alguien que ha conocido el sentido último de todo cuanto le rodea. Alguien, a quien la gente venidera, siguiese ciegamente, convirtiendo así una verdad duramente buscada y merecida, en una secta de palabras carentes de significado.
¿Acaso Siddharta o Jesus se convirtieron en Buddha y Jesucristo, abrazando un dogma ciegamente? Eso es todo lo que tengo que decir a quien me esté escuchando allá arriba en el firmamento estrellado de esta noche tan preciosa. Os contaré mi historia final, pues aunque no podáis escucharme, sé que alguien ahí arriba, quizá en alguna estación espacial, sigue viviendo ajeno a todo este caos. Quizá ellos puedan algún día repoblar la tierra, si es que podéis aterrizar. Quizá haya esperanzas. Ni lo sé, ni me importa. En fin, no me importa si hablo solo en estos últimos minutos que me quedan. Las manos me pican muchísimo. Es algo molesto, pero pronto dejaran de molestarme. En cualquier caso, allá va mi historia:
No sé como ni porque, acabé aquella noche compartiendo el fuego y la cerveza con no más de media docena de saqueadores. No preguntaron, supongo porque ya habían apurado más de veinte cervezas entre ellos. Me ofrecieron sentarme junto al fuego, al refugio del frío de la montaña y una lata de cerveza. No soy aficionado a la bebida, pero fue bien recibida por mi estómago. Uno de ellos, tras la breve presentación, continúo con la conversación que llevaban manteniendo durante toda la noche junto al fuego.
-Camaradas, brindo por esa mierda de virus que tanto nos ha dado. –Dijo alzando su lata de cerveza. –Como iba diciendo, en estas ultimas semanas, ese virus cabrón me ha dado más de lo que he podido disfrutar en toda mi vida. Hace pocos días sin ir más lejos, haciendo una visita rutinaria por los apartamentos de la ciudad, me encontré a una pava que había estirado la pata con todo el chute todavía en el brazo. –Los demás rieron su gracia. Yo me dedique a escuchar, pues no sabía muy bien de que hablaban.
-Hay que ver Paquito… el vicio es muy malo. –Añadió. –Para que veas, el otro día entre en un piso para ver si había comida y de repente –Hizo aspavientos con las manos para dar énfasis a su relato. –Me encuentro a una pava to´ macizorra desnuda y debajo de quien debería ser su novio. Los dos estaban en pelotas. Se ve que querían morir corriéndose ¡los muy calforros! –Dijo entre risotadas mientras el resto se unía en un estruendoso festín de carcajadas sobre el mal ajeno.
Comenzaba a comprender de qué estaban hablando aquellos maleantes. No solo saqueaban todo lo que encontraban a su paso, sino que encima violaban la intimidad de aquellos que habían decidido morir dignamente. ¡Se burlaban de los muertos! Algo dentro de mí comenzó a sentir asco. Pero decidí darles un voto de confianza para ver si la conversación mejoraba. Al fin y al cabo esos pobres hombres morirían igual que todos nosotros y si así se divertían en sus últimos días… No soy quien para decirles lo contrario.
-A mi me gustaría morir así. Nos ha jodio, ese par eran bien listos. ¡Morir jodiendo, eso sí que es vida! –Comentó el que estaba sentado a mi derecha. –Dicen que la primera victima de este virus, murió vestido de tía. ¡Como el Carradine hace unos años! En fin… a gustos colores. –Y dicho esto apuró la cerveza con un largo trago.
Un silencio incomodo se adueño de la escena. Por un momento sentí miedo de que me preguntasen algo referente a la conversación que se estaba desarrollando.
-Ha pasado un Ángel. –Rompió el silencio uno de ellos, que parecía seriamente perjudicado por el alcohol.
-¡Hey Pepe!, todavía no te he preguntado que pasó el otro día. ¿Cómo es que te fuiste con el Jeep todo terreno y volviste con una mierda de Opel corsa?
-Pues veras… La ciudad parecía un puto cementerio, nano. No se escuchaba nada, solo algún gato peleándose y au. No pensaba que hubiese nadie vivo ya. Así que deje el coche con la puerta abierta y las llaves puestas y entré en el supermercado. –Hizo una pausa mientras esbozaba una sonrisa socarrona. –Y entonces oigo un ruido y pienso ¡coño, los picoletos!
-Serás gilipollas, como van a ser los picoletos ¡si no queda ni uno, flipao! –Le interrumpió Paquito.
-¡Yo que sé, nano! esos cabrones son capaces de todo para incluso no dejarte morir a gusto. Bueno total… que salgo para ver que pasa y veo como el Jeep se aleja, el muy cabrón. –De repente su semblante se tornó serio y apesadumbrado. –Soy un pringao, me han robado en el puto fin del mundo. Quedamos cuatro gatos y para una vez que me dejo el coche abierto, van y me roban.
Todos los allí presentes estallaron en carcajadas y el que se encontraba a la derecha de Pepe, le propino una palmada en la espalda a modo de compensación. Bueno, la conversación parecía estar relajándose. Esos tipos eran muy desagradables pero parecían tener corazón al fin y al cabo.
