martes, 31 de enero de 2012
01/12/2012 - El Canto de la Sibila
01/12/2012 - El Canto de la Sibila
El Cant de la Sibila - Mª del Mar Bonet
Todo ha empezado a finales de este siglo. Apenas falta escaso tiempo para el final del milenio y se augura un fatal presagio. Soy Jimena de Huro, hermana de Guido de Huro y prima hermana directa de Olegario el Zurdo, Obispo de Campos y Conde de Huerta. Nos hemos criado juntos, ya que nuestra madre, Ana de Estola, murió tiritando de fiebre amarilla en los brazos de Herguido de Huro, esposo fiel y gran guerrero, padre nuestro; su torso grueso y su nariz encorvada lo distinguía de entre otros compatriotas. Ana de Estola, fue una mujer de tez fina, piel blanquinosa y bien educada entre la nobleza. Su boda fue anunciada por ambas partes desde su infancia, poderes terrenales y decretos reales que destinan un futuro sin poder cambiarlo, aunque mismamente fueron felices hasta ese instante.
Me encuentro en estos lugares, sentada frente al espejo de esta fría habitación. Mis cabellos castaños y ondulados se enredan entre púas de un cepillo anacarado y rodeado de lujuriosas piedras. Dicen que soy bella, heredada mi piel fina de madre y bien engendrada por un hombre poco casto y fuerte, de piel más bien morena y ruda y de rostro marcado; en ello basan mi belleza, y, aunque por edad ya debiera, todavía no he conocido hombre que deshonre mi pureza. Los aposentos y ventanales pertenecen al Castillo de Casanueva, tierras de Matallana. Estoy invitada por mi primo Olegario a pasar estos días de fiesta grande, dónde en el centro de la Catedral de San Cristóbal, tendrá lugar, para anunciar las fiestas, el canto de la sibila, al que me han ofrecido intervenir en esta ceremonia y vestirme de gala, junto al coro que pertenece a la real nobleza de estos confines. El final del año se acerca, y en la profundidad de las voces, se respira el miedo del pueblo y el terror en todo el feudo. Rumores que han llegado a sus oídos, palabras que intuyen el fin de estos tiempos. Cantos que denotan tristezas e incertidumbres al mismo tiempo y que me producen cierta nostalgia. Nunca he comprendido porqué cuando termina el año, este canto sibiliano se convierte en melodía de bastos poemas, creencias absurdas y rituales lejanos que un día nos impusieron personas de otros caracteres, aquellos que una vez nos enseñaron el Libro Sagrado, al que seguimos venerando. Después del canto se ha acercado a mi lado Romualdo, el Duque de Cierva. Hombre galano, de unos treinta años. Ojos oscuros y llanos, en su mirada se difuminan batallas, caceras y mujeres de taberna. Me ha conmovido. Se ha fijado en mi peca negra. Esa que delata la regatera que marca el vestido que llevo para la sibila. Un tejido verdoso, de seda rasa, se ciñe torpemente a mi cuerpo atado por el corsé y, en su torpeza, se abre exuberante la regatera, deleite para el caballero Romualdo de Cierva. Irrumpe ese momento de éxtasis mi primo Olegario, para confirmar que en la sala grande, la que linda con la superior destinada a la Biblioteca y reservada para los monjes, está servida la cena. Una mesa larga se divisa en el centro, en la que caben cien tenedores, todos con sus vajillas pertenecientes. Se hallan entre nosotros abades, condes y señores de otras tierras. Hoy va a ser el gran día, hoy sabré ciertamente cuál es la sorpresa que mi primo Olegario me encomienda, junto a Romualdo, el Duque de Cierva. Entre los manjares, propios de estas tierras, nos deleitamos de sabrosas carnes, salsas afrutadas, dulces mazapanes y buen vino que curan en barricas de madera acerezadas. Al terminar la cena, después de los festejos y discursos de los comensales, me siento cansada, agotada. Se ha ofrecido el Duque para acompañarme hasta la sala de arriba, dónde se aposentan las mujeres y los invitados. En este caso, los dos compartimos los mosaicos que dibujan el mismo pasillo. Me despido, con un beso en la mano, de mi primo