miércoles, 28 de marzo de 2012

19/09/2012 - Amor de verbena






19/09/2012 - Amor de verbena






Eran las fiestas de San Genaro y Alex y su banda tocaban, completamente entregados, las canciones programadas y otras que le iba pidiendo la entusiasta y agradecida audiencia de aquella recóndita aldea alejada de casi cualquier lugar.
Todo el pueblo, más concurrido que nunca, estaba en la plaza engalanada, los niños correteaban alegres y alocados por entre la gente, los hombres daban buena cuenta de los botellines de cerveza que se iban amontonando en las improvisadas barras que por toda la plaza habían dispuestas, y las mujeres y los jóvenes bailaban agradecidos a los sones de la versión que Alex y su grupo hacían de Black Eyed Peas y otros cantantes de moda.

Todos allí eran ajenos a cuanto sucedía en el mundo. Ese día todo lo que no fuera diversión estaba prohibido.

Hacía rato que Alex se había fijado en un grupo de jóvenes, y en especial en una de ellas que lo miraba con ojos entre tímidos y seductores, bailando con un ritmo acompasado, mientras daba pequeños sorbos a través de una pajita metida dentro de un vaso de plástico.
Alex era consciente de que estar ahí arriba era un imán para muchas jóvenes, atraídas por lo que ellas consideraban el fulgor de alguien famoso por el simple hecho de estar subido a un escenario. Alex no dudó en seguirle la corriente, y así se inició un juego de miradas y seducción entre ambos. A sus veintinueve años sabía muy bien como atraer a jovencitas como ella. Esa era una ventaja a la que raramente renunciaba. Hoy menos que nunca.

Al terminar la verbena, Alex y su grupo fueron a la escuela y allí hicieron uso de las duchas a modo de camerino, algo muy habitual en aquellos bolos de verano por los pueblos. A la salida, y tal y como habían quedado mediante gestos y guiños, estaba Rosa, así dijo llamarse la joven, esperando bajo un árbol en una zona semioscura y algo alejada de la escuela y de la plaza. Cuando Alex llegó, la saludó con cortesía mientras le  pasaba un cigarrillo de marihuana a medio consumir, ella inicialmente lo rehusó, pero ante la insistencia de él, finalmente lo aceptó, dando unas profundas y desenvueltas caladas. Era Rosa una morena de diecinueve años recién cumplidos, de complexión recia y prominente pecho, aunque no muy alta; sus ojos color caramelo era lo que más sobresalía de un rostro decididamente vulgar aunque agradable. Apenas había salido del pueblo y trabajaba ayudando en la carnicería de su padre. Y lo más interesante para Alex, nunca había tenido novio ni relaciones con otros chicos.

Alex, halagador y zalamero, fue envolviéndola en un halo de irrealidad con lisonjas y preguntas interesadas que la hacían sentir importante y única. Rosa se sentía bien junto a él, la escuchaba y parecía entenderla; así es que no tuvo ningún reparo en contarle cuan harta estaba de todo. Le contó lo reprimida y sola que se sentía en aquel pueblo perdido en mitad de ningún sitio y lo aburrido de no ver nunca a nadie salvo a las cuatro abuelas chismosas que acudían a la carnicería; le explicó su hartazgo de vivir  durante meses y meses casi sin amigas, todas estudiaban en la capital, y sin apenas distracciones. Su madre hacía ya varios años que había muerto, según dijo Rosa también de aburrimiento, y las peleas con su padre eran continuas. Hacía ya tiempo que le rondaba por la cabeza irse de allí.


Esa noche iba a ser la de su verdadera liberación.

Mientras se sentaban bajo la tenue luz de la luna de Septiembre, Alex dejó salir toda su aura de seductor implacable, aunque no pudo evitar sentir una cierta empatía por aquella joven que había abierto su corazón a un desconocido como él. Eso le gustó, hacía más tentadora la conquista.

Le gustaba Rosa, le había caído bien su franqueza y hasta hubiera jurado que empezaba a sentir cierta atracción hacia ella. Idea que rápidamente retiró de su cabeza.
Con seguridad y delicadeza la fue empujando hasta el suelo, ella quedó allí esperando  y entregada, él la miró con deleite durante unos segundos. Luego, mientras en el pueblo lanzaban los fuegos artificiales que anunciaban el fin de las fiestas de San Genaro, Alex sacó de uno de sus bolsillos una pequeña navaja de apenas cinco centímetros. Rosa embriagada por el momento no  fue capaz de detectar ningún peligro, ni siquiera cuando, con una mano, Alex le tapaba suavemente la boca mientras con la otra le hacía una pequeña incisión en el cuello para rápidamente comenzar a absorber su sangre.