-Vamos Pepe anímate, mañana iremos a la ciudad y te buscaremos alguna “jamona” para que se te quiten las penas. –Le dijo aquel que le había palmeado la espalda.
Algo en mi mente crujió de puro horror. ¿Era posible que hablasen de ultrajar los últimos restos de otro ser humano? Ya no me apetecía quedarme allí. Esos desalmados tenían pinta de peligrosos.
-Tú, el nuevo, cuéntanos algo interesante sobre el fin del mundo. No has abierto la boca desde que has llegado. –La pregunta me sobresalto sacándome de mis pensamientos. Un sudor frío me recorrió la nuca.
-Pues… -Hice acopio de valor. –Días atrás, entre en una iglesia y allí encontré a una mujer en silla de ruedas, parecía tener alguna discapacidad severa, puesto que babeaba y no dejaba de mirar uno de los bancos donde un hombre estaba tumbado. Aquella imagen me afectó mucho. Lo último que deseaban esas personas, era que Dios les perdonase por sus pecados. Pero Dios no solo no apareció, sino que permitió que aquella pobre mujer discapacitada, muriese sola rodeada de cadáveres. –No pareció impresionarles mucho mi síntesis, pero al menos volvió a reinar el silencio.
-¡Vaya, tenemos a un filosofo hoy aquí! Dime una cosa. –Y se inclinó hacia delante para poder escucharme mejor. -¿Te tiraste a la vegetal esa, compañero? –Todos rieron sonoramente. Malditos borrachos. Yo negué con la cabeza inmediatamente, abrumado ante tal pregunta. – ¡Venga hombre, no tengas vergüenza! Aquí todos hemos desterrado la moralidad de nuestras vidas. -Hizo una pausa y señaló a un hombre que había permanecido callado durante toda la noche al igual que yo. -Ese de ahí, que está más blanco que Nosferatu, nos confeso una vez que había matado a su madre por no sé qué leches de un cumpleaños. Hasta la fecha no ha vuelto a abrir la boca. - De nuevo hizo una pausa y todos le miramos. Yo especialmente horrorizado. -Así que ya ves, ninguno de los que estamos aquí tenemos derecho a juzgarte... ¿Te la tiraste o no, compañero? –Volvió a decir, haciendo que mi mente se retorciese de espanto y agonía. Volví a negar con la cabeza, tratando de reprimir un fuego interior que me impulsaba a destrozar a aquel tío a puñetazos. Al ver que negaba con al cabeza, uno de ellos intervino en la conversación.
-¡No jodas nano! Tu no estas bien de la cabeza. ¿Sabes cuantas mujeres quedan vivas sobre la faz de la tierra? No sabes la suerte que tuviste al encontrar a un agujero bien calentito. Si yo hubiese sido tú, me la hubiese beneficiado hasta morir de agotamiento. No sabes lo que es tirarte a un fiambre frío y reseco. -No podía soportarlo más. Una arcada me recorrió todo el cuerpo, seguido de un escalofrío lleno de fría ira. Aquello había llegado demasiado lejos. Panda de orangutanes en celo. Por culpa de gente como ellos, el mundo se había ido a la mierda y a mi me tocaba resignarme y escuchar a esos cabrones, mientras la maldita mano me picaba lo que no está escrito.
-Yo creo que Dios si que existe. –Dijo uno de ellos, cambiando de tema. La cosa prometía. –Hace unos días, entré en un chalet y me encontré a una pava tremenda, con un pelazo moreno. Totalmente maquillada y con un vestidito negro que dejaba poco a la imaginación. –Dio un trago para hacer una pausa. –Sin duda fue un regalo que me hizo Dios porque ¡la tía hace poco que había muerto y todavía estaba caliente la muy zorra! Le di las gracias a “el altísimo” mientras me bajaba los pantalones y me montaba encima de mi nuevo regalo.
Mis ojos se abrieron como platos. Todos se quedaron mirándome, pero no me importaba. No podía soportarlo. No quería creer lo que me decían esos tipos.
-¿Muchacho, que te pasa? –preguntó uno de ellos.
-Os ruego me disculpen caballeros. –Conseguí balbucear. -¿Alguien siente picores en la mano o las piernas?. Todos negaron con la cabeza, extrañados ante tal incoherencia de pregunta. -Necesito… necesito tomar el aire. –Les dije. Incorporándome pesadamente.
Me adentre en el oscuro bosque y arroje hasta la primera papilla sobre el tronco de un gran árbol. Esos malditos cerdos ni siquiera tenían síntomas de la muerte dulce. ¿Cómo era posible aquello? Unas vidas llenas de depravación y salvajismo sin consecuencias. Y a mi me tocaba pagar por sus pecados, cuando lo más grave que había hecho era robarle cigarrillos a mi padre. La locura se desató dentro de mí. De pronto creí sentir la verdad oculta en todas las cosas. Cada uno es su propio Dios y aquellos hombres habían vivido sus vidas a su manera. Sin dogmas y sin ataduras. No eran unos valores muy correctos pero ¿Y si todo eso fuesen engaños y lo único que importase fuese ser fiel a uno mismo, sin engaños ni mascaras de civismo? La verdad absoluta se mostraba perturbadora en mi mente. Pero por fin lo comprendí. Sin duda, esta noche yo me convertiría en un Dios purificador de cerdos carroñeros. Sería fiel a mi mismo por una vez en mi vida y haría aquello que me pide el cuerpo.
