jueves, 1 de noviembre de 2012

15/12/2012 - La maldición


   


 15/12/2012 - La maldición



  

Bajo un persistente manto de agua, Yussuf enterraba a su mujer. A su izquierda, Kuaima mantenía la cabeza agachada y el más respetuoso de los silencios, a su derecha, Simbara, con apenas tres años lloraba de manera estentórea y entre hipadas, aunque el motivo de su persistente llanto nada tenía que ver con la mujer a la que aquel hombre grande y circunspecto acababa de dar sepultura.

Tres meses había pasado Yussuf en las altas montañas de pastoreo, con sus animales como única compañía. Tres meses en los que el cielo y las estrellas se convertían asiduamente en los mejores confidentes y en sus más fieles consejeros, y donde la soledad lo transformaba en el único dueño de su propia felicidad.
Era al finalizar el tercer ciclo de luna llena cuando llegaba el momento del regreso, a su hogar con su querida esposa. Su masculina vitalidad iba rebosante de deseo carnal. Ímpetu que, a pesar de su fuerza y juventud, el Señor aun no había tenido la gracia de gratificar con un hijo. Se extraño no ver desde la lejanía a su mujer, joven, alegre e  impaciente, esperándolo como era habitual. Su extrañeza se tornó en desespero cuando al entrar al chamizo la encontró tendida en la cama, inerte y fría.
Sin pararse a averiguar si estaba viva, la angustia le llevó a cogerla en brazos y a correr colina abajo hacia el poblado. Allí el paisaje no podía ser más desolador. Por más que buscó no encontró al médico, ni a la partera, ni siquiera al jefe del poblado, No vio a nadie... con vida. Las calles y los caminos estaban inundados de cadáveres y desde el interior de las chozas de adobe únicamente salía un espantoso y sobrecogedor hedor a muerte.
Miró a su mujer y entre lágrimas reconoció que también estaba muerta. Con delicadeza la depositó en el interior de una casa vacía y con la angustia atenazándole la garganta se dispuso a recorrer el pueblo, buscando no sabía muy bien que, algo que le diera alguna explicación del porqué de aquel espectáculo dantesco y sobrecogedor. Al cabo de un rato cayó en la cuenta de que apenas había sangre por las calles, tampoco en los cuerpos, no había nadie mutilado o muerto de manera violenta, aquello que fuera lo que los había matado a todos no era la matanza de una tribu enemiga, como tantas veces ocurriera en el pasado. Sin duda algo misterioso y terrible había exterminado a la aldea entera.

Algunas cabras se paseaban por las polvorientas calles, ajenas y libres; los perros ladraban y gruñían enseñando los dientes, mirándolo con recelo y hambrientos, y  los gatos, liberados de protocolos, ya habían empezado su macabro festín. No quería estar allí mucho más tiempo. El poblado era un enorme cementerio al aire libre y el olor empezaba a impregnar todo el ambiente. Únicamente quería enterrar a su mujer y marcharse de allí, lo más pronto y lo más lejos posible.
De pronto le pareció escuchar un llanto. Salía del interior de una de las chozas. Entró y se encontró con una escena que le heló la sangre. Una familia entera de cinco personas estaba diseminada por la estancia. Todos estaban muertos. Pero al fondo, en un rincón, un niño temblaba asustado, conforme se iba acercando, el niño se acurrucó aun más, mirándolo fijamente con sus enormes ojos negros. A su lado, una niña de unos tres años, mordía del pecho de una mujer que sin duda llevaba muchas horas muerta.

Con la mayor delicadeza que un hombre de su rudeza pudo mostrar, cogió entre sus brazos a los dos niños y los sacó de allí, la niña se resistió a soltarse del pecho de su madre, luego les habló suavemente y les fue tranquilizando hasta que pudo preguntarles por lo que había ocurrido en el poblado.
Así pudo saber por boca del joven y valiente Kuaima, que desde hacía aproximadamente un mes la gente del poblado había empezado a morir de repente y sin ningún motivo aparente. Hablaban de una maldición que primero se había llevado la lluvia y luego a las personas. Todos empezaron a tener mucho miedo. El jefe de la tribu hizo asambleas y comenzó a sacrificar cabras como hacían los antiguos, pero muchos en el pueblo estaban en contra de volver a las viejas creencias porque eso insultaba a Dios. Se pelearon entre ellos, pero cada día morían muchos más, hasta que el propio jefe también murió. Entonces todos abandonaron la esperanza, algunos se marcharon, otros se encerraron en sus propias casas a esperar.
Kuaima y Simbara eran hermanos; toda su familia había muerto apenas hacía dos días y en un breve intervalo, la última fue su madre. Murió mientras le daba el pecho a su hija, desde entonces la niña no cesó de llorar y apenas comía nada de lo que su hermano traía, nunca encontró la manera de separarla del pecho seco e inerte de su madre al que se había agarrado con todas sus fuerzas.