Desde hacía algunas semanas corría el rumor de que una epidemia estaba asolando el planeta dejando miles de muertos a su paso, la muerte dulce la llamaban, también decían que bebiendo la sangre de una virgen se lograba ser inmune al virus. Alex no quería morir.

martes, 20 de marzo de 2012

10/12/2012 - El sueño



10/12/2012 - El sueño





Amán pisó el acelerador hasta el fondo, desgarrando el viento. Podía maltratar el coche, chocarlo, volcarlo, como si fuera la versión más vertiginosa de sus juegos electrónicos, que lo apasionaban.  ¡Total, a él no le costó! Nunca hubiera imaginado encontrarse un coche como ese, tan a la mano, con su dueño dormido, inconsciente, en una franca invitación a despojarlo de él, como lo hizo.

Recorrió algunas avenidas, llenas de coches parados, vacíos con las puertas abiertas,  o con sus conductores dentro,  recargados en las posiciones más cómicas o grotescas, sobre los volantes, las ventanas, los respaldos o de costado en los asientos.

Para qué preocuparse en investigar los motivos de ese juego.  Amán solo se abandonó en ese placer desconocido. Sin preocuparse por agentes viales, ni policías, ni siquiera por el  castigo que le impondría su padre, al enterarse, ni por la tristeza que sentiría su madre.  Pues, difícilmente se le presentaría otra oportunidad, de pilotear un deportivo como ese, ni soñando.

Subió el volumen de la música casi al máximo.  La  pieza “techno” retumbaba, estrellándose  en bardas, paredes y asfalto, creando un remolino enloquecedor y envolvente, al que él se sumaba con gritos y alaridos, mientras que alcanzaba una de las orillas de la ciudad. Virando en una violenta maniobra, al fin tomó la carretera sur,  junto con el atardecer. Ese fue el último de su vida.

Se internó en un ambiente de oscuridad, vacío, soledad y silencio. La luna, las estrellas y el sol desaparecieron en el mismo acto, arrancando también de la existencia al tiempo. Amán sintió como el pánico sustituyó la emoción y la adrenalina, que con tosquedad le ordenaba sujetarse al volante y solo mirar, aniquilando su posibilidad de controlar ya nada.

Quedó secuestrado por esa emoción, muy superior a su capacidad de impedir lo que estaba sucediendo. Pasaban a los costados del coche, secuencias de imágenes desastrosas: tormentas, inundaciones, congelaciones, ciclones. Se estrellaban en el parabrisas todas las miserias humanas, acosándole. Después, rostros desfigurados y desvalidos por sus infortunios: hambre, sed, cansancio, enfermedad.

Amán desbordó todas sus emociones, a través de carcajadas, gritos, exclamaciones y chillidos, en una catarsis incontrolable, hasta sofocarse. Extenuado, soltó el timón y se echó hacia atrás  sobre el asiento, soltando los brazos sobre sus piernas, para  llorar, casi sin fuerza, jadeante y vencido.

Cerró los ojos, hizo un balance de su esencia, vio cada uno de sus continuos actos de irresponsabilidad, egoísmo y anarquía, hasta que llegaron las brumas, que con  movimientos ondeantes y muy suaves, desprendieron todas sus emociones negativas, sembrando en ese mismo espacio, brotes diminutos de amor, serenándolo en el acto.

El coche, fue disminuyendo la velocidad, hasta parar ante un letrero: ¡Bienvenido a tu muerte dulce!

Al apearse Amán para corroborar la leyenda, ¡despertó! Vio que se encontraba en su cama y en su casa. – Fue  un sueño -susurró alentado-, pero con una velada desazón.  

martes, 6 de marzo de 2012

25/10/2012 - Alborada oscura

 


25/10/2012 - Alborada oscura







En ésta alborada oscura, de luz acibarada y triste,
cuando el negro dolor envuelve mi alma,
y mi cabeza rebosa de recuerdos exaltados,
evoco un amor envuelto en puro delirio.

Quiero ver tu cuerpo blanco y tocarlo
sentir tu piel entre mis dedos y acariciarla
besar tus pechos como pétalos rosados y libarlos
y saborearte preso de lujuria inacabable y amarte.

Pero tú ya no estás, mi amor.
La casa vacía como ese jarrón solitario,
que no vierte agua, sino soledad y desconsuelo,
llora tu ausencia y es mi tormento.

Porque la muerte te ha deseado,
con más fiereza que la mayor de mis pasiones,
Esa muerte que no es dulce, tampoco amarga,
Solo es dolorosa porque es, únicamente muerte.