-Os ruego me disculpen caballeros. –Conseguí balbucear. -¿Alguien siente picores en la mano o las piernas?. Todos negaron con la cabeza, extrañados ante tal incoherencia de pregunta. -Necesito… necesito tomar el aire. –Les dije. Incorporándome pesadamente.
Me adentre en el oscuro bosque y arroje hasta la primera papilla sobre el tronco de un gran árbol. Esos malditos cerdos ni siquiera tenían síntomas de la muerte dulce. ¿Cómo era posible aquello? Unas vidas llenas de depravación y salvajismo sin consecuencias. Y a mi me tocaba pagar por sus pecados, cuando lo más grave que había hecho era robarle cigarrillos a mi padre. La locura se desató dentro de mí. De pronto creí sentir la verdad oculta en todas las cosas. Cada uno es su propio Dios y aquellos hombres habían vivido sus vidas a su manera. Sin dogmas y sin ataduras. No eran unos valores muy correctos pero ¿Y si todo eso fuesen engaños y lo único que importase fuese ser fiel a uno mismo, sin engaños ni mascaras de civismo? La verdad absoluta se mostraba perturbadora en mi mente. Pero por fin lo comprendí. Sin duda, esta noche yo me convertiría en un Dios purificador de cerdos carroñeros. Sería fiel a mi mismo por una vez en mi vida y haría aquello que me pide el cuerpo.
Agarre una rama del suelo y volví junto a la fogata.
Todos se quedaron mirándome extrañados, esperando que yo hablase.
- Vosotros no merecéis una muerte dulce.
No hubo más palabras. Era todo lo que necesitaban oír. Una furia indecible se apoderó de mi cuerpo y acabé con todos ellos. Quería que sufrieran. Quizá la muerte dulce era una salvación. Quizá todos merecíamos una muerte dulce y poder elegir como morir. Tal vez algo superior nos estuviese salvando de gente como estos cerdos. Todo pasó muy deprisa. Yo solo podía escuchar el sonido de huesos que se rompen. Cuando por fin recobré la conciencia, vi que estaban esparcidos en el suelo lamentándose y llevándose las manos a algún miembro roto. Poco a poco, fui rompiéndoles las extremidades para que no pudiesen moverse y a los que todavía conservaban la conciencia, los tumbaba de forma y manera que la cara quedase dentro de la hoguera.
Me adentré de nuevo en el bosque escuchando a lo lejos sus gemidos y gritos de agonía…
Y aquí estoy, contándole mi historia a los árboles y las estrellas que tanto me inspiraron en vida. Si existe un ente superior que nos está castigando, sin duda no quería irme de este mundo siendo castigado sin motivo alguno. Al menos le ayudé en la medida de lo posible a limpiar el planeta. No hubiese muerto a gusto pensando que se me castigaba por nada.
Un pinchazo en el pecho, me indica que ya es la hora. Que mí tiempo aquí ha concluido y debo abandonar mi cuerpo. Realmente es una muerte dulce. Un pinchazo y se acabó. Sin embargo mi alma se halla inmersa en la felicidad eterna de saberse conocedora de su misma existencia.
Fue al sentir aquel intenso cosquilleo en las manos cuando
realmente tomó conciencia de que el fin ya estaba cerca.
En los últimos meses y muy lentamente había ido siendo
testigo de cómo todos fueron marchándose. Su familia, sus amigos, todos, a la
mayoría se los llevó la muerte dulce, otros, impacientes, no quisieron
esperarla. Ahora le había alcanzado a él.
Durante muchas largas horas estuvo acurrucado en el rincón
de su habitación, antes compartida y tan llena de vida y ahora vacía y
silenciosa. Tenía miedo y lloró por su desgracia, que era la desgracia de la
propia humanidad. Y fue entonces, consciente de su soledad, de aquella
impenetrable y angustiosa soledad que le rodeaba, cuando se dio cuenta de que
ahora más que nunca, necesitaba el calor y la cercanía de otros seres humanos.
Sin pensarlo demasiado salió a las desoladas calles y buscó
desesperadamente un coche que funcionara. El suyo hacía tiempo que se había
quedado sin gasolina y conseguirla ya era imposible desde hacía muchas semanas.
Cuando lo encontró condujo con desesperación. Desde los primeros tiempos de la
propagación de la plaga, corría el rumor de que grupos de personas se reunían
en un lugar llamado “El Prado” para despedirse confraternizados.
Quería, necesitaba desesperadamente creer en esa leyenda,
deseaba con todas sus fuerzas que existiera un lugar como ese, no podía comprender
que todo terminara así, en el más absoluto vacío y abandono. Durante los
últimos tres días no había hablado ni visto a nadie y necesitaba
desesperadamente el calor y el abrazo humano más que ninguna otra cosa. No le
importaba morir, pero de repente la posibilidad
de hacerlo, sólo y en un mundo que ya no existía, le ahogó hasta casi
paralizarle la respiración.