Yussuf escuchó en silencio y con los ojos inundados en lágrimas, cuanto le contó el niño. Algo tuvo claro, aquel lugar estaba henchido de muerte y debían de irse de allí lo más rápidamente posible, era lo único importante. Encontró un carro amarrado a una vieja bicicleta, rápidamente recogió utensilios y comida, luego buscó una pala y de una manera casi impulsiva cavó un hoyo en el que enterró a su esposa. Fue entonces cuando el cielo por fin se abrió y comenzó a llover de forma torrencial, como si Dios quisiera limpiar de un plumazo toda la pestilencia a muerte que aquel poblado desprendía. Durante unos minutos rezo por el amor de su vida, que ahora descansaba bajo aquel pedazo de tierra, pero también por todo su pueblo que ya no existía, a excepción de esos dos niños que ahora se habían convertido en su propia familia. Al terminar, y bajo el intenso aguacero, el hombre subió a los niños encima del gran fardo que había creado sobre la bicicleta y, con decisión y sin mirar hacia atrás, Yussuf, sin plantearse motivos, empujó su preciada carga lentamente y sin destino en busca de un nuevo hogar donde volver a comenzar.

Aquel hombre tenaz, en la ingenuidad de su pequeño y aislado mundo, pensó que podría escapar, huir de la amarga realidad que rodeaba al planeta. Pero nadie, en ningún lugar, escapaba jamás a la maldición de la  muerte dulce.

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 Aportación de José Vte. García del blog El sueño de la colina

14 comentarios:

  1. Hola José Vte.
    Este relato me gusta especialmente, porque sucede en África, don en la triste realidad la muerte yo diría que amarga pues es real, se lleva a los habitantes, en su misería y plagas.
    Veliente su protagonista que no se deja derrotar y se lleva a los niños supervivientes, aunque luego venza la muerte dulce.
    Recibe un abrazo, Montserrat

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  2. Que triste el relalato y que tierna actiud del protagonista con que delicadeza lleva a los niños..

    La foto que has puesto es impactante...Africa está llena de historias de muete y hambrunas.

    Un abrazo

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  3. Muerte en e día de los muertos. Destino común e irrenunciable.

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  4. El relato va de muerte, como el día de hoy...
    Salud

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  5. Una tristeza me ha embargado al ver la foto y sobre todo a la niña, con esa cabecita agachada.
    Crónicas del continente mas abandonado que hay en la capa de la tierra (donde yo nací y quiero visitar) y por si fuera poco el azote de la muerte que desola aún más.
    Mientras tanto sienten una esperanza de salvación.

    Un buen relato que hace de broche casi final.
    Besos, Jose Vte

    Anna J R.

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  6. Hay maldiciones que se ceban con los más humildes, aunque esta muuerte dulce se los lleva a todos.

    Muy bueno.

    Abrazo

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  7. Un relato muy propio y acertado para el final de tu espacio La Muerte Dulce.
    Entiendo que la ausencia de violencia en los cuerpos, nos hace suponer que se tratara efectivamente de una dulce muerte, si es que ésta existe.
    Un broche digno y sobrecogedor.
    Y como parte colaboradora de este rincón de letras ideado por ti, espero que nos anuncies pronto otro bloque para hacernos cavilar y trabajar los sesos. Porque sinó se apolillan las ideas.
    Te envio un fuerte abrazo amigo.

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  8. Pero tal vez él con la niña y el niño a sus espaldas, sí pueda eludir a la muerte dulce.
    Un buen relato amigo.

    Un abrazo

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  9. Un relato completamente diferente a todos, quizás porque se desarrolla en un lugar tan lejano y ajeno a nosotros. Es conmovedor y te lleva a pasar por todas las emociones mientras se va desarrollando la historia.
    La nota final deja un nudo en la garganta, pero ya sabemos que la muerte dulce lamentablemente no perdona a nadie.
    Un abrazo enorme.

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  10. Es un bello aunque estremecedor relato. Me gusta.

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  11. Triste, sí, pero muy apropiado y buenísimo!!
    Un beso, valenciano.

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  12. La esperanza es lo último que se pierde, dicen. Lástima, que tengan la mejor de las dulces muertes.
    Felicitaciones por este bello relato dentro de las Crónicas, besito.

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  13. Además de parecerme un relato escrito con mucha sensibilidad, como todo lo que tú escribes, y que toca muy hondo, tengo que darte las gracias por esa "licencia", como tú dices, que te has tomado de poner a los protagonistas los nombres de mi novela "La última vuelta del scaife". La verdad es que me ha hecho mucha ilusión saber cuánto de ellos quedó en ti. Por cierto, creo que te haré caso y volveré a titularla así, "La última vuelta del scaife".
    Gracias por todo, José Vte.

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