miércoles, 19 de septiembre de 2012

05/12/2012 - Una sonrisa verdadera








       05/12/2012 - Una sonrisa verdadera










Gustavo limpió su rostro para secar el sudor, se echó el cabello hacia atrás y lo tapó con su viejo gorro de ducha; con la desgastada esponja se embadurnó completamente la cara de polvo blanco y su rostro empezó a tomar un curioso aspecto entre frágil y melodramático, Luego se dispuso a  perfilar sus ojos con el delineador negro. Se dio cuenta que iba a ser una tarea difícil; unas inoportunas lagrimas amenazaban con arruinar la delicada labor de maquillaje. ¡Que tópico! – pensó haciendo una patética mueca. Un instante después se derrumbaba abrazado a su solitaria pena. Por unos breves segundos creyó que no podría seguir, sollozando se miró las manos, le temblaban tanto que casi era incapaz de controlarlas.  

- No eres el único que sufre pero si el único que alegra – le espetó su propia imagen  desde el espejo. 

Sobreponiéndose cogió los polvos de talco y comenzó a empolvarse la cara de una manera briosa, casi con violencia, para evitar que todo se descorriera, luego dibujó su boca y finalmente coloreó sus mejillas. Cuando se colocó la peluca naranja en la cabeza y la bola roja en su nariz, una emoción distinta le recorrió la sangre y se sintió dispuesto para afrontar la última función. La máscara de payaso una vez más le servía para aislar su verdadero rostro. Gustavo había dejado de existir. 

Gelsomín salió del cuarto, con dificultad y a oscuras fue abriéndose paso por entre el dantesco paisaje que mostraba el desolado pasillo. Con sus enormes zapatones caminaba despacio pisando enormes cantidades de gasas deshilachadas, botellas de suero despanzurradas, carpetas con historiales médicos, radiografías y multitud de medicamentos desparramados por el suelo, cada poco tenía que ir sorteando cuerpos y apartando camillas o sillas de ruedas cuyos ocupantes nunca pudieron encontrar cura para la atroz y silenciosa muerte dulce, la misma que ya lo esperaba a él.

Se sentía nervioso, tanto como el día que decidió hacer feliz a su propio hijo vestido de clown. Gelsomín caminaba con la vista al frente, ya no quiso mirar hacia atrás y por fin el payaso llegó a la única puerta de la que salía luz en toda la planta. Durante unos segundos se paró; luego, mirando al cielo cerró los ojos y tomó aire, lo hizo tan profundamente que la nariz de goma a punto estuvo de caerle al suelo.
Fue cuando de un salto entró en la habitación del ajado hospital infantil que los dos únicos niños que allí había le miraron incrédulos y sorprendidos: 

- ¡Bueeeeeenos díaaaaaas!, ¿quien de ustedes quiere una sonrisaaaaaaaaaa? 

- ¡Yooooooo! - Gritaron al unísono.  

Sus ojos en ese instante irradiaban tanta luz como la estrella más brillante del universo.




4 comentarios:

  1. Hermosa y triste historia, Jose Vicente. Observo complacida tu gran progreso en la narrativa. Tus cortos cada vez están mejor estructurados y se leen con avidez y placer.
    Esta sonrisa verdadera es un auténtico poema. Delicado, sutil...Me ha encantado.

    Saludos.

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  2. Mira tu qué bien se ha explicado Montserrat, porque estoy de acuerdo con ella, tu estilo se va enriqueciendo y perfilando cada vez con mayor nitidez. Bsss. familiares.

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  3. BRAVO.
    Un soberbio manejo del tiempo en ésta narrativa con crescendo hacia un final feliz. Está listo para ser filmado éste relato; con los cortes y puntos de vista tal cual los describes.

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  4. Maravilloso relato, que a pesar de todo deja al final una luz, un brillo más allá de sus ojos. Me emocionó mucho.
    Un abrazo.

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