Condujo durante varias horas sin saber muy bien cuanto ni
hacia donde, únicamente sabía que tenía que dirigirse al sur. Finalmente,
cuando ya desesperaba, encontró un gran valle y en todo su alrededor… PERSONAS.
Emocionado dejó el coche y echó a correr. Cuando se acercó pudo comprobar que
apenas había un centenar que paseaban por la hierba y entre los árboles. Todos
iban cogidos de la mano y en pequeños grupos, unos más grandes, de hasta ocho o
diez personas, otros simplemente eran parejas, pero ninguno caminaba solo.
Nadie gritaba, tampoco se oían rezos desenfrenados, no se escuchaban súplicas
ni maldiciones, simplemente eran hombres y mujeres, también niños, algunos
llevaban sus mascotas que sin duda les sobrevivirían, que hablaban o jugaban y
sobre todo esperaban lo que era inevitable.
Una joven de unos veinte años y un hombre de aproximadamente
sesenta se le acercaron y le ofrecieron sus propias manos - ¿Te ha alcanzado la muerte dulce? –
preguntó con suavidad el hombre. - Hace
ya unas quince horas – respondió él.
Por los claros ojos de la joven resbalaron algunas lágrimas,
pero ninguno de los dos dijo nada,
simplemente le cogieron de la mano y los tres comenzaron a caminar juntos y
lentamente por entre la hierba.
Durante solo unas pocas horas en el atardecer de aquel jueves pudo pasear entre los árboles cogido
de la mano con aquellos dos desconocidos, pero lo verdaderamente maravilloso
fue que ya nunca, en ningún momento tuvo
miedo ni volvió a sentir la soledad.
Bajo un persistente manto de
agua, Yussuf enterraba a su mujer. A su izquierda, Kuaima mantenía la cabeza agachada y el más
respetuoso de los silencios, a su derecha, Simbara, con apenas tres años lloraba
de manera estentórea y entre hipadas, aunque el motivo de su persistente llanto
nada tenía que ver con la mujer a la que aquel hombre grande y circunspecto
acababa de dar sepultura.
Tres meses había pasado Yussuf en
las altas montañas de pastoreo, con sus animales como única compañía. Tres meses
en los que el cielo y las estrellas se convertían asiduamente en los mejores confidentes
y en sus más fieles consejeros, y donde la soledad lo transformaba en el único dueño
de su propia felicidad.
Era al finalizar el tercer ciclo
de luna llena cuando llegaba el momento del regreso, a su hogar con su querida
esposa. Su masculina vitalidad iba rebosante de deseo carnal. Ímpetu que, a
pesar de su fuerza y juventud, el Señor aun no había tenido la gracia de gratificar
con un hijo. Se extraño no ver desde la lejanía a su mujer, joven, alegre e impaciente, esperándolo como era habitual. Su
extrañeza se tornó en desespero cuando al entrar al chamizo la encontró tendida
en la cama, inerte y fría.
Sin pararse a averiguar si estaba
viva, la angustia le llevó a cogerla en brazos y a correr colina abajo hacia el
poblado. Allí el paisaje no podía ser más desolador. Por más que buscó no
encontró al médico, ni a la partera, ni siquiera al jefe del poblado, No vio a
nadie... con vida. Las calles y los caminos estaban inundados de cadáveres y desde
el interior de las chozas de adobe únicamente salía un espantoso y sobrecogedor
hedor a muerte.
Miró a su mujer y entre lágrimas reconoció
que también estaba muerta. Con delicadeza la depositó en el interior de una
casa vacía y con la angustia atenazándole la garganta se dispuso a recorrer el
pueblo, buscando no sabía muy bien que, algo que le diera alguna explicación
del porqué de aquel espectáculo dantesco y sobrecogedor. Al cabo de un rato
cayó en la cuenta de que apenas había sangre por las calles, tampoco en los
cuerpos, no había nadie mutilado o muerto de manera violenta, aquello que fuera
lo que los había matado a todos no era la matanza de una tribu enemiga, como tantas
veces ocurriera en el pasado. Sin duda algo misterioso y terrible había
exterminado a la aldea entera.
Algunas cabras se paseaban por
las polvorientas calles, ajenas y libres; los perros ladraban y gruñían
enseñando los dientes, mirándolo con recelo y hambrientos, y los gatos, liberados de protocolos, ya habían
empezado su macabro festín. No quería estar allí mucho más tiempo. El poblado
era un enorme cementerio al aire libre y el olor empezaba a impregnar todo el
ambiente. Únicamente quería enterrar a su mujer y marcharse de allí, lo más pronto
y lo más lejos posible.
De pronto le pareció escuchar un
llanto. Salía del interior de una de las chozas. Entró y se encontró con una
escena que le heló la sangre. Una familia entera de cinco personas estaba diseminada
por la estancia. Todos estaban muertos. Pero al fondo, en un rincón, un niño
temblaba asustado, conforme se iba acercando, el niño se acurrucó aun más,
mirándolo fijamente con sus enormes ojos negros. A su lado, una niña de unos
tres años, mordía del pecho de una mujer que sin duda llevaba muchas horas
muerta.