Olegario y Romualdo me coge del brazo. Subimos las escaleras, que están alumbradas por enormes antorchas que prenden con aceites grasos y que van dejando aroma a hierbas, gracias a los monjes artesanos, que cocinan los aceites con hierbajos y especias de la tierra. Frente a la puerta de mis aposentos, Romualdo me apresa entre sus brazos y me desparramo sobre sus piernas. Durante la cena ha estado jugando conmigo a través de las palabras, coqueteando con los gestos, seduciendo con las miradas. En el interior de mi corazón he sentido una llamada, la sangre me ha fluido por todo el cuerpo, como el cosquilleo de una pluma cálida que se deja caer suavemente por la espalda. Un flujo candente se ha esparcido entre las enaguas bordadas de finos encajes y ha atravesado entre mis piernas mientras cenaba, y bajo la mesa, como una espada, he sentido la necesidad de ser clavada entre paredes. Ahora, entre salivas y pieles marinadas, creo haber llegado a conocer hombre viril y, asustada por los atónitos gemidos de placer que se me escapan, cierro los ojos y giro la cara hacia los ventanales, y se refleja entre mis párpados cerrados el rayo bravo de una luna llena. Con un suave mordisco en el cuello y una sutil penetrada, me sé mujer honrada por gentil caballero que no distingue espada, clavando su miembro entre mis entrañas. Es entonces cuando los siento cercanos y un fuerte dolor en el pecho me asfixia y me transporta, en una visión delirante, al segundo milenio y puedo entender a la muerte dulce. Y es ahora cuando esos suspiros, susurros de tramontana que me han atormentado mientras cantaba la sibila y, que al momento de desprenderme del cuerpo de Romualdo, sudorosa y agitada, han abierto los suelos con quiebras alargadas. Suben a la luz de la tiniebla oscura del Castillo de Casanueva, antiguos espíritus de otros tiempos que pisaron tierras de Matallana. Babilonios, bárbaros, romanos y hombres de las cavernas, los que predijeron el futuro entre los astros, griegos y celtas, vienen a bailar conmigo, una pobre cristiana de media época. Me voy con ellos hasta el fin del mundo, bailando entre mares de tierra el compás de lo eterno, y arrastro conmigo a los fieles vástagos, al Duque de Cierva, monjes y abades, obispos, condes y reinas, campesinos, pescadores y labriegos. Salimos de este mundo confuso y extraño, enredado de creencias de nuestros ancestros, alquimistas extravagantes, vírgenes negras y brujas hechiceras y nos fundimos todos en un mar de lava hambrienta, que se ha tragado insaciablemente toda la faz de la tierra.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
He leido la entrada cuando la sacó Felicitat y me pareció estupenda.
ResponderEliminarBicos
Solamente puedo decir una cosa: IMPRESIONANTE. Aún estoy con los pelos de punta. Leer este relato con la música de fondo que te trasporta a otros tiempos y descubrir, sinuosa, una premonición de la destrucción de la raza humana surgida con el primer acto de amor de tu protagonista y saberse cómplice de la misma visión que muchos, antes que ella, describieron.
ResponderEliminarUn placer, un verdadero placer esta aportación.
Un abrazo
Ibso
Un relato que me ha llevado con todo lujo de detalles, de la mano de Jimena, al mismo canto de la sibilia. Genial¡¡
ResponderEliminarUn abrazo
Enhorabuena a Felicitat por este relato tan cuidado y elaborado y me he metido de lleno en el personaje de esta Sibila tan peculiar.
ResponderEliminarMuy buena aportación....
Como vamos subiendo el nivel, maravilloso relato, perfectamente engarzado, primos, amantes, padres, hermanos, saltando de una época a otra en un santiamén y sin perder el ritmo, en fin que me ha gustado mucho, espero leerte mas en tu blog.
ResponderEliminarsaludos
¡¡Magnífico!! ¡¡¡grande!!! y con la voz de la admirada Mª del Mar Bonet todo un placer para los sentidos.
ResponderEliminarJosé Vicente, ésta maravilla es digna de tu proyecto; enhorabuena
abrazo a los dos :)