Con la mayor delicadeza que un
hombre de su rudeza pudo mostrar, cogió entre sus brazos a los dos niños y los
sacó de allí, la niña se resistió a soltarse del pecho de su madre, luego les
habló suavemente y les fue tranquilizando hasta que pudo preguntarles por lo
que había ocurrido en el poblado.
Así pudo saber por boca del joven
y valiente Kuaima, que desde hacía aproximadamente un mes la gente del poblado
había empezado a morir de repente y sin ningún motivo aparente. Hablaban de una
maldición que primero se había llevado la lluvia y luego a las personas. Todos
empezaron a tener mucho miedo. El jefe de la tribu hizo asambleas y comenzó a
sacrificar cabras como hacían los antiguos, pero muchos en el pueblo estaban en
contra de volver a las viejas creencias porque eso insultaba a Dios. Se
pelearon entre ellos, pero cada día morían muchos más, hasta que el propio jefe
también murió. Entonces todos
abandonaron la esperanza, algunos se marcharon, otros se encerraron en sus
propias casas a esperar.
Kuaima y Simbara eran hermanos; toda
su familia había muerto apenas hacía dos días y en un breve intervalo, la
última fue su madre. Murió mientras le daba el pecho a su hija, desde entonces
la niña no cesó de llorar y apenas comía nada de lo que su hermano traía, nunca
encontró la manera de separarla del pecho seco e inerte de su madre al que se
había agarrado con todas sus fuerzas.
Yussuf escuchó en silencio y con
los ojos inundados en lágrimas, cuanto le contó el niño. Algo tuvo claro, aquel
lugar estaba henchido de muerte y debían de irse de allí lo más rápidamente
posible, era lo único importante. Encontró un carro amarrado a una vieja bicicleta,
rápidamente recogió utensilios y comida, luego buscó una pala y de una manera
casi impulsiva cavó un hoyo en el que enterró a su esposa. Fue entonces cuando
el cielo por fin se abrió y comenzó a llover de forma torrencial, como si Dios
quisiera limpiar de un plumazo toda la pestilencia a muerte que aquel poblado
desprendía. Durante unos minutos rezo por el amor de su vida, que ahora descansaba
bajo aquel pedazo de tierra, pero también por todo su pueblo que ya no existía,
a excepción de esos dos niños que ahora se habían convertido en su propia
familia. Al terminar, y bajo el intenso aguacero, el hombre subió a los niños
encima del gran fardo que había creado sobre la bicicleta y, con decisión y sin
mirar hacia atrás, Yussuf, sin plantearse motivos, empujó su preciada carga lentamente
y sin destino en busca de un nuevo hogar donde volver a comenzar.
Aquel hombre tenaz, en la ingenuidad de su pequeño y aislado mundo,
pensó que podría escapar, huir de la amarga realidad que rodeaba al planeta.
Pero nadie, en ningún lugar, escapaba jamás a la maldición de la muerte dulce.
17/12/2012 - El Ángel de la muerte dulce
Un hormigueo incesante se había apoderado de sus brazos,
intentando franquear la delicada frontera que suponían los hombros. Dina sabía
que no tardaría en conseguirlo, lo había visto demasiadas veces como para
ignorarlo. Deambulaba sola por los pasillos del hospital, contando en silencio los
minutos que le quedaban por vivir. A ambos lados se amontonaban los cuerpos sin
vida de aquellos a quienes un día no muy lejano sufragó. Sus rostros,
deformados por la avanzada descomposición, la observaban en silencio anunciando
el inminente final.
Llevaba horas recorriendo el edificio abandonado, como una
niña asustada que se pierde en medio del bosque y espera que alguien la
rescate. Se habría burlado de su propia cobardía si los árboles y las sombras
no hubiesen sido sustituidos por cadáveres y hedor a muerte.
El hormigueo comenzaba a invadir también sus piernas y cada
vez le resultaba más difícil caminar. No podía hacer nada, lo sabía. Solo
esperar la llegada de la Muerte Dulce. Se sentó en un rincón de la sala de
urgencias. Allí era donde se hacinaba el mayor número de cadáveres, decenas de
personas sin nombre que le habían entregado sus últimas horas de vida. Aún
recordaba el día que llegó a la ciudad, ocho meses antes de que el VMH-07
sembrara las calles de muerte y desolación. Atrás quedaban su familia y amigos;
sola, en una ciudad bulliciosa y desconocida, Dina intentó construir una vida
nueva que hoy llegaba a su fin.
Era la única enfermera que quedaba en el hospital,
seguramente la única que se mantenía con vida en toda la ciudad. La mayoría de
sus compañeros perecieron durante el primer mes de la pandemia. El resto, los
que sobrevivieron, no tardaron en huir junto a sus familias al comprender que
no había nada que pudiera detener a aquel virus mortal. No entendía muy bien
cómo había logrado sobrevivir ella. Si bien era cierto que había observado con
rigurosidad las normas de higiene sanitaria, sabía que no existía barrera
posible para el control de la infección. La mayoría habían sido infectados por
familiares o amigos, tal vez su aislamiento involuntario en una ciudad tan
multitudinaria le había concedido una pequeña prórroga de tiempo.
No existía un lugar seguro donde esconderse del VMH-07 y no
tenía sentido huir. Sin noticias de sus seres queridos, aquellos rostros
desconocidos se transformaron con el paso de los días en los rostros de sus
padres, sus hermanos… su única familia al fin. Por eso abandonó de una vez por
todas su empeño por sobrevivir y se instaló en una de las habitaciones del
hospital. Durante veinticinco días exactos convivió día y noche con los
moribundos que le suplicaban salvación, hasta que aparecieron los primeros
síntomas de la enfermedad.
El hormigueo avanzaba. Sus muslos se contraían con pequeños
espasmos que la incomodaban. Había perdido la sensibilidad en las manos y
apenas era capaz de mover los dedos. Echó un último vistazo a cuanto le rodeaba
y se preguntó si quedaría alguien con vida en algún lugar del planeta. Hacía
semanas que se interrumpieron definitivamente las comunicaciones, el furgón del
incinerador había dejado de recoger los cadáveres que ella misma arrastraba
hasta la entrada y los voluntarios que ofrecían consuelo a los moribundos
llevaban días sin aparecer. Sólo Dina continuaba allí, como una ilusión
imperecedera que se niega a desaparecer. “El Ángel de la Muerte Dulce”. Así la
había bautizado el último niño al que vio morir. Para entonces ya no le quedaban lágrimas por
derramar. El dolor y la desesperación de las primeras semanas habían dado paso
a una sensación más irritante aún, la apatía. Ya no le importaba cuántas
personas fallecían al cabo del día, ni buscaba por sus propios medios una forma
de curación. Se limitaba a coger las manos de los moribundos y a esperar en
silencio a que llegara el momento de la expiración. A veces se odiaba por aquella actitud tan
fría pero en el fondo envidiaba a quienes fallecieron primero porque ellos se
ahorraron la imagen de la devastación.
Le costaba respirar. Se arrastró como pudo hacia la entrada,
abriéndose paso entre los cadáveres que obstaculizaban su camino. El hedor a
carne putrefacta lo llenaba todo pero Dina ya no era capaz de distinguirlo. Se
detuvo en la puerta de urgencias, quería ver el cielo una vez más. Su último recuerdo
era el de un cielo oscuro, manchado por una nube de humo gris procedente del
incinerador que trabajaba incansable para limpiar la ciudad. Con el horno
apagado indefinidamente, el cielo había recobrado su color azul y eso la reconfortó.
Notó un ligero pinchazo en el pecho que aumentaba progresivamente de
intensidad. Miró por última vez las calles solitarias; ya no queda nada, sólo
un silencio aterrador que proclamaba la proximidad del fin. Las calles estaban
desiertas, los escaparates rotos y los comercios saqueados. En algunos rincones
las ratas devoraban los restos de lo que debía ser el cadáver de una persona.
La Muerte era la única superviviente allí.
Le pareció ver la figura de un muchacho corriendo en
dirección a los suburbios de la ciudad. Se preguntó si quedaría alguna
esperanza para el ser humano. Se tumbó boca arriba y se dejó llevar por la
inmensidad del cielo. Una enorme sensación de paz invadió todo su cuerpo. Hacía
años que dejó de creer en la religión pero cuando su corazón dio el último latido,
encomendó su alma a Dios.
21/12/2012 – La Profecía Maya
“… mensaje grabado y de difusión continua en determinadas frecuencias para todo el planeta, también ha sido enviado al espacio en forma de ondas de radio y en todas los lenguas conocidas de la Tierra, incluidas las lenguas muertas. El aparato que lo reproduce se alimenta de energía solar inagotable por cientos de años. El fin de ésta grabación es difundir y explicar, a posibles generaciones futuras y a cualquier ser que tenga capacidad de comprensión, las causas que han llevado a la aniquilación, probablemente total, de la Humanidad.
El 14 de agosto de 2012, un fallo durante la manipulación genética de un virus diseñado íntegramente en un laboratorio de alto secreto, provocó su propagación de forma incontrolada y letal. Se trata del virus VMH-07, más conocido como el virus de la muerte dulce. Se propaga por el aire, por contacto y por todo tipo de fluidos corporales, llegando a traspasar las mascarillas de uso habitual. Es el virus más potente y destructivo que haya conocido jamás la raza humana, incluso una simple conversación con un portador, es suficiente para contagiarse sin remedio. No se conocen excepciones y no se ha encontrado cura. En sólo tres meses ha exterminado a dos terceras partes de la población mundial.
El virus tiene un periodo de latencia de veinticinco días, sin que sea posible detectar su presencia en el organismo humano hasta que se vuelve activo, es entonces cuando su virulencia se torna rápida y mortal. En apenas treinta y dos horas culmina una destrucción masiva de todas las partes blandas del organismo, corazón, riñones, bazo, páncreas, hígado y pulmones. En aproximadamente la mitad de ese tiempo el corazón ya ha dejado de latir. En ningún momento los infectados dan síntomas de dolor, sólo unas ligeras punzadas en el pecho, semejante a un pequeño infarto, precedido por un insistente cosquilleo en manos y piernas como consecuencia de la deficiente circulación de sangre…”
Amán conocía perfectamente el mensaje que machaconamente repetía la voz, pero le gustaba oírlo, era el único sonido humano que podía escuchar desde hacía bastante tiempo. Se encontraba en una de las pocas tiendas de la ciudad que no habían sido saqueadas, recogiendo afanosamente todo cuanto creía poder necesitar para marcharse de la ciudad. Llenó dos grandes sacas con alimentos, productos de aseo y herramientas, cogió libros, revistas y periódicos. Todo le parecía atractivo, pero debía seleccionar.
La insoportable soledad y el tremendo pavor que comenzaba a sentir en aquella ciudad absolutamente vacía, en las que las noches se llenaban de lejanos ruidos y los días de lúgubres silencios, fue lo que le convenció para macharse lo más rápidamente posible de allí. Empezaba a volverse loco, prefería irse a algún rincón perdido en medio de cualquier desierto o de un infranqueable bosque e intentar empezar de cero.
Salió fuera arrastrando pesadamente las abultadas sacas. Con la mirada buscó un coche entre los cientos que por allí habían abandonados. Vio uno grande y potente, un 4x4 que le gustó y además era bueno para su objetivo. Tuvo suerte, estaba abierto, en realidad casi todos lo estaban, la gente los iba abandonando donde les pillaba, ya no eran necesarios cuando comenzaban los picores en las manos, esa era la angustiosa señal que marcaba el principio del fin. Afortunadamente sabía conducirlo a pesar de sus cortos 15 años, el tiempo que fue miembro de una de las tres bandas callejeras de la ciudad le había enseñado bien. Sabría sobrevivir.
Regresó a su casa conduciendo despacio. Fue observando detenidamente la ciudad que iba a dejar atrás y donde había vivido toda su vida. Era un inmenso cementerio silencioso. Las aves, con sus hirientes graznidos, que revoloteaban los cielos y señoreaban la tierra, eran los únicos sonidos que rompían el monótono sosiego exaltadas ante su festín macabro. Pasó por la puerta de un hospital. Era imposible acostumbrarse a la aterradora visión, cientos de muertos se amontonaban a las puertas y cientos, quizá miles lo hacían en el interior, en pasillos atestados y habitaciones saturadas. Nadie pudo encontrar cura a su mal. Lo más irónico es que fueron los médicos y el personal sanitario los primeros en contagiarse.
A lo lejos, escarbando entre el montón de cadáveres, observó a un puñado de perros que pugnaban con las insistentes aves. Gran parte habían sobrevivido a la muerte dulce y se estaban volviendo salvajes. Actuaban en manadas, como los lobos. También los gatos y la mayoría de los animales domésticos empezaban a actuar de una manera alocada y salvaje. Aunque todavía no suponían ninguna amenaza, alimento les sobraba, pero la realidad era que la ciudad se estaba volviendo realmente peligrosa.
Finalmente llegó a la chabola de los suburbios que era su casa. Dejó el coche en la entrada y pasó dentro. Sus padres habían muerto, como todos. Su madre murió de una infección, debido a las miserables condiciones higiénicas en que vivía rodeada, según dijeron los médicos al dar a luz, sola, a su hermana Lea hacía cuatro meses cuando el virus era apenas un rumor. Su padre murió un mes después contagiado.
Amán abrió una pequeña portezuela semioculta que había al fondo de la casucha y alegrando la mirada a la vez que intentaba hacer gestos graciosos con la boca, cogió entre sus brazos a Lea, a su hermana que, ajena a todo lo recibió con una alegre risotada y moviendo sus rechonchos brazos.
Recogió cuanto quedaba en la casa y que pertenecía a la niña, ropas, biberones, comida, pañales, todo cuanto había ido acumulando en sus incursiones al centro de la ciudad en los días anteriores y lo metió en la parte de atrás del coche. Luego colocó a su hermanita en una cesta preparada y se puso a conducir rumbo a algún lugar lejano y que aun desconocía.
Ese día, 21 de diciembre de 2012, la humanidad culminó su extinción al 99,99% tal y como predijera la profecía Maya. Sólo dos personas, dos hermanos que nunca supieron porque el destino les había permitido vivir precisamente a ellos, tenían la inconmensurable tarea de ser los padres de la nueva humanidad.
Ellos nunca se plantearon el porqué, simplemente lo aceptaron y sobrevivieron.
Epílogo
Finales de Diciembre de 2012, Estación Espacial Internacional
(Aportación de Ibso del blog Camino de Utopía)
(Aportación de Ibso del blog Camino de Utopía)
-Es irónico saber que moriremos en el cielo- se escucho decir a la teniente Atziri mientras observaba otro fugaz amanecer por la escotilla del módulo de descanso.
-No admito tu derrotismo- le reprochó con dulzura el coronel Itzel mientras acariciaba su espalda desnuda – Aún tenemos víveres para un año, dos si lo racionamos bien. Balam ha recopilado todos los datos que ha podido del virus mientras hubieron supervivientes en la base y ahora trabaja en un antídoto para la “Muerte Dulce”. Y el ingeniero Canek se estruja la cabeza ideando la forma de descender con este montón de chatarra espacial. Tenemos que tener fe en que lo lograremos, seguramente somos los últimos especimenes de la raza humana.
Itzel se sintió agradecido de abrazarla desde atrás y que ella no pudiera mirarle a los ojos, le conocía demasiado bien y sabría que le estaba mintiendo.
Atziri había cerrado los ojos, no quería ver más aquel planeta azul que no volvería a ser su hogar. En silencio, intentando que él no lo notara, empezó a llorar.
FIN
Nota: Los nombres de los personajes del Epílogo corresponden a nombres Maya auténticos.
No te lo dije en tu otro blog: las fotos están genial.
ResponderEliminarUn abrazo
ibso
Jose Vte, permiteme desde aquí un comentario a Ibso: que su escrito tiene sensibilidad y eso se capta y a mi me gusta.
ResponderEliminarMi saludo a los dos.
Felicidades, esto está muy prometedor. Estupendo proyecto J.V. y me encantó la historia de Ibso también. Ya estoy por aplicarme J.V.
ResponderEliminarBesitos para ambos.
S.D.
El hijo del notario, que ocupa el primer lugar me gustó, sobre todo, en cuanto a la buena descripción de los personajes, lo cual no era fácil, dado sus personalidades.
ResponderEliminarInmortalidad perdida de Anna Jorba nos deja un amargo sabor de boca. Después del dulce esperar la realidad envenenada.
ResponderEliminarMuerte dulce de MariLuzGH es un buen relato corto, que pone de manifiesto la libertad del ser humano sobre la realidad del destino.
ResponderEliminarOh Mani Padme Hum de Marilyn Recio es un fantasioso relato de género onírico muy agradable de leer y grato de imaginar como una opción al final impuesto de la muerte dulce.
ResponderEliminarHoras de amor y fantasía es un bello relato romántico-erótico que permite al lector a través de los sentimientos de los personajes amar, sentir miedo y llorar.
ResponderEliminarUna oración para su alma es hasta ahora el mejor relato corto que he leído.
ResponderEliminarLa profecía maya es muy singular porque habla de esperanza en el futuro y se vislumbra un mañana. Está bien narrado y nos saca de dudas en pequeñas cosas que en los relatos anteriores ni se mencionan, aunque no todas (tiendas, hospitales, pájaros perros, coches...).
ResponderEliminarGracias por compartir todos estos relatos a todos los integrantes de este concurso.
Epílogo de Ibso se muestra como una posible esperanza y renacer de la humanidad. Es un buen corto.
ResponderEliminarHola Ricardo, ¡vaya currada que te has pegado comentando todos los relatos!, muchas gracias, ha sido todo un detalle. No se lo digas a nadie, pero a mi el relato de "Una oración para su alma", me parede una pequeña historia llena de ternura pero también de desesperanza y con bastante bilis (y eso que lo he escirito yo mismo, jejeje), pero bueno quería decir que también es de los que más me gusta, de los mios, aunque es en el que menos reparan los lectores, quizás por su cortedad y su final algo desencantado.
ResponderEliminarUn abrazo
Estoy de acuerdo con el comentario de Ricardo en cuanto a Una oración para su alma. Me parece un relato corto fantástico. El sarcasmo se desprende de la situación tan demencial en la que se encuentran los personajes.
ResponderEliminarFelicidades, José Vicente. Y, sobre todo, por la iniciativa que has hecho porque está resultando todo un éxito.
Saludos.
El relato El cumpleaños me faltó por comentar. No estaba antes. Me ha impresionado por la obsesión del individuo con complejo de Edipo al que ni siquiera la muerte dulce le aparta de su obsesión. Es una mueca o rictus amargo el relato. Y me ha gustado la profundidad psicológica del autor al tratar con los personajes.
ResponderEliminarVaya hombre, justo cuando sacan el mio, deja de hacer reseñas de los relatos el señor Corazón de león. Ahora me quedado con ganas de saber que opina sobre el mio.
ResponderEliminarHola Marta, por supuesto que aun estás a tiempo de aportar relatos si lo deseas. Al menos durante gran parte de este año será así. Si quieres date un paseo por el enlace de presentación y normas donde se explica todo.
ResponderEliminarSerás muy bienvenida.
Un abrazo
Vale, es posible que yo también aporte algo. Soy Sani, amigo "de toda media vida" de Marta, que es quien me acaba de dar tu dirección.
ResponderEliminarMe tocaría añadir algun relatito, por corto que fuera, porque yo soy de un 21 de diciembre, de 1952 para ser preciso.
O sea que me da tiempo casi según a la hora que "se joda el planeta" a cumplir los 60. Por poco que empiece por Australia y siga dando la vuelta, casi me da tiempo incluso ¡para celebrarlo !
Sea como sea, felicidades por esa buena iniciativa y, ya te digo, intentaré escribir y mandar alguna cosilla.
¡Hasta más leeros!
Muchas gracias Sani, vienes bien "recomendado", jejeje.
EliminarCumplir años el dia que el mundo se va a hacer puñetas tiene su miga, jejeje. ¡Estos Mayas!
Por supuesto puedes mandar el relato cuando quieras, cuanto más se envíen más interesantes serán las crónicas.
Un abrazo y muchas gracias